El nombre Danzas Recreativas se le ocurrió a la mamá de Carol y a ella le encantó. Su madre es una de las mujeres que van todos los viernes a las cinco de la tarde a la sala del primer piso del Centro de Jubilados Ramón Carrillo, en Devoto. Cuando la actividad empezó, hace un par de meses, ellas movían su cuerpo sin saber muy bien de qué serían capaces hasta que Carol se ocupó de desterrar “el mito ese de que hay que tener determinadas condiciones físicas para bailar”.
“El disparador es la música, yo les indico un movimiento y ellas me copian”, así dice la profe que empieza el encuentro con las adultas mayores.
“Siempre llevo algún elemento: pañuelos, sombreros, bastones de jazz, y mientras bailamos trabajamos mucho la espalda, las piernas, las cervicales. Quizás algunas tienen una parte del cuerpo que les provoca dificultad y de a poco van encontrando sus posibilidades de movilidad y se van distendiendo. Por momentos las dejo sueltas, les digo ‘sigan ustedes’ y por ahí hacen rondas, hacen trencito, verlas así es como una fiesta, y también es un aprendizaje para mí. Cuando termina la clase dicen ‘¿qué, ya terminó?’ Y eso es súper lindo de escuchar. Ellas dicen que en este grupo encontraron un espacio para ellas mismas.”
Danza toda la vida
Carol baila desde que tiene memoria. Un poco fue su madre, esta que ahora va a las clases de Danza Recreativa, la que sembró la semilla. Vio que la hijita de dos años, música que escuchaba música que bailaba, y la vio bailarina. Ya a los tres años viajaban las dos todas las semanas de Devoto al Centro, donde estaba el estudio de danza.
“Yo no me quejaba, yo me prendía en todas y estaba feliz.” A los nueve entró en la Escuela Nacional De Danzas María Ruanova, que se convirtió en su segunda casa hasta que cumplió diecinueve. “Uno de los chicos que estudiaba en ese momento era Julio Bocca, y su mamá, Nancy, era preceptora de la escuela de toda la vida. Había un comedor a lo ¨Fama¨ donde almorzábamos”, cuenta Carol y se nota que recordar estas cosas la divierte.
– ¿Qué te gustaba de bailar?
– Yo creo que sigue siendo lo mismo hasta ahora, y es que podés expresar cosas que no sabes decir con palabras. Y mucha libertad en algunos momentos. Cuando conocí la danza contemporánea la amé porque es expresión pura. Es como un soltarse y volar, estás en otro mundo.
Imagínense una chica de alrededor de 20 años en la segunda mitad de la década del 80. Bailarina en medio de aquel auge cultural porteño. Carol y un grupo de compañeras armaron una compañía a la que llamaron “Contempo” y bailaban en el Teatro San Martín, en el Centro Cultural Recoleta, en Plaza Francia.
“Era todo aventura, era todo pasión”, recuerda. Con 21 años entró en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, una formación de tres años que, dice, “me abrió a otro mundo, ya no era el rodete, las medias rosas y la pollerita de la Escuela de Danzas. Te hablaban de teatro, te hablaban de composición, de todas las técnicas posibles. Nos daban entradas para ir a ver funciones y nosotros también hacíamos funciones como taller en el Hall del Teatro San Martín… Inolvidable ese Hall”, dice prendida al recuerdo.
Vuelta al barrio
Convertirse en docente y ser mamá casi que le llegó al mismo tiempo. A los 25 Carol tuvo a su primer hijo, por la misma época en que había empezado a dar clases a grupitos de nenas en distintos espacios culturales del barrio. Unos años después la recibió el club GEVP y ahí sigue trabajando hasta el día de hoy. “Les doy danza a nenas que están en la Escuela de Gimnasia Rítmica y otros días doy Danza Jazz. En realidad, es una mezcla de estilos: lyrical, contempo, jazz, un poquito de urbano”, describe Carol.
– ¿Qué cambios notás en las generaciones de nenas a lo largo de estos treinta años como profe?
