Ya no es novedad que la basura que generamos las personas es un problema, y uno de verdad grave. Se calcula que por día cada casa produce alrededor de un kilo de residuos: basta sacar la cuenta de la cantidad que somos para imaginar esas montañas de desechos que en algunos casos se gestionan bien, y en otros no tanto.
Lo que termina pasando con toda esa basura depende de cada municipio. Algunos no hacen más que tirarla a un terreno que casi no tiene acondicionamiento: hablamos en esos casos de “basurales a cielo abierto”.
Otros distritos (por ejemplo los que conforman el Área Metropolitana de Buenos Aires) envían sus residuos a un relleno sanitario, que muy lejos de ser un mero pozo constituye una gigantesca obra de ingeniería en la que la tierra se impermeabiliza, los desechos se van tapando con tierra, los llamados “líquidos lixiviados” se filtran y los gases se ventean, o hasta se los usa para producir energía.
Hace años que viene circulando un mensaje claro: tenemos que producir menos basura. Y eso no va solo para las comunidades que tienen basurales sino también para las que cuentan con relleno sanitario, por la sencilla razón de que las superficies para instalarlos no son eternas, y tarde o temprano tendremos que buscar otro lugar.
¿Por qué lo orgánico es un problema?
Hay muchas formas de reducir la basura que producimos todos los días. El caso es que, si bien la separación de reciclables está ya bastante instalada, la pregunta de qué hacer con la fracción orgánica no termina todavía de cuajar.
Hay quienes podrían pensar que en la basura lo orgánico no implica demasiada dificultad: “al fin y al cabo -dirán- se degrada”. Pero las peladuras de frutas y verduras, la cáscara de huevo y los restos de comida solo se “convierten en tierra” si hay presencia de oxígeno y si no están mezclados con otros residuos en una bolsa, cosa que no sucede ni en los basurales a cielo abierto ni tampoco en los rellenos.
Es esa “olvidada” fracción orgánica de la basura, en apariencia inofensiva, la que entrampada en ese medio anaeróbico produce gases y líquidos que en el basural contaminan el medio ambiente y en el relleno hay que tratar con inversiones millonarias.
Pero hay otro problema asociado a los orgánicos, y es que muchas veces terminan ensuciando los materiales potencialmente reciclables. Conclusión: el reciclaje podrá estar buenísimo, pero soluciona solo una parte de la cuestión. Porque casi la mitad de los residuos que producimos todos los días es material orgánico de la cocina.
La buena noticia
A paso lento pero firme viene consolidándose la tendencia del compostaje hogareño, lo que no implica más que separar los residuos orgánicos para transformarlos en tierra abonada.
¿Qué es el compost? Pues simplemente eso: el abono que se forma a partir de restos de frutas y verduras, cáscaras de huevo, poda de jardín y otros desechos orgánicos que se descomponen por vía aeróbica (con alta presencia de oxígeno) y a través de cierto tipo de bacterias y hongos. También pueden intervenir en el proceso lombrices de tierra y otros insectos que colaboran degradando la materia orgánica.
En casa o en comunidad
¿Cómo hacer compost? Para las casas que tienen jardín es súper fácil. Se trata de encontrar un rinconcito de tierra donde ir tirando los orgánicos mezclados con material seco -papel y hojitas- y el proceso arrancará solo. Quienes viven en casas más chicas y departamentos suelen apelar a una compostera, que puede ser hecha en casa o comprada. La ventaja de hacer el compost en casa es que no solo se reducen los residuos, sino también la cantidad de camiones que hacen falta para transportarlos.
Muy tímidamente van apareciendo en los últimos tiempos las alternativas de “compost comunitario” en plazas, huertas barriales o en los canteros de las veredas donde en estos barrios comienzan a verse cartelitos que invitan a tirar allí los orgánicos. Nicolás Secilio es integrante de la Huerta Comunitaria del Corralón de Floresta (Sanabria 701), donde hace tiempo vienen haciendo un compost con el que alimentan sus canteros.
“No sabemos exactamente cuánta gente está viniendo, porque no estamos todo el tiempo en el lugar. Pero son bastantes los vecinos que pasan y dejan su bolsa de orgánicos”, explica frente a los tres “módulos” que más o menos tienen un metro por un metro cuadrado, no huelen para nada mal y casi no tienen moscas. Frente a ellos un prolijo cartel indica qué se puede y qué no se puede tirar.
Secilio sueña con que esta clase de iniciativas se multipliquen por toda la ciudad, que incluso se contrate profesionales capacitados que puedan dedicarse a tiempo completo a coordinar huertas e iniciativas de compost comunitario, que también resultarían positivas para enseñar a los vecinos a compostar en casa.
“Todavía es difícil lograr el hábito, en compostaje hay mucho para desmitificar, como el hecho de que trae bichos o tiene olor. Ni bien se pueda, vamos a volver a recibir escuelas. Y seguimos apoyando el proyecto de ley para que se cree un sistema de huertas públicas agroecológicas”, concluye. Y es que, en definitiva, todo es parte de lo mismo: arrancar a hacer compost, recrear tal vez una huerta e ir en ese camino amigándonos con la tierra. ♦
Hola
Soy profesora de secundario y quisiera saber si hay alguna actividad para escuelas de ese nivel en relación a la huerta y compost.
Gracias, Nadina
Hola Nadina, hago llegar tu comentario a la gente de la huerta y les paso tu contacto. Saludos!
También podés escribirles al instagram: @huertadelcorra