Mi patio, nuestra biblioteca

Desde chica Cristina vio a sus vecinos del pasaje Granville arremangarse juntos para resolver los problemas comunes. De grande, la vocación comunitaria la llevó a crear una biblioteca popular en el patio de su casa.

En el barrio lo conocían como “Pasaje La Puñalada”, nadie sabía que se llamaba “Granville”. Dice Cristina que cuando ella era chica había tres versiones que explicaban el origen de ese nombre. Una hablaba de una pelea entre dos borrachos; otra la difundió Borges en el cuento “El hombre de la esquina rosada”, situando su relato en Villa Santa Rita, un barrio por entonces semirural; y la tercera versión es la que más le gusta a Cristina: “el pasaje se llama así porque de tan angosto es como una puñalada en la manzana”.

Cristina Rivero, la vecina que construyó una biblioteca popular en el patio de su casa, dice que en su infancia esa calle era de tierra: “en el medio había una zanja grande como un túnel, si te caías te quedabas ahí”, y cierra su descripción del ambiente con una imagen elocuente: “la rata más chica me llevaba a la escuela”.

Salvo su familia que era española, el resto de los vecinos eran italianos de primera o segunda generación. “Eran muy unidos –dice Cristina– y no querían seguir viviendo entre el barro y la rata y la porquería, entonces se organizaron para pavimentar la calle. Como en todos los gobiernos, es ese momento tampoco había plata. Los mismos vecinos la juntaron haciendo rifas y compraron los materiales. Lo único que puso la Municipalidad fueron los obreros.” En ese momento Cristina iba a séptimo grado en la escuela del pasaje Dantas. Los vecinos, dice, también se organizaron para hacer las cloacas, para pedir el gas y el agua. “Bueno, yo me crié de esa manera.”

Cristina Rivero cuenta la historia del pasaje a un grupo de vecinos convocados por el programa del GCBA «Barrios en foco».

El entierro del pasaje

El siglo XXI planteó desafíos nuevos a otra generación de vecinos y vecinas del Granville. También esta vez Cristina comprobó lo que puede la gente cuando une sus fuerzas: en el baldío lindero (donde ahora están construyendo la primera plaza de Villa Santa Rita) iban a levantar un edificio y ellos lo frenaron. “Nuestras casas son centenarias, donde vos empieces a cavar para hacer cimientos se vienen abajo”, explica Cristina, y recuerda el efecto viral que tuvo en las redes la puesta en escena que organizaron: todos vestidos de luto rodeando un cajón simularon el entierro del pasaje.  A la par, reuniéndose con legisladores, por esos días del 2018 lograron que se apruebe la “Ley de pasajes”, que prohíbe en la ciudad de Buenos Aires la construcción en altura en manzanas donde hay pasajes.

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El patio biblioteca

Cristina es enfermera, trabajadora social y cuida a adultos mayores. También es artesana. “Mi papá era manitas y yo soy manitas –dice– nos damos maña con las manos”. Le gusta recuperar objetos descartados por otros, restaurarlos y encontrarles nuevos usos. De ese modo fue armando la Biblioteca La puñalada en los días de pandemia.

¿De dónde nació la idea? Dice Cristina: “Como las plazas estaban cerradas mucha gente venía al pasaje a pasear con los niños. Yo los escuchaba y los miraba a través de la cámara de seguridad. Y como siempre soy de tener algún librito, por ahí salía con el barbijo y se los daba. Después veía por la cámara cómo los padres se sentaban en los canteros y les leían a los nenes. Y de repente veías a los padres que se traían sus propios libros y se ponían a leer. A mí me llamó mucho la atención eso”.

Entonces la “manitas” Cristina le pidió un cajón al verdulero, lo forró y armó una biblioteca al paso en la puerta de su casa. Ahí la gente empezó a dejarle libros, más y más libros. “Así nació esto”, recuerda.

En la puerta de la casa de Cristina Rivero (izq.) está la «biblioteca al paso». La acompaña en la foto María Cristina Carrizo (der.), que se sumó a colaborar en el proyecto.

Después, puso manos a la obra para cerrar su patio. “Todo lo hice con la ayuda del vecino de enfrente: fuimos a comprar las láminas de policarbonato, las vigas, los soportes, hicimos la canaleta, la instalación eléctrica. Yo lo pinté también.” La sala tiene dos paredes cargadas de estantes, un ventanal que da al jardín, dos sofás para instalarse a leer y charlar y también un televisor de gran tamaño, porque Cristina piensa que la biblioteca podría dar lugar a encuentros de cine debate.

Como ella ya sabe, las cosas difíciles salen mejor con ayuda. Cristina buscó y buscó quién quisiera embarcarse en la tarea de revisar las pilas de libros que le traían, agruparlos de algún modo y cargar título, autor y género en un Excel. En la esquina de Nazca y Jonte, en medio de una movilización vecinal por los cortes de luz, conoció a una tocaya, María Cristina Carrizo, otra amante de los libros, que se ofreció con gusto. Y al tiempo le presentaron a Marcela Domenica, docente recién jubilada, que también estuvo dispuesta a hacer causa común.

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Marcela Domenica (izq) también se sumó a la causa. Ella y las dos Cristinas se embarcaron en la tarea de catalogar las pilas de libros donados.

Lecturas para todos los gustos

“Aceptamos lo que nos traigan, no somos selectivas porque esto es para todo el mundo”, dice la flamante bibliotecaria. Le donaron libros del siglo XIX y los enmarcó como si fueran obras pictóricas. En los estantes se puede encontrar “La excursión a los indios Ranqueles”, de Lucio Mansilla, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, de Julio Verne, varios de Gabriel García Márquez, de Benedetti, un diccionario de lengua mapuche, otros de Stephen King, de Isabel Allende, de Herman Hesse, de Richard Bach, uno sobre la lucha de Susana Trimarco, otro de Jorge Lanata, “Si me querés quereme transa” de Cristian Alarcón, varios de Borges, hasta hay un kamasutra lésbico y uno muy bello de árboles nativos. “Tenemos inventariados más de mil quinientos libros y otros cuatrocientos sin inventariar”, dice Cristina sobre el acervo acumulado.

Quien quiera comunicarse con la Biblioteca Popular La Puñalada para retirar libros puede hacerlo a través de las redes sociales o escaneando el qr que está junto al cajón-biblioteca, en la puerta de la casa de Cristina, en el pasaje Granville. Para simplificar el trámite, Cristina cuenta con otro aliado vecinal: “El pibe del kiosco de diarios de la esquina de Jonte y Cuenca, muy copado, me ofreció el puesto como lugar de retiro y devolución”.

¿Para qué?

A Cristina la mueven ideales. No se quiere dar por vencida. “No me conformo con pensar que somos robots. Yo creo que tenemos sentimientos y que no solamente es un plato de comida lo que necesitamos. A veces hace falta un plato de empatía para con el otro. Hay un montón de gente sola que no sabe qué hacer a la que vos le podés arrimar algo que le despierte entusiasmo. Yo apunto a eso.”♦


Biblioteca Popular La Puñalada
Pasaje Granville 2144
Facebook: Biblioteca La Puñalada
Instagram: @biblioteca_la_punalada
Email: bibliotecalapunalada@gmail.com

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