Vida de residente

Cuando empezó a trabajar en el Hospital Zubizarreta a Violeta Schmidt le sorprendía que los pacientes le digan “gracias por tratarme bien” solo por haberlos escuchado. Entre la excelencia académica, la práctica comprometida y los magros salarios, cómo piensa y sueña una residente próxima a terminar su especialización en clínica médica.

Es probable que los sueños y temores de Violeta Schmidt, una médica residente del Hospital Zubizarreta, se parezcan a los de otros jóvenes profesionales en Argentina.

Violeta tiene 32 años. Alquila con su novio un departamento en Belgrano. En su tiempo libre le encanta entrenar: hacer crossfit, musculación, salir a correr. En el Zubizarreta está comenzando el último año de su residencia en clínica médica y quiere especializarse en diabetes, un interés que fue tomando forma “intraresidencia”, inspirada en gran medida “por la diabetóloga de nuestro hospital que es un diez, una genia”.

Violeta sueña con impulsar “un centro metabólico donde se asista al paciente con diabetes trabajando desde distintos aspectos: desde la alimentación, desde el aspecto cardiológico, el traumatológico, también desde la salud mental”. Un lugar donde se promueva la creación de grupos para, por ejemplo, que salgan a caminar juntos, “porque si yo a un paciente lo mando a caminar media hora todos los días, hacerlo solo tal vez le resulte más difícil que si sale a caminar con otros”. “Me gustaría muchísimo eso y también poder dar talleres, charlas, cursos previniendo la diabetes.” A Violeta la mirada se le pierde en algún punto del cielo mientras cuenta su sueño. La sonrisa le llena la cara.

A la par que se proyecta, trabaja y continúa formándose –pronto terminará de cursar una diplomatura–, teme que en el camino elegido el dinero no le alcance. “Ya se sabe que los médicos estamos mal pagos”, dice.

Vida cotidiana

Son once los residentes que trabajan en el área de Clínica del Zubizarreta; se suman a ellos siete concurrentes. Casi todos son egresados de la UBA y algunas de la Universidad de La Matanza.

Su jornada empieza a las ocho “con el pase de guardia”: el médico que quedó a cargo durante la noche informa a los recién llegados las novedades, si hubo “intercurrencias”, si hay algún paciente que requiera un control en particular. “Repasamos los ingresos y los diagnósticos presuntivos. Junto a los médicos de planta pensamos diagnósticos diferenciales”, describe Violeta el desarrollo de un día normal en el hospital.

Después se dirigen a las habitaciones para ver a los pacientes internados, que en su mayoría son adultos mayores. “Si son demasiados nos dividimos en grupos, pero en lo posible tratamos de verlos todos juntos, porque siempre más ojos ven más cosas.”

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Infecciones urinarias e infecciones respiratorias se encuentran entre las enfermedades más frecuentes. También es habitual, cuenta Violeta, el pie diabético: “la afectación de la piel y las partes blandas del pie –puede ser también de la pierna– a causa de la diabetes, que predispone a generar una infección en esa región”.

En el curso de la mañana van recibiendo los resultados de los análisis enviados al laboratorio. “En base a eso decidimos las conductas a tomar para cada paciente. Qué interconsultas realizar o si hay que solicitar estudios”.

A las cinco de la tarde es el horario de salida de los residentes pero, dice Violeta, siempre hay algo más para hacer. “Todo lleva más tiempo, terminar los procedimientos, algún control. Además no dejás solo al residente que ingresa a cubrir la guardia, hacés tu trabajo y acompañás al otro.”

Lentejuelas y medicina

Violeta recuerda la adolescente que fue y el contraste no podría ser mayor. “De chica era muy estridente”, dice. “Me gustaba mucho ponerme brillos y tacos, decía que quería ser vedette”, sonríe.

El mundo de la medicina llenó su vida cuando su mamá enfermó y durante meses fue a visitarla al hospital. “Me encantaba ese ambiente. No me daba nada de impresión. A los médicos los veía como algo superior y todo me llamaba muchísimo la atención”, recuerda.

Violeta tenía una “abuela del corazón”, una vecina que la cuidó durante muchos años, cuyos cuatros hijos se dedicaban a alguna profesión relacionada con la salud. Entre las visitas a la mamá en el hospital y el ambiente que respiraba en la casa de esa abuela, el sueño de ser vedette fue trocando en el de ser médica.

Aprendizajes

“Soy médica y no tengo idea de cómo manejarme”, sintió al iniciar la residencia. Ya tenía su número de matrícula que la autorizaba a ejercer pero “en la práctica no es todo tan perfecto como en los apuntes. Uno se encuentra con pacientes que por ahí presentan sintomatología solapada. No es tan directo como “me dijo esto, le doy esta medicación y el paciente soluciona”.

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Todo lo referido a la relación médico – paciente lo aprendió durante estos años de trabajo en el hospital.  Uno de los principales aprendizajes fue “no juzgar”. “Uno no sabe el contexto. Uno piensa que el paciente se abandonó porque no tomó la medicación y por ahí el motivo fue que no tenía plata para comprarla. Su contexto social quizás no era favorable como para tener una adherencia al tratamiento.”

Le sorprende que con frecuencia haya pacientes que les dicen “gracias por tratarme bien” cuando “lo único que hicimos fue escucharlos”.

A Violeta le interesa especialmente la prevención. Cotidianamente se le hace evidente cuánto hay por hacer en ese sentido. La vez que le tocó rotar en la especialidad de infectología en el hospital Argerich se encontró con jóvenes contagiados de HIV que nunca habían escuchado hablar del Sida.

“Las enfermedades crónicas no transmisibles hoy en día son otra pandemia”, dice la médica. “La diabetes, la insuficiencia cardíaca o el Epoc por tabaquismo sería más fácil prevenirlos que después tratar a los pacientes internados”, advierte. “Yo entiendo que los cambios en el estilo de vida son difíciles pero haciendo un trabajito de hormiga, cambiando algo chiquito de a poco, se puede retrasar o evitar una enfermedad crónica.”

Inversión

Hace algunas semanas los residentes y concurrentes de los hospitales públicos de Caba reclamaron aumento de sueldo. Con un paro que se prolongó por más de dos meses y múltiples movilizaciones lograron que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires acceda a su pedido. La visibilidad de su “marea blanca”, como la llamaron, motivó esta nota.

“Si el Estado invertiera más en campañas de prevención menos gente se enfermaría. Si pagaran mejores salarios a los médicos más colegas querrían trabajar en el sistema de salud pública y los pacientes no tendrían que esperar tres meses para que les asignen un turno”, dice la Dra. Violeta Schmidt. Y concluye redondeando su expresión de deseo: “Si los Estados invirtieran en salud la plata que invierten en cuestiones menos cruciales cuánto mejor andaría todo”.♦

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