El Defensores de Cervantes

De terreno tomado a club vecinal y deportivo. Una “misteriosa” donación que hasta hoy le permite al club de Cervantes 1736 mantener su impronta popular.

Una tarde llega al club un señor. Ni bien entra mira alrededor buscando con quién hablar. Lleva en su maletín una carpeta con importantes documentos. Una pelota rueda hasta su pie y él la devuelve, lanzándola hacia el grupo de adolescentes que entrena en la cancha de adelante. Mira hacia el buffet: una muchacha prepara un tostado. En las gradas dos nenas se calzan los patines mientras un papá las ayuda a ajustarlos. Cinturón rojo tienen los chicos que vestidos con el ambo blanco de taekwondo bordean la cancha y se pierden de vista en el fondo. Finalmente, el abogado se decide por la muchacha del buffet. “¿Hay alguien de la comisión directiva? -le pregunta-. Necesito hablarles”. Ella le señala una puerta.

En la pequeña oficina el señor abre el maletín y mientras toma la carpeta con la copia del testamento va exponiendo la situación al presidente y al vice. Les cuenta que un vecino llamado Berko Sigal, recientemente fallecido, legó al club ciertas propiedades en el barrio: un salón en el pasaje Ranqueles lleno de libros, estantes y cuadros, sillones, sillas, mesas y hasta un piano. Junto con el legado les entrega la misión de abrir el espacio al barrio como biblioteca popular. También les dona la que fue su casa. Y dos locales sobre Jonte que, alquilados, serán para el club una fuente de ingresos. El albacea de “Don Berko” terminó de leer, se sacó los anteojos y enfrentó las miradas atónitas de los dos hombres que dirigían el club en 2004, año en que sucedieron estos hechos.

“Casi nadie lo conocía, pero él sí nos conocía bien”, cuenta Tito López, actual presidente de Defensores de Cervantes. “El albacea dijo que nos había estado investigando y a pesar de que nunca participó, sabía del movimiento social que se generaba en el club. Y antes de decidir donarnos todo a nosotros había hecho otros dos testamentos, en los que incluía al Incucai y a Unicef. Finalmente decidió dejar todo en manos del club. Una vez que nos avisaron que existía esta herencia nos fuimos interiorizando sobre su historia: supimos que vivía en Calderón de la Barca y Alcaraz, que era de origen polaco, de profesión contador y por papeles que encontramos en la biblioteca descubrimos que también fue martillero”.

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¿Qué lleva a un hombre sin herederos a donar sus propiedades a un club de barrio? La colección de libros de Berko Sigal dejaba traslucir su inclinación socialista, algo nada raro tratándose de un inmigrante europeo llegado al país en las primeras décadas del siglo XX. Y mirando la historia del Defensores de Cervantes -no tan distinta a la de otros clubes de barrio- se entiende que cautivara su sensibilidad social.

Compartir es la palabra

En el año 1956 Monte Castro era casi todo terrenos baldíos, con dos o tres casas por manzana. Un día un grupo de vecinos decidió tomar uno, sobre Cervantes entre Miranda y el pasaje Nemesio Trejo, para tener un espacio en el que compartir con la gente del barrio. Estaba lleno de cañas, yuyos y ramas; entre todos lo limpiaron, hicieron primero una canchita de fútbol, después una cancha de bochas y con el tiempo fueron construyendo alrededor. “En el fondo había un jardín de infantes; donde ahora está el buffet había un arenero y en los recreos del jardín los chicos venían a jugar en la arena. El perímetro del club estaba delimitado por un alambrado”, relata Tito lo que a su vez le contaron a él los socios mayores. “Atrás no cambió tanto la estética de los espacios. En el salón en el que antes bailaban tango y folklore, ahora hay práctica de boxeo y skate. Antes participaba mucha gente mayor, los eventos de los jubilados llegaban a juntar doscientas personas, en esos días nosotros teníamos que parar los partidos de fútbol para no darles pelotazos”.

Según Tito el Defensores de Cervantes es un club que busca albergar a la gente humilde del barrio. “Nuestras cuotas son las más accesibles -explica- tratamos que sea más baja de las que suelen cobrarse en otros clubes porque queremos que toda la gente pueda participar. Además de ese ingreso, contamos con los dos locales alquilados que nos ayudan a mantener el lugar, pagar los impuestos y afrontar los gastos”.

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Tito López, presidente del Defensores de Cervantes desde que el club reabrió sus puertas, en 2017.

 

Tiempos difíciles

En septiembre de 2015 el club fue clausurado y permaneció dos años cerrado. “Las calles cercanas se fueron llenando de edificios y empezamos a recibir denuncias por ruidos molestos. Venían inspecciones que nos pedían reformas y nosotros no podíamos dar respuesta a toda esa seguidilla de denuncias e inspecciones. Así llegamos a la clausura. Fueron los momentos más duros, porque aunque entre los miembros de la Comisión decidimos continuar con las actividades alquilando otros espacios, muchos chicos y profesores se fueron; lo mismo le pasó al centro de jubilados. De todos modos no bajamos los brazos y fuimos haciendo los trámites para la reapertura. Reabrimos en diciembre del 2017 y a partir de ahí yo tomé el cargo de presidente del club,” relata Tito.

El presente

Hoy en Defensores de Cervantes las actividades deportivas están a pleno: hay escuela de fútbol masculino y femenino (babi y futsal), patín, boxeo, taekwondo, hip hop y también -aseguran- cuenta con la escuela de skate más grande de Argentina. El centro de jubilados se reúne en la que fue la casa de Berko Sigal (Calderón de la Barca 1733) y la Biblioteca Popular, tal cual lo pidió su donante, está abierta al barrio con una propuesta de actividades culturales (Ver nota aparte).  ♦

Dirección del club: Cervantes 1736

Facebook: Defensores de Cervantes Oficial

(*) Foto de portada: Un sábado a la tarde, las familias vienen al club para acompañar a los chicos y las chicas que participan del torneo de skate.

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