Matías Lockhart tenía 42 años y había decidido darle un giro a su vida. Después de dos décadas dedicadas a un trabajo monótono en una metalúrgica, estudió para chef y se pasó al rubro de la gastronomía agroecológica.
Comprando verduras en la feria de la Facultad de Agronomía, en el 2018 conoció a Carlos Briganti -conocido como @elrecicladorurbano y referente de una organización llamada Colectivo Reciclador. Uno de los proyectos que lleva adelante este colectivo es la “Acción Huerta Urbana”, en el que buscan conectar a las personas mediante la creación de huertas comunitarias en espacios públicos. Matías decidió participar de la movida.
“Si tan solo los edificios públicos en CABA pusieran huertas en sus terrazas, podrían producir alimento para el 50% de los habitantes de la ciudad”, explica Matías. “Lo que hacemos con Acción Huerta Urbana es ayudar a los vecinos que quieren cuidar una huerta en su vereda. Buscamos tierra, vamos a las gomerías a buscar neumáticos usados, y los intervenimos de color verde junto a quienes se quieran sumar. Luego, la responsabilidad de cuidar la huerta le queda a cada frentista”, aclara.
A partir de una publicación en el grupo de facebook “Villa Santa Rita, Mi Barrio”, varios vecinos contactaron a Matías para que los ayudara a armar sus huertas. “Buscamos que haya alimentos sanos en el kilómetro cero, es decir en la puerta de la casa de cada persona. No es un reemplazo de las verdulerías porque es una producción mínima y no es suficiente, pero la idea es poder llenar de alimento y de vida a las veredas de la ciudad”, explica.
“Una mala acción generó cincuenta millones de buenas acciones”
Apenas creó su propia huerta en la vereda de la calle César Díaz entre Campana y Lavallol, Matías tuvo problemas. Uno de sus vecinos le envió una carta-documento intimándolo a sacar los neumáticos porque los consideraba peligrosos y feos. Sin embargo, al enterarse, otra de sus vecinas le ofreció mudar la huerta enfrente, donde vivía su hermano. “La vecina de al lado también me dijo “yo tengo un cantero, ponelas acá”. Otra de la esquina también me ofreció y, al día de hoy, en toda la cuadra entre las dos veredas hay aproximadamente ochenta neumáticos con alimentos. El resumen de esto es que una mala acción generó cincuenta millones de buenas acciones”, relata.
Matías vive en Villa Santa Rita desde hace ocho años, pero fue recién a raíz de este proyecto y el episodio de la carta-documento que conoció a sus vecinos. “No sabía ni sus nombres. A partir de la creación de la huerta empecé a recibir numerosas tocadas de timbre, incluso hay gente que me regala plantas”.
“Un día salgo a regar y veo dos arbolitos recién sacados de un vivero: alguien los había dejado ahí y se había ido, sin decirme nada; eran un limonero y un quinotero”, recuerda Matías.
En el Pasaje de Mariposas
A la vuelta de las huertas de César Díaz se encuentra el pasaje Toay, de dos cuadras de extensión. La gente que vive allí lleva varias generaciones. Se conocen entre todos: salen a la vereda, conversan y los hijos de unos juegan con los nietos de otros. Y cada diciembre cierran la calle, ponen una mesa larga y comen todos juntos para despedir el año.
Este diciembre Matías participó del evento. “A raíz de la huerta me invitaron a esa cena y tuve la oportunidad de conversar con ellos. Ahí me crucé con una familia que conocía de vista porque nuestros hijos van a la misma escuela -la pública Casilda, de Magariños Cervantes y Nazca-. Y me dicen: ¨¡nunca te dijimos, nosotros te dejamos dos arbolitos!¨. Yo que no sabía a quién agradecerle, recién ahí me enteré de quién se trataba.”
Romina Suárez, también vecina de Toay, es bióloga y trabaja en el INTA en temas de biodiversidad. Al final del pasaje hay un terreno al que ella, siempre que pasa, le echa el ojo. Es un lugar abandonado desde hace más de veinte años. “La gente lo considera un baldío, pero en realidad está lleno de vida. Las aves van dejando semillas, van creciendo plantas y hay mariposas”, cuenta la bióloga.
En la ciudad de Buenos Aires, la creciente edificación hace que las mariposas, como muchos otros insectos, dejen de tener el hábitat que necesitan para reproducirse. Por eso ya casi no se las encuentra.
En medio de la cuarentena y el home-office, Romina pensó que podía dar una mano a las mariposas del baldío de la esquina. “Estábamos en otoño y me dije, ¿por qué no ofrecerles otro espacio para cuando llegue la primavera? Me puse a armar un jardín en mi patio con las especies de plantas nativas que buscan las mariposas para comer y reproducirse. Quería ver si funcionaba”.
Y funcionó. Llegaron las mariposas, dejaron huevos y nacieron orugas que comieron de las hojas. Entonces Romina subió la apuesta. “Les pregunté a mis vecinos si les copaba hacer lo mismo en la vereda, que plantemos esas especies en los canteros a lo largo del pasaje.”
Hoy al Toay sus habitantes lo llaman “pasaje de mariposas”. Armaron con ese nombre un grupo de Facebook donde van dejando registro de la evolución del experimiento. “Queremos compartir la experiencia con otras personas, que se motiven y nos imiten, así multiplicar los espacios donde las mariposas encuentren un hábitat propicio”, se entusiasma Romina.
“Hoy muchas personas dejan comentarios en el grupo de Facebook, ¨veo más mariposas¨, escriben, incluso gente que no es del pasaje”, dice satisfecha.
El mismo Matías un día posteó en el grupo una foto donde se veía una mariposa Monarca posada sobre una flor amarilla. Acompañó su posteo con este texto: “Ayer, mientras regaba la huerta de la vereda, vi a esta hermosa visitante”. Romina agregó un comentario: “¡Qué bueno! ¡Ya están llegando a las huertas!”.
Ahora, cuando Matías trae tierra para la huerta, les lleva a los del Toay para sus canteros. Una sinergia vecinal que potenció la cuarentena. ♦
Foto de portada: Vecinxs del pasaje Toay, en Villa Santa Rita, crearon un hábitat propicio para que vuelvan las mariposas, el segundo mayor polinizador luego de las abejas.