Cinco siglos y un festejo en Monte Castro. Capítulo II

El día del cumpleaños del barrio un grupo de vecinos viajó en una máquina del tiempo guiados por la Señora R, integrante de la Junta de Estudios Históricos de Monte Castro. En esta segunda entrega, la pasajera M. cuenta la experiencia vivida a comienzos del siglo XX.


Advertencia para lectores: lo que sigue es una ficción inspirada en el recorrido histórico que en ocasión del cumpleaños de Monte Castro organizó la Asociación de Comerciantes y condujo Rossana Castiglione, arquitecta y miembro de la Junta de Estudios Históricos del barrio. Parte de la información utilizada surge de su relato y parte de otras fuentes consultadas por la autora (1).


Hace unos minutos habíamos escuchado la bocina de un tren a lo lejos, era el «Buenos Aires Pacífico» que cruzaba por las tierras de Antonio Devoto a fines del siglo XIX. Ahora era el trote de unos caballos el que alborotaba nuestros oídos de viajantes intertemporales. Sus herraduras golpeaban la polvorienta Álvarez Jonte y al acercarse vimos que arrastraban una carreta cargada de provisiones, que se detuvo a metros de donde estábamos nosotros, en la esquina de Allende. Mientras el cochero ataba los animales al palenque, la Señora R. nos contó que ahí estaba la pulpería de los Scavino. Luego presionó el panel de comandos de la nave y en la pantalla números electrónicos mostraron la fecha: 11 de octubre de 1907. Chasqueó los dedos y nuestro vehículo se desintegró, dejándonos expuestos al frío matutino pero invisibles a los ojos de los antiguos vecinos.

Pulperia de Jonte y Allente. / Fecha de la foto: fines siglo XIX. / Fuente: www.montecastro.com.ar

Además de botellas, latas y canastos cargados de alimentos, el cochero dejó en la pulpería el diario del día. Parado junto al mostrador de madera había un joven de aspecto cansado. El cuello del abrigo levantado, el sombrero gastado, parecía un estudiante pobre o tal vez un poeta. Tomó el ejemplar de La Prensa apenas el repartidor lo apoyó sobre la barra, abrió las hojas y leyó para todos los presentes las últimas novedades sobre la huelga que tenía en vilo hacía meses a los porteños:

“…El propietario del conventillo de la calle México 1370 se presentó a la comisaría a denunciar que los inquilinos lo amenazan y las mujeres prometen tirarle el agua hirviendo si no hace las rebajas que se le han pedido en el pliego de condiciones.”

El joven suspiró, resopló, dejó el diario y se fue. Cruzó Jonte a grandes zancadas, tratando de evitar que sus zapatos se hundan en el barro. Decidimos seguirlo, pero sus pasos entre charcos eran más ágiles que los nuestros, acostumbrados a caminar sobre baldosas. A la distancia lo vimos entrar en una casa tan precaria que daba lástima. “¡Ya sé quién es él!” dijo la Señora R. “¡Baldomero Fernández Moreno! Su familia pasó años de mucha pobreza en los que tuvo que buscar lugares más alejados para vivir. Llegaron a los pagos de Monte Castro, como muchos otros, expulsados a las afueras de la ciudad por el costo de los alquileres.” Ahí comprendimos el ánimo del joven al leer la noticia de la huelga de inquilinos.

La señora R. volvió a desplegar su mapa, ese que nos ubicaba en el barrio de nuestros antepasados. Si bien la mañana era clara, la atmósfera a nuestro alrededor se veía algo enturbiada por un humo negro que brotaba de múltiples chimeneas, cerca y lejos, diseminadas entre las quintas y los pantanos. “Son hornos de ladrillos”, nos explicó la Señora R., y agregó: “muchos vecinos trabajan en esas fábricas, es una de las principales fuentes de ingresos en la zona además de la producción frutihortícola”. Nos contó que estos ladrillos se usaban para la urbanización del mismo barrio, «pero no por mucho tiempo más estarán acá, porque en 1930 el gobierno las prohibirá y deberán mudarse fuera de las fronteras de la capital».

“¿Ven estas tres calles?” La señora R. señalaba en el mapa a Álvarez Jonte y dos transversales que terminaban en ella, hacia un lado y hacia el otro. “Esta calle es Segurola, que hasta 1904 se llamó “Camino a Monte Castro”; venía desde Rivadavia, que antes se llamaba “Camino Real”. Del otro lado de Jonte, Sanabria, también se llamaba “Camino a Monte Castro”, era la que permitía llegar al barrio desde Devoto”.

