La Huerta de la Cuadra

Fue iniciada por una vecina allí donde “solo habia un limonero con caca de perro”. Hoy es punto de encuentro de huerta y arte, además de aula a cielo abierto.

Fue iniciada por una vecina allí donde “solo habia un limonero con caca de perro”. Hoy es punto de encuentro de huerta y arte, además de aula a cielo abierto.

La Huerta de la Cuadra

Fue iniciada por una vecina allí donde “solo habia un limonero con caca de perro”. Hoy es punto de encuentro de huerta y arte, además de aula a cielo abierto.

Alejandra Pérez, la maestra de segundo grado, llevó a los chicos al patio con una misión: buscar en las paredes tallos verdes que se hayan abierto camino entre las grietas. “¿En qué se parecen estas plantas silvestres al pino enorme que tenemos en el cantero?” les preguntó después. Y de vuelta en el aula, sobre los bancos afloraron frascos de vidrio, papel secante, algodón, porotos y lentejas. “Para comprobar que la planta es un ser vivo, que respira, que se alimenta, que necesita sol y agua, hicimos la germinación”, reconstruye Alejandra. Hasta ahí, todo según lo planificado. Entonces, Jazmín le dijo: “en mi cuadra tengo una vecina que hizo una huerta en la vereda y yo cuando voy, juego con el compost y las lombrices”. “Decile a mami si me pasa el número de tu vecina, así le pregunto si quiere que hagamos algo juntos”, le contestó Alejandra, cazando la oportunidad al vuelo. “Yo trato de tomar las propuestas de los pibes porque es el elemento motivador”, explica.

El feriado y la vereda

La vecina de Jazmín es Patricia Bordenave, y su huerta la conocen en el barrio como “la huerta de la cuadra”. Hasta el 2014, en su vereda “solo había un limonero con caca de perro”, recuerda. Los cajoncitos de madera y el compost los tenía adentro. Pero un día notó que la terraza ya no alcanzaba para sus plantas. El deseo de compartir no cabía en el patio. Entonces abrió la puerta. “Meses después, un día muy nublado, salí con las pinturas para decorar un cajoncito. Era el feriado del 1 de mayo, y se empezaron a acercar vecinos, mamás con chiquitos, con más grandes, que querían pintar. Ese día habremos sido unos diez reunidos en la vereda”. Un lazo invisible los envolvió, una confianza nueva se selló. “Fue con la pintura de los chicos que empezó todo”, asegura.

Patricia dice que la suya es una huerta-jungla. Que si bien ella conoce y comunica qué planta va mejor con cuál otra, la asociación beneficiosa, en este rincón “sale como sale”, porque el objetivo no es el cultivo en sí, el objetivo es social.  “Acá sucede lo que le inspire a cada uno. Hay gente que deja plantas, hay gente que se lleva, gente que deja adornos, tierra, porque saben que acá circula”. “Eso es una biblioteca”, dice Patricia señalando en la pared, a metro y medio del piso, un cubo de madera pintado con colores brillantes. “Alguna vez estuvo lleno de CDs, discos que dejó alguien, y se fueron yendo.”

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“Cuando yo cosecho armo sobrecitos, pongo cedrón, burrito, y durante la semana se van yendo. Y de pronto hay romero, que trajo alguien, el vecino anónimo. Y no dice que es para llevarse o para dejar, no dice nada, ¡y funciona!”

El impulso de la huerta llevó a Patricia Bordenave a crear la Asociación Civil El Llantén. “Así como la planta de Llantén regenera tejido, con la Asociación queremos regenerar tejidos social.”, explica.

La videollamada

Suena en su teléfono la llamada acordada. Del otro lado de la conexión wifi, están Alejandra y los chicos de segundo de la escuela Antonio Dellepiane. De este lado, Patricia usa la cámara del celular para mostrarles la huerta.

Va recorriendo un bancal (así se llama el cajón de madera que contiene a las plantas), acercando y alejando el teléfono para que se vea bien. “Esto es borraja, ésta taco de reina, y éste boldo paraguayo que se usa para espantar a los bichos”. “Esto es diente de león, que crece espontáneamente. Acá hay Llantén, Pavonia Hastata, ésta es la flor de la borraja, que se come y es muy buena porque tiene mucho hierro, se puede mezclar con acelga”, continúa Patricia su visita guiada virtual. “Acá hay brotecitos de rúcula y por ahí en algún rincón… tomate, yo no lo planté, salió del compost.” Cuenta Patricia que en la charla iban hilvanando todo lo que los chicos veían hasta llegar a los residuos orgánicos, a la compostera.

Cuando la videollamada terminó, los chicos volcaron la atención en algo material que Jazmín había llevado a la escuela. “Patricia nos mandó un compost en proceso en un envase y un compost ya tamizado en otro”, cuenta Alejandra, y subraya el valor de la experiencia directa: “Es mucho más rico ver un tarro con restos de comida, cáscaras, choclos, lombrices y tierra que buscar la definición de compost y meramente estudiarla.”

En la vereda de Patricia, Jazmín se para junto a un macetero redondo que en letras verdes tiene escrito “La huerta de la cuadra”, con muchos corazones pintados alrededor. “Esto lo escribí yo”, dice, y agrega: “algunas amigas mías ahora quieren venir a la huerta”. Patricia entonces invita: “Ellos saben que si un día tienen ganas de pintar vienen con sus pinturas y está todo bien.”

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Este invierno

En esa frontera en la que Villa del Parque limita con Paternal, se gestó un ritual que los vecinos repiten cada estación: una reunión de huerta y arte a cielo abierto. La última fue hace poco, la tarde del 24 de julio. Esta vuelta, buscaron una tarea extra: tejer juntos cuadraditos de lana para sumar su aporte a una campaña solidaria. Hubo música, siempre hay música. Esta vez, acompañó un grupo de folclore que tiene a una vecina en su formación. Hicieron una fogata y al calor del fuego un vecino les enseñó a fabricar recolectores de fruta, así pueden cosechar los limones más altos. “Ya estoy registrando qué árboles frutales hay a una o dos cuadras para ir a juntar”, dice Patricia.

Encuentro de invierno en la Huerta de la Cuadra / Foto: Liliana De Maio

Mientras tanto, en el patio de la Dellepiane, hay un cantero donde los chicos de segundo cavaron pequeños pozos, hundieron las raíces de algunas plantas que llevaron de sus casas y abonaron la tierra con el compost de la huerta de la cuadra. Así finalizó el proyecto justo antes de las vacaciones de invierno.

¿Qué es lo que más llamó la atención de los chicos? “Que nada de lo que está en la huerta sea comprado”, contesta Alejandra, “cómo de bidones se hizo un jardín vertical, cómo un lavatorio o un tambor de lavarropas pueden servir de maceteros, cómo puede haber en la vereda una biblioteca donde nadie se robe las cosas sino que vos te llevás un libro y ponés otro, que las cosas que están ahí no se compran ni se venden, sino que se comparten.”

– A mí lo que más me gusta de la huerta son las lombrices –dice Jazmín. ♦


(*) Foto de portada: Jazmín junto al macetero que ella misma pintó.

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Dirección: Biarritz entre Caracas y Bufano

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