En el barrio la conocen como Lita a María Raquel Llagostera. Ella fue de los primeros que se mudaron al Hogar Obrero, cuando estaba recién casada. Y ahí sigue viviendo, sesenta años después. Lita disfrutó del tiempo en que el parque entre esos edificios era un lugar de encuentro entre vecinos. Nadie pensaba entonces en tener personal de seguridad que controle las entradas y salidas al predio. Hoy todo eso cambió, pero hay algo que sigue igual: la melodía del piano que se escapa por su ventana e inunda el jardín.
“La música fue siempre lo mío —dice sentada en su living frente a las teclas blancas y negras—. En cualquier lugar, sea en un escenario o en una casa, a mí tocar siempre me encanta”. Le pasó hace unos días que estaba en la presentación del libro de un amigo poeta en “Clásica y Moderna”, la librería cultural de Recoleta, y terminó sentada al piano tocando «Malena», tocando Piazolla, y la gente que ya se estaba yendo al escuchar la música volvió a entrar, los mozos dejaron las bandejas y se acercaron, “y yo estaba contenta porque podía tocar”, dice Lita, que luego de ese día fue invitada por el programador musical del lugar, el prestigioso concertista Rubén Ferrero, para presentarse en un de las veladas de los sábados, dedicada a Mariano Mores. “Pero, además, yo tengo mi propio proyecto”, dice la vecina, y abre una caja de sorpresas.
Antes, rebobinemos
A pesar de haber terminado el Conservatorio, Lita nunca ejerció como profesora de piano porque no le gusta enseñar música. Dotada de un oído absoluto, pronto supo que tenía paciencia para todo menos para una partitura mal ejecutada. “Me ponía nerviosa cuando se equivocaban, entonces yo me daba cuenta de que iba a hacerles mal a esas personas”, recuerda lo que pensaba cuando decidió que para trabajar iba a estudiar otra cosa.
El teatro le gustaba mucho pero su mamá y su papá no aprobaban la elección porque consideraban que era un “mal ambiente”. En cambio, la apoyaron cuando se anotó en Letras. Sus años de facultad coincidieron con la dictadura de Onganía. En medio de la avanzada militar contra profesores y estudiantes universitarios, Lita se fue de la UBA a la Universidad del Salvador. Y en esa vuelta de la vida el destino quiso que, en la materia Literatura, le tocara la comisión que tenía al teatro como objeto de estudio. Le podría haber tocado poesía o narrativa, pero le tocó teatro.
Se recibió y empezó a trabajar de profesora. Así como sabía que no le gustaba enseñar música, descubrió cuánto sí le gustaba enseñar literatura, y tuvo mucha suerte, dice, de encontrar directivos que le permitieron desarrollar “esta cosa creativa” que siempre tuvo. “Lo que yo hacía era mezclar: usar la plástica, el teatro, la música, el baile, para enseñar. Eran clases tan dinámicas que los chicos no salían al recreo. Hacíamos cosas que en ese momento no eran comunes. Y yo empecé a armar un sistema.”
Lita era profesora en escuelas secundarias del barrio. En la Técnica 24, en la Técnica 35 y en el Comercial 11 enseñaba gramática a partir de las propias producciones de los estudiantes. “Yo respetaba el programa pero les hacía escribir poesía, cuento, teatro, que experimenten. Y después sí, sabían los verbos, sabían la estructura sintáctica y si querían romper todo, también estaba bien”. El punto importante, dice Lita, es que de este modo los chicos “perdían el miedo”. Todo esto pasó en la primera mitad de la década del ´70. “¡¿Vos sabes lo que era eso?! En esa época no te encontrabas en todas las escuelas con la libertad que yo tuve, que me jugó en contra cuando llegaron los militares.”
En tiempos oscuros
Con el Golpe de Estado del ´76 Lita se quedó sin trabajo. La echaron de las escuelas y no la tomaban en ninguna otra porque en su legajo figuraban dos cosas: que estaba afiliada al partido socialista y que había ganado un primer premio de poesía en un concurso organizado por la Galería Meridiana (un centro cultural donde se reunían pintores y escritores de vanguardia que luego, casi todos, fueron desaparecidos).
