“Aproveché que el salón de fiestas estaba cerrado para montar ahí una videoinstalación. Vacié el espacio. De las bolas de espejos colgué unas vaquitas de plástico. De lejos no notabas qué era, algunas giraban, recién cuando te acercabas te dabas cuenta. En el fondo, una pantalla proyectaba un video en el que se veía una pintura en proceso y a mí trabajando sobre ella, se escuchaba el sonido de la espátula sobre la tela, un ruido como de cuchilla, como de acero. Y debajo de las vaquitas colgantes había una pintura enorme, abstracta, que es parte de una serie mía que se llama Sistemas en llamas, que tiene que ver con esto de los incendios en el campo.”
Hay verde tras el ventanal, un jardín con olor al rocío de la mañana, pajaritos cantores y la compañía de un gato. Sandra cuenta su historia y repasa su obra rodeada de su mundo, su taller, en el fondo de su casa, una de las pocas antiguas que aún perviven frente a la plaza Aristóbulo del Valle. “Tenía 23 cuando me casé y al poco tiempo nos mudamos acá. En ese momento la construcción era de una sola planta. Nosotros techamos la terraza y en ese gran espacio yo tenía mi taller.” Despuntaba la década del 90. Sandra era una egresada de Bellas Artes que pintaba y bailaba. También, comenzaba a incursionar en la edición de video, en una época en la que las islas de edición no eran cosa corriente.
El corazón le decía a esta veinteañera que su camino artístico debía buscarlo por el lado de la libertad. “En la escuela de bellas artes tenías profesores muy estrictos en el dibujo, con la naturaleza muerta, con el modelo vivo. Y tenías otros que te estimulaban la creatividad. Uno de ellos fue Alfredo Portillos, un maestro que había estudiado con John Cage en Nueva York y que te volaba la cabeza, porque lo que te mostraba no tenía nada que ver con lo que habías visto en la clase anterior. La mayoría de mis compañeros iban a buscar a la escuela una formación académica, pero también estaban estos otros profesores que rompían con todo y te dejaban construir un lenguaje propio, yo me quedaba con esos.”
Siguiendo la huella de Portillos descubrió esa herramienta expresiva llamada performance. Un día el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires la contuvo acostada sobre un lienzo, la cabeza apoyada sobre una almohada con su rostro estampado -por si acaso ella se levantara- y una luz puntual iluminándola. Sandra y otros seis, integrantes del Grupo Fosa, crearon esta puesta en escena a la que llamaron Al ras. Dos años después presentaron otra, Hacia, también con sus cuerpos durmientes, esta vez en altura, sobre unas tablas que los sostenían como suspendidos en el aire. “¡Yo los estudié en la facultad!”, le dice una artista plástica centenial a Sandra, al enterarse que ella formó parte de ese grupo de performance, que dio que hablar en los años del fin de siglo.
El bello rincón
Hoy su taller ya no ocupa la planta alta de la casa. Su espacio para el despliegue artístico fue retrocediendo al igual que en su vida fue cediendo tiempo para la crianza de las hijas y el trabajo que alimenta a la familia: el salón de fiestas, ese que durante la pandemia usó para montar la videoinstalación. Ahora Sandra pinta en un bello rincón. “Esto era una especie de galponcito lleno de porquerías que lo vaciamos y lo adaptamos como taller.” Rodeada de telas, bastidores, oleos, pinceles y vaquitas, Sandra muestra su obra en proceso.
“Ahora estoy haciendo un tríptico llamado Cuero-Sangre-Leche, que serán pinturas húmedas”. Dibujos de vaquitas todas iguales, estampados sobre tres telas rectangulares, blancas. Un sachet cuelga sobre cada tela, tal como el sachet de suero cuelga junto a las camas en los hospitales. En este caso, un sachet contiene pintura negra, otro roja, otro blanca. Los tres colores bajarán por el cañito de plástico que va unido a la base del sachet y chorrearán en lento goteo, mojarán y teñirán a las vaquitas en cada lienzo, y al llegar al piso caerán en una batea común, “ahí se va a mezclar todo ese barro, esa contaminación”, adelanta la pintora.
Hábitos
Desde siempre la interacción humano-animales, a Sandra la perturbó. El circo, el zoológico, el tapado de zorro de la mamá. “Me provocaba una sensación contradictoria, pero antes no había lugar para el cuestionamiento. Incluso hasta no hace mucho yo he llevado a mis hijas al zoológico, y ahora me parece aberrante. ¡Cómo pude haber hecho eso!” Sandra describe un cambio de registro en su mirada humana hacia las otras especies, que no es solo suya, que cada vez está más extendida. “Yo creo que en muy poco tiempo va a pasar que va a ser aberrante comer animales”, asegura. La pandemia no es ajena a la centralidad que tomó en su obra el daño que los humanos infrigimos a los animales. “Es que yo veo que esto no tiene salida si no hay un cambio urgente, no tenemos mucho tiempo para empezar a cambiar hábitos”, afirma.
Comodidad vs Incomodidad
Estas reflexiones y sentires la atravesaron de lleno, como a muchos otros, mientras asimilaba la imposibilidad de trabajar. Y a la vez, los meses de encierro le regalaron el tiempo que antes le faltaba para desplegar su creatividad. ¿Y qué hace una artista cuando ya produjo obra para un montón de exposiciones, cuando ya sabe que sus cuadros gustan? “Siempre tené una tela en blanco donde limpiar el pincel”, cuenta Sandra que le dijo su maestra Margarita García Faure. Y Sandra agradeció el consejo. “Ya domino cierto lenguaje, cierta técnica, algo que a la gente le gusta y quiere colgar en su living, pero no sé si quiero hacer eso nada más, quiero también hacer algo que me ponga en un lugar más incómodo”, la búsqueda de libertad creativa sigue siendo su horizonte.
Y más vacas. Largas líneas rojas, en realidad rojos canutillos de plástico hilvanados cual largo collar, cuelgan sobre un lienzo con vaquitas estampadas. Los canutillos formarán una cortina, con cierta separación entre cada línea, como si fueran rejas. “Viste cuando vas en la ruta y pasa el camión que lleva las vacas y las ves entre las maderas, ves los ojos, las caritas. En parte decidí dejar de comer carne por esa imagen de tristeza, de campo de concentración. La idea es crear esas hendijas con la cortina de canutillos rojos, que permita entrever a las vaquitas.» ♦
Foto de portada: Sandra Botner frente a sus “Sistemas en crisis” – Fotógrafo: German Duarte @germanduartefotografo
Sandra Botner en Instagram: @botnersandra