– Una evolución positiva la veo en lo que hace al contacto con el otro, al estar más desenvueltas. A lo mejor antes había que provocar el contacto con ejercicios de confianza: de volcarse sobre la otra, cuerpo con cuerpo. Antes eran como más frenadas en una improvisación, en permitirse determinado tipo de movimientos, ahora están re sueltas. Y el lado que quizás no está tan bueno es que desde hace unos años recibís algunas nenas que están como desbordadas. Entonces yo les pido que se sienten y les hablo, les digo que dentro del salón hay reglas, que pedimos por favor si quiero ir al baño, y lo van entendiendo.
– ¿Qué tenés en mente cuando pensás la evolución de las nenas o las adolescentes en la danza?
– Lo que trato de transmitirles desde el primer día es que no pierdan su espontaneidad. Más allá de toda la info técnica que vayan recibiendo, que evolucionen en su expresividad también. ¿Por qué ponemos el brazo hoy armonioso, por qué hacemos un movimiento cortado, por qué un movimiento ligado? Todo eso es técnica, pero tenemos que fluir en el movimiento. Y aparte que les quede cómodo. Y que les guste lo que hacen. Y en los últimos años lo que más me importó, más allá obviamente de que disfruten la actividad, es lograr una buena comunicación. Si me dicen “seño, seño, ¿hoy podemos charlar un ratito?” y se abren a contarte algo, darles ese lugar. Y bueno, ¡suerte con lo que se abren a contarte! Pero eso te da una confianza importante que también ayuda después al trabajar la danza.
Después de mucha insistencia de las mamás, hace un par de meses Carol abrió otro grupo de danza para adultas en GEVP, llamado «Dancing Mix, bailando con libertad», abierto a socias y no socias.
Las Rudas
Pero la danza no es todo. Desde chiquita hay otro tema que a Carol la inquieta. Son los vínculos entre hombres y mujeres donde, ya de niña, ella veía diferencias de poder y sometimiento que no lograba entender. Recuerda, por ejemplo, el rechazo que le causaban los programas de Olmedo y Porcel con su cosificación de la mujer.
Cuando su hijo y su hija crecieron, quiso volver a estudiar y se anotó en la carrera de Psicología Social. Luego, enfocada en la temática de género, hizo más cursos y fue a charlas y en ese camino su vocabulario se enriqueció con palabras como «empoderamiento» o «sororidad». Las herramientas que Carol fue incorporando en ese recorrido las quiso utilizar para ayudar a otras mujeres.
“Busqué unirme a grupos que lucharan por la causa y así llegué a Las Rudas«, cuenta Carol y explica que se trata de una asociación civil de Tres de Febrero iniciada por tres vecinas que vivieron episodios de violencia de género, buscaron ayuda en el barrio y no la encontraron, entonces empezaron a formarse entre ellas.
Ahora son cerca de 30 mujeres en esta red. Cuenta Carol que trabajan con psicólogas/os especializadas/os para atender a las mujeres que piden ayuda, que entre todas colaboran económicamente si es necesario, que organizan charlas, que hacen eventos de visibilización, que contienen y asisten en lo que pueden a las mujeres que les escriben a través del Instagram, que ahora están buscando incorporar abogadas/os, que están comunicadas todo el tiempo y que en las reuniones, mate va mate viene, en tiempos de un Ministerio de la Mujer cerrado y un 144 desfinanciado, este espacio apartidario es de lo más comunitario que ella se cruzó en su vida.
“Las Rudas a veces también bailamos en círculo… ese círculo que es de tribu, de ritual de mujeres”, dice Carol, uniendo en una misma trama toda su experiencia vital.
“Bailar sana por todos lados… y transmite… y solidariza”, piensa en voz alta, y volviendo al principio, concluye: “Ahí en el Carrillo te das cuenta que, bailando, mujeres grandes se sueltan y hablan, personas que antes no se conocían se empiezan a contar de los nietos”.♦
Carol Trallori
Instagram: @Jazzgevp / @Caro_lt24
Whatsapp: 11 5021-2358
Instagram Las rudas: @somosrudas