Por el “Camino a Monte Castro” andábamos nosotros cuando nos pasó por al lado una carreta distinta a la del repartidor de la pulpería. En ésta viajaban unas seis personas, además del chofer. iban sentados de a tres contra los laterales del coche. El “breack” –ese era el nombre del transporte antecesor del colectivo– cruzaría por el puente del arroyo Maldonado. Tal vez las pasajeras y pasajeros eran gente que iba a hacer sus compras en el pueblo de Flores o tal vez irían aún más lejos y en Flores se tomarían el tranvía hasta el Centro, o el tren, si contaban con suficiente dinero para pagar el boleto.

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Un chasquido de la señora R. y nuestra nave volvió a materializarse como una esfera que nos envolvió. El olor a auto del siglo XXI rompió la magia durante los minutos que estuvimos en su interior. Todos queríamos salir rápido de ahí, nos gustaba ser parte de la época en la que se vivía con la idea de que no había pasado sino solo presente y futuro en esta tierra.

“Vamos a ver la primera urbanización planificada del barrio”, dijo la Señora R., “¿Conocen la historia de las 44 casitas?”. “¡Yo sí! “¿La de las viudas de la primera guerra mundial?”, dijo uno. “¿Las del pasaje Albania peatonal?, dijo otra. “Exactamente”, dijo la señora R., y marcó en el panel de comandos el año 1914. La nave nos depositó cerquita de una calle que se notaba recién trazada, justo cuando algunos hombres descargaban ladrillos de un carro y otros levantaban los primeros muros de las futuras casas.

Los viajeros en la esquina de Marcos Paz y el pasaje Albania peatonal, donde todavía quedan en pie vestigios de algunas de «las 44 casitas», construidas en la década de 1910-1920.

Hay quienes hablan de un benefactor italiano, el señor Carozzi, dicen que mandó a hacer estas casitas para donárselas a las familias de los nativos italianos que fueran a combatir en la Primera Guerra Mundial. Otros dicen que no, que las hicieron para la gente que trabajaba en las fábricas de ladrillos. Nada de eso pudo verificarse, pero lo que sí constatamos es que las primeras propietarias serán en su mayoría mujeres”, aseguró la señora R., y concluyó: “Es muy probable que esas mujeres propietarias fueran viudas, y eso podría ser un argumento que confirma la historia del benefactor italiano”. “Tiene razón la Señora R.”, pensé yo: Si el divorcio no está permitido, si las mujeres ni siquiera tienen autoridad legal sobre sus hijos, tampoco votan y si trabajan fuera de la casa nunca es en puestos jerárquicos… Es muy raro que en una calle casi todas las casas sean propiedad de mujeres. Solo siendo viudas.

“¿Por qué casitas tan chicas, tan apretadas, en una calle tan angosta?”, preguntó una viajera. “Porque así como en nuestro presente se maximiza la cantidad de metros cuadrados construyendo edificios de muchos pisos, en esta época se maximizaba loteando más cada manzana y abriendo en el medio calles angostas. Con esa idea nacieron los pasajes”, le explicó nuestra guía.

Un viajero joven, con el pelo negro y enrulado, se alejó un poco y miró pensativo la naciente urbanización. Estaba acordándose de otra cabeza con rulos, parecida a la suya, y señalando algún punto en el terreno que en nuestro presente sería la calle Marcos Paz, dijo: “¿Es ahí donde alguien va a pintar un mural con la cara de Maradona, no?” “Sí, y no por nada pintará ahí al Diego” dijo la señora R. “Por acá andará mucho él cuando se ponga de novio con Claudia: Acá vivirá la abuela de ella y Claudia irá al colegio San Rafael, que se construirá a la vuelta. Pero no nos adelantemos, ¡tiempo al tiempo!”, dijo la señora R. y presionando otra vez el panel frontal de nuestra nave nos llevó al año 1927.

