Los reductos de esta nota tienen la calidad de un restaurante, pero la calidez que solo ofrece un club. Los precios de un buffet, pero la carta de un gastronómico que haría vaciar billeteras en Recoleta. Botellas de litro y pizarras afuera, pero también un bife de costilla bien hecho, un risotto de pollo, una regia parrillada para tres.
Son lugares que llenan la panza y las ganas de compartir. Y entre uno y otro hay apenas 15 minutos a pie, derecho por Joaquín V. González. Cuatro minutos si se va en bici. GEVS Buffet, en Villa Santa Rita. Cantina Pacífico, en el limítrofe Villa del Parque.
Gimnasia y Esgrima de Vélez Sarsfield es el club que da la sigla a este buffet, ubicado en Joaquín V. González casi Magariños. Por fuera, es fácil darse cuenta de que ahí está Gimnasia: las letras gigantes con aire art déco sobre el alero, la misma sigla que se repite en las baldosas de la entrada, el frente blanco y azul cobalto. Pero pocos forasteros repararían en que allí se da de comer a 220 personas, se sirven parrilladas en la que pican tres a $4.000, se vende una milanesa a la napolitana para dos a $1.000 o platos del día a $600 cada uno.
“Para mí es genial tener un lugar a una cuadra en el que sé que siempre voy a comer rico y barato. Se llena de gente del barrio, hay muchos pibes que van a jugar a la pelota. Te tratan recontra bien, tienen un clima buenísimo”, destaca Emilia Erbetta (37), que hace seis años vive en Floresta, el barrio que está enfrente. Como buena habitué, tiene sus recomendados: milanesa a la napolitana y bife de costilla con ensalada. También, el locro del 25 de mayo y el 9 de julio, que la última vez convocó dos cuadras de cola.
Pero “tener un buffet no es solamente vender una milanesa”, advierte Flavio Lavalle, socio del restaurante junto a sus hermanos Sergio y Diego. “A veces es llevar hielo a un nene que se lastimó, o llamar un remís para quien te lo pida, o saber que van a pasar a usar el baño. Es estar al servicio de la gente”, cuenta. La sociedad fraternal sabe mucho sobre dar de comer en clubes: de adolescentes ya ayudaban a sus padres en El Alba (Villa del Parque) y Kimberley (Devoto). Hace diez años desembarcaron en el GEVS, le lavaron la cara, empezaron a abrir al mediodía, sumaron el salón que da a la calle. Años después, tiraron la pared que daba al gimnasio y agregaron esos metros.
“Si bien tenemos variedad, la cocina no es muy elaborada. Nuestro punto fuerte es la cantidad, la frescura, un precio acorde y una atención cordial -enumera Flavio-. No nos gusta apurar a la gente. Que se quede todo el tiempo que quiera”. Esa comodidad fuera de tiempo se nota. El televisor puesto en ESPN. La luz artificial pero cálida, que potencia el machimbre y las paredes color tostado, una elección inusual para un buffet.
Tres trabajadores, instaladores de alarmas que terminaron su jornada y se toman selfies en la mesa. “El café ese de siempre, pero ahora con un alfajor”, le pide uno a la moza. A dos mesas de distancia, un jubilado de boina a cuadros se pone al día con su hijo. “La gente que da propina va al cielo”, reza un cartel sobre la barra. El señor lo recuerda y deja un billete.
A poco más de un kilómetro, en Villa del Parque, Cantina Pacífico se ve desde la vereda: la mayoría de las mesas están allí y no en el salón interno, aprovechando los seis metros de ancho de la acera de Santo Tomé casi Joaquín V. González.
En buena parte de las mesas hay cerveza tirada. En otras, tazas de café ya vacías. Es el instante de la tarde en que infusiones y alcohol conviven. Y en que empiezan a caer los primeros clientes para cenar. El mozo sabe que uno siempre pide milanesas con papas y esta noche le sugiere algún corte de parrilla. “Cómo le complicamos la vida a la gente”, remata, entre risas.
“Buen provecho”, se dicen mientras tanto de una mesa a otra, aunque no se conozcan. Lo que sí conocen todos es la carta, de memoria: ensaladas desde $450, tortilla de papa o verdura a $500, pastas a partir de $650, parrillada para dos a $3.200. Ya falta poco para la práctica de Futsal en Pacífico, y los jugadores y jugadoras van llegando. Una entra en pánico por una abeja que se posa encima, y salta de la silla donde tomaba un café. Otro la ayuda a sacársela y el resto se ríe. A la comensal de la mesa vecina se le cae la cuchara del susto, y llega otro miembro del grupo a levantársela enseguida.
A diferencia de otros restaurantes, las mesas en los buffets no son islas, son nodos. Son elementos que se tocan, elásticos, diversos. Los padres o madres que llevan a sus hijos a jugar, que se quedan esperando y tejen redes hasta el tercer tiempo; los deportistas federados o aficionados que trascienden la actividad y gestan grupos nuevos. No se sabe qué vino primero: si el partido, el comer o el instante compartido. Con platos más o menos elaborados, ganas de encuentro y precios acordes, los buffets de clubes son un bastión barrial que cambia para seguir permaneciendo ♦
Club GEVS: Joaquín B. González 1511
Instagram: @gevsbuffet
Club Pacífico: Santo Tome 3851
Instagram: @cantinapacifico