Escuela Fernando Arranz: con las manos en la arcilla

Una visita a la escuela de cerámica de Villa Luro.

José Luis Domínguez aún recuerda cuando hace cinco años conoció la escuela. “En ese tiempo yo estaba trabajando con hierro, fabricando unos muebles y esculturas, y de casualidad andando por la zona veo un cartel que dice ¨esmalte en metal¨. Entré para ver de qué se trataba, le pregunté a una señora –que resultó ser la modelo de la materia dibujo- y ella tuvo la amabilidad de mostrarme todo el lugar. ¡Fue amor a primera vista! Cuando vi todo lo que sucedía en esa escuela, dije: ¨me meto acᨔ.

En esa esquina de Magariños Cervantes y Lope de Vega, en el particular edificio construido con caños de colores y un diseño impensado para los años setenta, habita un mundo mágico. Cerca de 600 alumnos repartidos entre el nivel inicial (sexto y séptimo grado de la escuela primaria), la escuela secundaria y la formación para adultos comparten las aulas y talleres con 260 profesores. Dice José Luis sobre la institución: “No solo me gusta el contacto con esa materia prima que es la arcilla sino también el vínculo con profesores que son muy grosos, gente con años de oficio, dignas de un gran respeto”. Y agrega: “Además de aprender de los docentes, también hay alumnos con un nivel y un bagaje de formación que hacen que el intercambio con ellos sea muy rico”.

Los pasillos de la escuela son en sí mismos un museo: objetos de alfarería, vitrales, moldería, metales esmaltados. Hay allí una muestra estable y también otra itinerante que suele salir de gira a exhibirse en otros establecimientos.

No todo es color de rosas

El edificio donde estamos cursando es compartido con la escuela de danzas Jorge Donn; para ellos es más conflictivo estar con nosotros que para nosotros con ellos, necesitarían un espacio más conveniente –cuenta José Luis-. Está iniciada la construcción de otro edificio en un predio vecino con la intención de mudar ahí a la Jorge Donn, pero por una cuestión económica se frenó. La comunidad de la escuela de danzas presentó un recurso presionando para que la obra continúe, pero hasta ahora eso no sucedió”.

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Tanto alumnos como docentes ponderan el enorme trabajo de la Cooperadora. Y es que más allá de lo puramente edilicio, el mayor conflicto es el escaso presupuesto asignado a educación, cuyas  partidas no cubren los gastos mínimos. “La escuela sobrevive gracias a la Cooperadora”, cuenta José Luis.

Vivir del arte

El propósito de la Fernando Arranz desde su fundación allá por 1974 es la formación del alumno en todas las disciplinas involucradas en la producción de piezas de cerámica, tanto teóricas como de taller. Ya instalados desde hace 30 años en la sede de la calle Magariños Cervantes -en lo que fuera la fábrica Ken Brown- el uso de los espacios predispone al proceso creativo.  “Al manejar una amplio espectro de conocimientos, salís con la visión de una pequeña pyme”, asegura la vicedirectora Marcela Espósito, quien también fue alumna de la escuela.

Que el barrio la disfrute

Una jornada de Raku -técnica japonesa que supone introducir piezas de cerámica en un horno pequeño a casi 1000 grados-, tuvo lugar hace algunas semanas en el patio de la escuela. Cuando los esmaltes alcanzan su punto de cocimiento se retiran en estado de incandescencia y se depositan en un recipiente lleno de viruta de madera u hojas secas de árbol; el calor incendia la viruta, las hojas o el papel y está todo al rojo vivo. La actividad era abierta a los vecinos y los que se sumaron pudieron participar decorando los cacharros y luego se llevaban las piezas de cerámica, como obsequio.

También en la noche de los museos la Arranz abrió sus puertas al barrio: exhibieron obras de alumnos destacados y de profesores a la vez que ofrecieron a los visitantes talleres de serigrafía, estampados de remera y vitral. ♦

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