La historia de la escuela de educación especial “Bartolomé Ayrolo” es, probablemente, la historia de cómo la comunidad sorda en la Argentina fue fortaleciéndose, creando lazos, ampliando derechos y reclamando ser reconocida. Se trata de una institución pionera: fue la primera escuela argentina para sordos, un espacio de referencia a nivel regional, con una tarea que excede largamente la educativa, la enseñanza de Lengua de Señas y la formación en oficios.
No es sin embargo por ninguna de estas características que el Ayrolo fue noticia en los últimos días: ocurre que el bellísimo Palacio Ceci que forma parte de esta escuela, podría serle “quitado” al Ayrolo, para ser destinado al proyecto del “Distrito del Vino” en Villa Devoto. La comunidad educativa rechaza de plano este proyecto, que implicaría restarle un espacio cuya refacción está esperando desde años.
El bellísimo Palacio Ceci que forma parte de esta escuela, podría serle “quitado” al Ayrolo, para ser destinado al proyecto del “Distrito del Vino” en Villa Devoto. La comunidad educativa rechaza de plano este proyecto, que implicaría restarle un espacio cuya refacción está esperando desde años.
Mientras tanto, esta escuela sigue realizando un trabajo imprescindible, recibiendo a alumnos y alumnas que a veces llegan desde muy lejos, que a menudo tienen muy bajos recursos, ofreciéndoles una contención pedagógica y social y una oportunidad concreta de inserción que marca las vidas de los 450 niños, adolescentes y adultos que integran la matrícula.
Vínculos Vecinales llegó al Ayrolo en una luminosa tarde de otoño, que así se siguió percibiendo puertas adentro de la escuela, en un ajetreado cotidiano de chicos y chicas que iban y venían a las aulas de ese edificio de estilo. Con entrada por José Cubas al 4100, la construcción forma parte del mismo predio que el Palacio Ceci, cuyo frente da a la avenida Lincoln. Ya en este siglo, un nuevo edificio fue construido en la esquina, sumándose a las instalaciones del Ayrolo. Allí funciona también el secundario para adultos hipoacúsicos CENS N° 66.
Nos recibió la directora, María Rosa López, junto a la vice, Valeria González –la primera persona sorda que ocupa este cargo en la Argentina–, el docente de Lengua de Señas Diego Morales y las intérpretes Carina Ali y Marina Duchini. Lo que cuentan refiere al orgullo por lo propio, a la defensa de un trabajo sostenido. También a la indignación y la bronca por lo que consideran a todas luces “un atropello” por parte del gobierno porteño, una jugada que está fuera de la norma y que, están seguros, conseguirán revertir por asistirlos un derecho.
Por estos días toda la comunidad educativa y de sordos les han dado su apoyo, también muchos vecinos y vecinas. Han llenado las calles en diversos actos para pedir al gobierno de Caba que no avance con esta idea que consideran “ilegal y discriminatoria”.
Por estos días toda la comunidad educativa y de sordos les han dado su apoyo, también muchos vecinos y vecinas. Han llenado las calles en diversos actos para pedir al gobierno de Caba que no avance con esta idea que consideran “ilegal y discriminatoria”.
Los funcionarios que pensaron este inconsulto cambio para el Ceci, aseguran, faltan a la verdad al afirmar que estaba sin uso: “Es al revés. Si no lo usamos es porque actualmente el palacio no tiene agua, no tiene rampas de accesibilidad, necesita refacciones y habilitaciones. No está abandonado por nosotros, sino por el gobierno, que nos viene prometiendo su puesta en valor desde el 2013. La escuela necesita volver a habitarlo, tenemos muchos proyectos a la espera de poder contar con ese espacio”, afirma la directora.
El Palacio
El Palacio Ceci data de 1913. Es una construcción absolutamente atípica en Villa Devoto y en el país, por sus características y por su conservación. La escuela de sordos comenzó a funcionar allí en 1938 y en 1967 fue expropiada por el Estado nacional para tal fin. Su imponente arquitectura se mantiene intacta; también se conserva, inusualmente, el mobiliario y la ornamentación original en muy buenas condiciones.
La Defensoría del Pueblo elevó un pedido de informes al Gobierno porteño, denunciando que “la decisión de convertir ese edificio histórico en un polo comercial para la actividad vitivinícola podría poner en riesgo su preservación patrimonial”. Los docentes del Ayrolo se enteraron del proyecto por un posteo en las redes de la Casa de la Cultura de Mendoza que decía: “La ministra Nora Vicario visitó el Palacio Ceci, futura Casa del Vino en CABA. Un espacio y vidriera para mostrar las experiencias enoturísticas de Mendoza”. La funcionaria mendocina había visitado el palacio sin ser presentada a las autoridades de la escuela, a las que les dijeron que se trataba de una recorrida por parte de personal de Desarrollo Económico previa a la prometida restauración.
Una vida en el Ayrolo
A sus 54 años, María Rosa López pasó dentro de esta institución casi medio siglo. Ocurre que de niña venía a la escuela acompañando a su padrino, Juan Carlos López, que era director del Ayrolo, y también a su mamá que trabajaba aquí como auxiliar de cocina, los fines de semana. “Yo jugaba con los chicos sordos; cómo me comunicaba, no me acuerdo, pero sé que lo hacía. Cuando terminé mi secundaria tenía muy en claro que quería ser maestra de sordos, y ejercer acá”, recuerda. “Hoy estoy defendiendo derechos”, afirma. “Me sentí usada por los funcionarios, porque no fueron de frente, no revelaron sus intenciones, que tenían muy claras desde el principio”, lamenta, repasando una larga serie de encuentros con ellos.
Demasiado
Diego Morales es docente de Lengua de Señas desde hace once años en el Ayrolo. También es sordo, igual que su abuelo y su papá, que también fueron alumnos del colegio. “Esta escuela es como mi propia sangre”, dice con orgullo. Junto a la vice, Valeria González, exponen la historia del lugar: “Esto fue un semillero para la comunidad sorda, para que luego se fueran formando las asociaciones de sordos. Hoy hay cuarenta en todo el país, nucleadas en la Confederación Argentina de Sordos”, cuentan, enfatizando la labor social de la escuela. Repasan los primeros tiempos en que solo se admitían varones “y las mujeres venían igual, asistían a la escuela casi escondidas”. También recuerdan cuando la escuela funcionaba como internado para los alumnos que vivían lejos: “algunos se quedaban de lunes a viernes y otros, los del interior, todo el ciclo lectivo, volvían a su casa solo en vacaciones”.
Diego plantea una pregunta simple, pero importante para dimensionar el valor simbólico y material que tiene esta escuela: “Si alguien quiere poner un nuevo restaurant, quisiera saber, ¿lo podría hacer por ejemplo en el Cabildo? Más vale que no, porque es un patrimonio cultural. Con el Palacio Ceci pasa lo mismo. ¿Cómo se les puede ocurrir usarlo para vender vino?”
“Si alguien quiere poner un nuevo restaurant, quisiera saber, ¿lo podría hacer por ejemplo en el Cabildo? Más vale que no, porque es un patrimonio cultural. Con el Palacio Ceci pasa lo mismo. ¿Cómo se les puede ocurrir usarlo para vender vino?”
“Los sordos venimos sufriendo hace muchos años, hay muchos derechos que nos son vulnerados. Pedimos respeto a nuestra lengua y no lo tenemos, estamos luchando por la Ley de Lengua de Señas, nos ignoran, avasallan la cultura sorda. ¿Y ahora nos quieren sacar el palacio? Es demasiado lo que tenemos que aguantar. Estamos diciendo basta”. ♦