En la edición de marzo de Vínculos Vecinales, publicamos la primera parte de una entrevista a María Claudia Martíne, donde nos contaba sobre su obra escultórica dedicada al barrio, sobre todo la serie titulada “Mujeres de Floresta”: qué la inspiró, cómo fue el proceso de realización, su objetivo al obsequiarlas a la comunidad. Pero hubo mucho más en aquella entrevista, María Claudia nos contó sobre su recorrido artístico desde la adolescencia hasta la adultez. El viaje externo (dejar su ciudad natal, encontrar maestros, probar con nuevos materiales, formarse como docente) y el viaje interno (reconocer su identidad, su lugar genuino y desde allí lo que tiene para decir). Probablemente todo artista deba realizar este doble viaje, hacia afuera y hacia adentro, para construirse como tal. Aquí la historia de María Claudia.
Contáme un poco de tu historia y de tu recorrido artístico.
Yo soy una santafecina que se vino a vivir a Buenos Aires en el año 1992 buscando a unos maestros de escultura que ya había conocido en los 80. En los 80 había sido becada por la Secretaría de Cultura de la Nación y había tomado contacto con Buenos Aires y con las posibilidades artísticas que me daba Buenos Aires, entonces siempre me había quedado con ganas de volver. Y en el año 92 me ofrecen un trabajo para dar clases de cerámica a jubilados en lo que era la Municipalidad de Buenos Aires, entonces dejo todo y me vengo. Tenía 31 años.
Me fui enamorando cada vez más de las posibilidades que podía encontrar en los talleres de arte. Yo había estudiado la carrera de Artes Visuales en Santa Fe y había hecho el profesorado de nivel primario para dar clases en las escuelas.
En los 80 tuve mucha suerte porque no tuve que presentar currículum para conseguir mi primer trabajo, sino que me llamaron. En el Liceo Municipal de Arte de Coronda necesitaban una ceramista y sabían de mí porque yo ya era una ceramista que me dedicaba mucho a ese arte. Llegué allí en el año 84 a hacerme cargo de mi primer trabajo en la docencia (y prácticamente en la vida porque ese era mi primer trabajo formal) y me dijeron “usted va a ser Jefa de Taller de Artes Visuales”, así que con apenas veintipico de años yo ya tenía una responsabilidad muy grande. En el Liceo daba clases a los adultos, a los niños y a los adolescentes.
El barro, la arcilla, la cerámica era lo que a mí me atraía. Me fui volcando hacia el arte del modelado y cada vez lo perfeccionaba más, tanto en el modelado cerámico como en el modelado escultórico. Yo aunaba los dos a través de la cerámica trabajando con hornos a leña y distintos tipos de hornos, con algunas técnicas muy primitivas y otras no tanto. Además, me interesaba mucho el rescate del arte indígena. Trabajé con comunidades tobas, indagué en la cerámica litoraleña de los mocobíes, toda la región de santa fe la investigué mucho. Encima trabajando en Coronda, pude tomar contacto con un Museo que tenía en su patrimonio las mejores piezas de la cultura Corondá (que tenía muy desarrollada la cerámica), todo eso me fue nutriendo.
Pero la cerámica me fue quedando chica. Necesitaba cada vez hornos más grandes. Ahí fue cuando me pasé a la escultura y necesité tomar clases con otros maestros. Mientras tanto trabajaba como docente de plástica y cerámica. Cuando llega el año 87, vengo becada a Buenos Aires con un proyecto de Modelado Escultórico.
Cuando viniste a Buenos Aires ¿te viniste a vivir directo a Floresta?
No, primero viví en distintas pensiones o casas de amigos, después viví unos años en Devoto. Uno de los lugares que me habían asignado para dar Cerámica a los jubilados estaba en Devoto. Allí había unos locales baratos, fábricas cerradas o espacios que no se usaban comercialmente, y alumnas mías de la tercera edad me lo alquilaban, en aquélla época aún se alquilaba de palabra. Me sentía cómoda en ese Devoto popular.
EL ENCUENTRO CON OTROS ARTISTAS
Me habían invitado a participar en la Sociedad de Artistas Plásticos, eso me llevó a conocer a otros artistas, a gente muy reconocida. Como yo integraba la Comisión Directiva, pude hacer todo un trabajo para organizar el Departamento de Escultura, conseguir recursos para la Sociedad. Fue una especie de militancia lo que hice por esa Sociedad artística que es muy antigua y muy importante en Buenos Aires.
A la par fui trabajando cada vez más formalmente en la docencia y mientras tanto me iba desarrollando en lo artístico, fui encontrando mi propia imagen. En ese camino me ligué con el hierro.
¿Cómo llegaste a encontrar en el hierro tu materia prima expresiva?
Durante un tiempo tuve un taller de arte en la Boca, compartía el espacio con una escultora que me había alquilado en una de esas casonas antiguas. En La Boca me llamaban mucho la atención las estructuras de hierro, los puentes, las grúas del puerto. Me ligaba a mi ciudad natal, Santa Fe, donde hay un gran puente de hierro que es un puente colgante, o sea como que en esas estructuras de hierro hay una filiación entre ese paisaje natal con este paisaje urbano.
No debe haber muchas mujeres que trabajen hierro.
No, no hay tantas pero hay, cada vez más. Y más desde que yo doy clases. Doy un curso de herrería de diseño en el Municipio de Morón. Yo pude unir lo técnico con lo artístico y armar un curso donde las personas ponen su creatividad en juego. Y en ese curso cada vez hay más mujeres.
Uno de mis maestros decía que el artista plástico mientras se está formando tiene que trabajar con el material que puede, pero cuando logra saber lo que tiene que hacer, tiene que trabajar con el material que debe. Y así es. Entonces a mí me pasó que al principio tenía que trabajar con cualquier cosa, unas maderitas, unos pedazos de telgopor, porque no tenía plata. Pero sabía que llegado un momento iba a tener que encontrar los recursos para hacer lo que me pidiera mi interioridad. Porque el artista tiene que ser genuino con él mismo. Si vos me preguntás de los materiales y lo pesado de las herramientas, ni lo pensé. Me fui dando cuenta en el interín que cada vez hacía cosas más grandes y que necesitaba más ayudantes o que necesitaba fletes más caros y por ahí yo sola no lo podía hacer. Los escultores es como que estamos metidos en una gesta, son gestas heroicas, como me decían algunos. Pero también te da una satisfacción muy grande tener la materia bruta y después haberla transformado en una cosa que no tiene nada que ver con esa materia, como que se formó otro ser. Es como decodificarse a uno mismo, es todo un proceso de mirar para adentro, de mirar tu historia.
Entonces cuando yo digo que encontré mi filiación en el paisaje del puerto de Buenos Aires tiene que ver con una historia ligada a ese puerto, a esos hierros, a esas grúas. Yo era una bebé y mi mamá me llevó al puerto de Buenos Aires a buscar a mi papá que venía en barco. Él había ido a dar la vuelta al mundo en el año que yo nací y cuando regresó yo tenía seis meses y fui con mi mamá a buscarlo. Parece ser que lo primero que vi fueron las grúas de lo que hoy es Puerto Madero, o de lo que hoy es la zona de Buquebus, pero en esa época, en el año 61, allí llegaban muchos barcos, había muchas grúas, había mucho movimiento portuario. Entonces eso quizás quedó en una memoria afectiva, seguramente las imágenes entraron en mi y lo que quedó es el afecto con el que las viví.
Para más información de la obra de María Claudia Martínez:
http://www.algosobrearte.com.ar