Estaban pintando ese domingo de enero. Los tres pinceles embebidos en negro. El que sostenía Fernando acariciaba el muro dando forma al bombo de un murguero, el de Julián se afanaba en reproducir el rostro de Pujía y el de Pablo, subido a una escalera, se concentraba en los muchachos y muchachas de la hinchada.
A media cuadra el semáforo de Jonte cambiaba a verde, programado para ordenar un tránsito que no existía esa tarde. Algún auto rodaba por Chivilcoy mientras los chicos de la Subcomisión de Cultura del Albo dedicaban otra jornada a pintar el mural de veinticinco metros de ancho por tres de alto. Un coche se detuvo, bajó una familia completa, felicitaron al equipo y celular en mano se sacaron una selfie en la que se los veía junto a la reproducción del viejo cartel de la estación de tren.
En el corazón de Floresta
“All Boys fue perdiendo la vida social como club en la década de 1990”, afirma Fernando García, sociólogo y miembro de la Subcomisión de Cultura. Para ilustrar hasta qué punto era importante esta vida, trae una anécdota que le contaron de los años sesenta: dicen que uno de los que más trabajó en la construcción del natatorio era un vecino que no era hincha de All Boys, como tampoco lo eran muchos de los que pusieron el hombro en la construcción de la tribuna que da a Mercedes, eran simplemente vecinos, pero estaban ahí porque lo que importaba era el progreso del club más importante del barrio.
“All Boys tenía una presencia barrial que se fue debilitando y cuando en el 95 se concesiona la sede social a Megatlón, termina por desaparecer”, recapitula el hincha.
Pero eso no es todo, “por la misma época el famoso intendente ¨Topadora¨ Dominguez abrió al tránsito la calle Mercedes -que antes se cortaba en Elpidio González- y le sacó a All Boys el gran predio que le habían cedido diez años antes, e hizo la plaza. El club se redujo a la cancha y a lo que había detrás del arco, nada más. Y para rematarla, a la plaza le pusieron Monte Castro: el nombre de un barrio al que esas manzanas no pertenecían históricamente, al menos no hasta que el gobierno militar que estaba en el poder en 1972 decidió cambiar los límites, confundiendo la identidad de quienes vivían ahí desde siempre y consideraban a esas esquinas parte de Floresta”.
De un tiempo a esta parte, Fernando y sus compañeros de Cultura buscan recuperar el vínculo de All Boys con la comunidad, en sintonía con una Comisión Directiva y un número importante de socios y socias que desde distintos lugares trabajan por una reapertura al barrio.
Que las paredes hablen
Es en este contexto que se inscribe la producción del mural que hoy los tiene ocupados (el cuarto que realiza el grupo en muros externos e internos del club).
El colectivo 25, la murga, el club La Floresta (contemporáneo de All Boys), el cine Gran Rivadavia, la estación de tren, la fábrica de hielo La Morocha, el complejo de edificios Hogar Obrero, los tres pibes de Floresta fusilados en diciembre de 2001, personalidades como el escultor Antonio Pujía, el bandoneonista Baffa, hasta Maradona -que por ser casi vecino compartía parte de la vida social de All Boys- tiene su espacio en el mural, también una jugadora de fútbol con la camiseta de 1988, para dejar asentado que por aquellos años el Albo ya contaba con equipo de fútbol femenino. “La intención es que quede representada la síntesis del barrio con el club y la vida social de los dos”, explica Fernando.
“Un concepto importante para la práctica de mural es diferenciarlo de una pintura grande. Un mural tiene que estar relacionado con el espacio donde va a ser mirado, debe generar un sentido con el lugar donde está”, afirma Julián Cheula, el artista que está al frente de la obra. “Como este mural es muy largo, con muchos personajes, decidimos dejar de lado la perspectiva. La intención es que siempre que lo veas sientas que lo estás viendo de frente. Y todos los personajes tienen tamaños similares. Quisimos recrear la idea de una gran hinchada, una cosa común con muchos aspectos particulares.”
Julián, que además de artista plástico es arquitecto, se crió en el pasaje Jacarandá y vivió en el barrio hasta los veintitantos. Cuenta que otra decisión plástica para abordar el mural fue utilizar el simbolismo de la bandera. “El mural comienza y termina, se mire de donde se mire, con dos banderas. A la izquierda hay una que está sujeta por los jugadores campeones del 72 y a la derecha hay alguien que sostiene una bandera de las de palo. Utilizamos la hinchada y la bandera para dar la idea de que eso es lo que aglutina.”
¿Les ha pasado que se detengan vecinos a ver lo que están pintando y comenten?
Fernando: Sí, incluso algunos que no son hinchas de All Boys. Nos felicitan y mientras lo estamos haciendo nos vamos poniendo contentos de ver que se cumple el objetivo de poder lograr, a través del arte, un mensaje que llegue a todos. Que los que pasan caminando lo vean y digan “acá está All Boys, acá están estos edificios, acá está el Negro García López, acá está Pujía, acá hay una jugadora de fútbol femenino, ¿qué es todo esto? ¿Qué son estos veinticinco metros? ¿Qué nos dicen? Pueden ser dibujitos aislados o una síntesis de los casi 108 años de historia de un club en un barrio. ♦
Foto de portada: En una de las quince jornadas que llevó la obra, el artista plástico Julián Cheula (de frente) trabaja en la realización del mural junto a Fernando García (izquierda), miembro de la subcomisión de cultura.