En Floresta, basta con traspasar la puerta de la casa de Pablo para adentrarse en otro mundo. Primero, un pasillo que conduce a un jardín, contorneado en toda su longitud con pinturas de colores punzantes. Después, un gran living colmado de piezas tan variadas que parecen abarcar todas las posibilidades del lenguaje visual. Un mundo donde el arte es el motivo y el trabajo compartido, el motor.
De la soledad del taller al taller de puertas abiertas
Para artistas que siempre trabajaron solos en sus casas-taller, la obligación de estar encerrados durante lo más duro de la pandemia, los potenció. “También nos dio la oportunidad de pensar qué hacemos con lo que producimos, reflexionar sobre las necesidades que tenemos”, apunta Karina Kurc, pintora y dibujante.
“Dos por tres escuchaba a colegas quejarse de las fortunas que les pedían las galerías para exponer”, agrega Pablo Gazal, cuyo trabajo se aboca a la pintura, el dibujo, la serigrafía y el grabado. Una de ellas era Silvina Nanni –artista dedicada a la pintura, el dibujo y los dibujos animados– que lo vivía así: “A mí me gustaba ver obras en una galería por el espacio, la luz, el color y pensaba ¡qué lindo exponer acá! Pero cuando consultaba el costo me pedían 80.000 pesos”.
“Vamos a armar una movida alternativa, no para ponernos en contra de las galerías, sino para generar alguna acción que nos rinda”, se decidió Pablo un año y medio atrás y dio el empujón inicial: “Escribí un texto y comencé a convocar a conocidos, después a conocidos de conocidos”, reconstruye la historia que dio pie a la experiencia que bautizaron: Alianza de Artistas.
“La idea es formar una cooperativa en la que entre todos nos vayamos proveyendo de potenciales clientes y armar una unión más sinérgica y autogestiva”, explica.
En agosto del 2021 realizaron su primera exposición y desde entonces la repiten cada mes en forma itinerante, rotando el escenario entre los talleres de cada uno de sus miembros, que en modo fluctuante ya sumó a más de cincuenta.
Una búsqueda alternativa
Si bien el grupo surgió como una forma de cooperar a nivel económico, lo alternativo de la propuesta no se limita a ello. “Nuestra aspiración –dice Pablo– es abrir lo suficiente esta estructura para que se transforme en un modo de trabajo, más que en una marca registrada.”
Y por modo de trabajo entienden varias cosas: una de ellas es la calidez del gesto del artista brindando su casa, en contraposición a una expo en una galería o incluso en un centro cultural, que podría ser otra opción.
Esta calidez que esta Alianza imprime, no solo la sienten los artistas sino también los espectadores. En un rincón del patio, una chica de pelo recogido agacha su mirada sobre una mesa donde hay esparcidas pequeñas acuarelas pintadas sobre papel y cartón, con imágenes que remiten a la naturaleza.
En el living, un treintañero de look relajado que visita la expo por primera vez, observa grabados y dibujos junto a su compañera, que lleva un sweater tan colorido como la obra que mira. Dos artistas conversan sobre sus producciones en otro rincón. Un visitante advierte el contenido de la charla y para la oreja, interesado en escuchar los detalles sobre la técnica utilizada en esos óleos verticales, dedicados a la figura humana, cuyos bastidores se apoyan uno sobre otro contra la pared.
La tinta negra de un dibujo enmarcado en madera dota de ojos a un papel blanco, a través de la ventana que da al patio lo mira una mujer y le cuenta sus impresiones a la dibujante.
Ludmila es la tercera vez que acepta el convite a la expo hogareña. “Las tres veces me gustó la diversidad de material que vi y encontré varias obras con las que me identifiqué”, dice, y agrega a modo comparativo: “me ha pasado de visitar alguna galería o algún museo y pensar frente a lo que veo: ´está bien hecho, pero no me llega´, en cambio lo que encuentro acá, sí”. La joven espectadora adjudica al clima familiar la facilidad para vincularse de otra manera con las obras y los artistas. “Se abre un espacio de dialogo que en un museo no encontrás”, afirma.
Además de habilitar nuevos canales de venta, de estrechar lazos entre ellos y con los espectadores, los de la Alianza buscan proyectarse como un grupo de artistas trabajando para artistas: que la iniciativa atraiga a sus pares, “que sea capaz de superar los prejuicios, los egos, los grupos y las líneas que a veces actúan como impedimento para que los artistas visuales se acerquen también como público a un espacio alternativo como éste”, advierte y a la vez convoca, Karina Kurc.
“Nosotros en algún punto somos como el agua. Se arma una grietita y ahí nos metemos. Como no hay demasiados espacios donde exponer, ni demasiados talleres ni muchos compradores, entonces, si hay una posibilidad en tal lugar, vamos, hablamos. Si se da, bueno. Si no se da, no importa. Una cosa lleva a la otra, como si fuera un silogismo. De la misma manera que se crea una obra”, describe con poesía Marcela Barruel, artista textil, la cuarta integrante de este núcleo duro que tracciona al colectivo. ♦
Alianza de Artistas
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