Cruzamos de nuevo Jonte y notamos un gran cambio: ¡la calle ahora estaba adoquinada! Caminamos unos cien metros entre las quintas y nos detuvimos para dejar paso a un auto fino, un Ford de ruedas grandes y trompa reluciente. Avanzaba lentamente entre la arboleda hacia una residencia de jardines cuidados y elegantes chalets. ¿Qué lugar era ese tan diferente al resto del barrio? “Es Open Door, un instituto modelo para pacientes psiquiátricos de familias ricas”, nos dijo la Señora R. “Lo inauguraron hace tres años. Su capilla va a ser la iglesia San Pedro y su arbolado el de la plaza Monseñor Lafitte. Su muro perimetral, pueden ver cuando volvamos al presente, seguirá en pie sobre la calle Lascano”.

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Capilla del Instituto Open Door / Fecha de la Foto: 1925 / Fuente: www.montecastro.com.ar

Una pelota de fútbol apareció rodando y ya iba el viajero con los rulos parecidos a los de Maradona a buscarla cuando escuchamos gritos, risas y cantitos de un grupo de adolescentes, todos varones, que corrían hacia ella, la alcanzaban, hacían jueguito y la volvían a patear. Iban vestidos con shorts y camisetas blancas y negras. Todos comprendimos de qué club eran y los seguimos, ansiosos por ver jugar a All Boys. “La cancha, si no me equivoco, —decía la Señora R. calculando fechas— se mudó hace poco.  Antes estaba en Segurola y Gaona, en un predio que les habían cedido gratis durante algunos años. Cuando tuvieron que devolverlo trasladaron la cancha a Segurola entre Camarones y Magariños Cervantes. Pero en unos años más van a tener que volver a mudarse porque acá van a construir otro grupo de las casitas que llaman «baratas». Una empresa inglesa, la Compañía de Construcciones Modernas, está haciendo las obras en un convenio con el Estado. También van a levantar casitas de este estilo en Villa Santa Rita, en Liniers, en Parque Chacabuco y en el Bajo Flores. Tienen planeadas unas 10.000, aunque no llegarán a tantas”.

Nuestra guía nos contaba estas cosas mientras seguíamos a los chicos y a su pelota rumbo a la cancha del Albo que ahora estaba en tierras que le alquilaban a los herederos de otro enriquecido inmigrante italiano, Manuel Rocca. “¿Manuel Rocca el del Hospital de Rehabilitación? ¿Manuel Rocca el del Hogar Rocca que después fue cárcel y en nuestro presente está abandonado y All Boys pide que le cedan el predio?”, preguntó incisivo uno de los viajeros. “Claro, el mismo”, dijo la Señora R.

Charlando y caminando llegamos a Jonte y Segurola, diez minutos y veinte años después que la última vez. En sincronía temática con nuestra charla, ante nosotros se levantaba el hospital, inaugurado el año anterior. “Pero por ahora no es hospital de rehabilitación sino de tuberculosos”, nos explicó la Señora R. “Rocca donó el dinero y los terrenos para hacer un hospital y un hogar que funcionen en tándem: en el hogar viven y estudian los chicos cuyos padres están internados en el hospital o que quedaron huérfanos. También otros chicos del barrio van a la escuela del Hogar y a veces, los fines de semana, los chicos sin familia se quedan en las casas de sus compañeritos.”

La tarde avanzaba sobre un Monte Castro cada vez más urbanizado, habitado por una comunidad que confiaba en cierta idea de progreso y de bien común.

De pronto, un bandoneón inició un tango, se le unió una guitarra. La música venía de Jonte, de un bar llamado Febo, igual que el Cine-Teatro de la misma cuadra. Y no solo en el bar había tango: vimos a mujeres y hombres, jóvenes y mayores, que llegaban emperifollados con sus mejores ropas y eran una muchedumbre que se amontonaba frente a la boletería donde en nuestro presente está la librería Cassasa & Lorenzo. «¿Vamos?» Un cartel anunciaba el concierto de Libertad Lamarque. «¡Sí, vayamos!!» La señora R. dudó, porque quería que viajemos a los años del peronismo, que avancemos  después a la década del 60. Pero aflojó, porque cómo íbamos a perdernos la oportunidad. Entramos a la sala junto a 1500 personas que habían agotado las localidades. Sonreímos al reconocer la melodía y dimos un respingo al escuchar “Caminito que entonces estabas…” en la voz de la joven cantora. ♦


♥ Link al Capítulo I

♥ Link al Capítulo III


(1) Otras fuentes consultadas:

– Leticia Maronese: Monte Castro, un barrio de Buenos Aires

–  Página de facebook sobre la Huelga de Inquilinos de 1907.

El Camino de Segurola. Los cuatro estadios de All Boys

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