Lita recuerda ese tiempo con sus tres hijas pequeñas y la necesidad de salir adelante. Mientras su marido trabajaba como inspector en la DGI (la actual ARCA) ella daba clases particulares de literatura y también “¿sabés qué hacía? repartía paquetes. Conocía a una señora que hacía regalos empresariales y como yo manejé toda la vida, iba con el auto a entregarlos”.
Cerrada la facultad de Filosofía y Letras y clausurado todo intercambio intelectual a cielo abierto, el interés por el conocimiento compartido debía satisfacerse por canales alternativos. Ahí estaba Lita, yendo a un taller de Semiología de la Narración con Josefina Ludmer en la casa de Ricardo Piglia, en el año 1977, y salvándose por azar y muerta de miedo de una detención policial cuando llevaba en su cartera un libro llamado “Los formalistas rusos”.
Dos años después se encontraba en la casa del pintor Carlos Castagnino cursando “Teoría del Teatro” con el recién regresado de Francia Francisco Javier: “el primer doctor en teoría teatral del país, un hombre de una cultura impresionante y un gran director de teatro”, dice Lita del que fuera su maestro, quien le abrió la puerta a la investigación teatral, materia en la que se hizo experta y en la que obtuvo gran reconocimiento.
El teatro renace
Imposible abarcar en esta página tantas y tan interesantes cosas que hizo Lita en su recorrido como docente, como investigadora, como música. Con el retorno de la democracia participó de la creación de Teatro Abierto y del Programa Cultural en Barrios, integró el equipo del Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras, fue docente de Historia del Teatro Argentino y Universal en la EMAD (la Escuela Municipal de Arte Dramático), donde también fue vicedirectora. Publicó sus investigaciones, organizó congresos y… siguió tocando el piano.
También la música la llevó al teatro. En los ´80 el director Santiago Doria le encargó reconstruir partituras faltantes de tangos del 1900 para incluirlas en su sainete criollo, una obra que al día de hoy se sigue presentando. En las primeras temporadas Lita ejecutaba esa música en escena.
En los años ´90 compuso para otro director, Andrés Bazzalo, la música para una obra infantil que estaba basada en gags de Chaplin, Buster Keaton y Los tres chiflados. Se llamaba “Un día de pesca” y se trataba de dos pescadores que se peleaban todo el tiempo. En el escenario había “dos actores en un banco y yo en el piano”, dice Lita, y cuenta que la obra tuvo “un éxito impresionante”.
Música a la carta
Sentada frente a las teclas de su piano, en el living de su departamento del Hogar Obrero, Lita hace memoria y en un cuaderno arma una lista de todas las canciones que recuerda. Llega a anotar doscientos títulos, entre los que hay temas de folclore, tango, jazz, melódico.
Muchas veces le pasó ver la felicidad en la cara de la gente que la escuchaba tocar, y eso la anima a preparar su propuesta de “Música a la carta”. “Como yo vengo también del teatro y de la literatura, dije ¨voy a mezclar las dos cosas, le voy a dar una estructura dramática¨. Me puse a investigar en la historia de cada composición y cuando me presento, entre tema y tema, voy contando anécdotas.”
En agosto, Lita estrenó su show en el espacio cultural La Plapla. En septiembre lo presentó en la Universidad Popular de Belgrano. Y quiere seguir ofreciéndolo en salones y cafés del barrio. “Yo sé que esto le hace muy bien a la gente, a muchos estas canciones los remiten a momentos de su vida porque las escuchaban ellos o las escuchaban sus padres. Entonces, yo voy caminando entre las mesas, les entrego los dos programas que tengo preparados y entre todos eligen cuál prefieren. Y yo voy tocando, contándoles, y también los hago cantar.”
Lita LLagostera
Whatsapp: 11 6802-7711
Instagram: @litallagostera
