En Villa Santa Rita hay una ventana por la que van y vienen libros: Una biblioteca en la ventana. Hay poemas escritos en las calles. “Talleres andantes” en las veredas, serenatas al paso. Los libros, las lecturas, los discos, salen de la casa, o más precisamente del patio, de Antonia García Castro. Y a la sazón, de su compañero de vida, el destacado músico Tata Cedrón, quien también asume esta forma literal de vivir en el arte. Pero es Antonia la responsable de abrir espacios siempre compartidos a partir de la literatura para las infancias. Como un trabajo sostenido y “ofrendado”, convoca a chicos y chicas del barrio y de escuelas cercanas, a talleres que junto a la docente Laura Benza ofrece desde hace años en forma gratuita en su Patio de los Libros. Y que no se suspendieron sino que, por el contrario, encontraron nuevas e inesperadas formas de materializarse durante la pandemia.
El patio de la casa de Antonia y Tata (y de Azul, la “ex niña” de 16 años que tuvo mucho que ver con el surgimiento de estos talleres) es un pequeño jardín de libros, un espacio encantador en el corazón de la casa. Y aunque los talleres no están funcionando en vacaciones, el “Patio de los libros” sigue primorosamente dispuesto en cada rincón, como una invitación siempre abierta, entre títeres, pequeños juguetes, cuadernos, una vieja valija, la “Roldana” (una biblioteca rodante hecha con una antigua casita de muñecas, así bautizada en honor al escritor Gustavo Roldán). A este Patio de los Libros lo custodia una mágica parra que los chicos y chicas tienen la responsabilidad de regar cada vez que llegan, y cuyo ciclo van siguiendo hasta el primer brote de primavera, cuando parte del taller se traslada a la terraza. Aquí Antonia invita a Vínculos Vecinales a charlar.
Tras la huella de los libros
Antonia es socióloga y traductora, “irremediable enamorada de los libros”, según se presenta. Dice que fue en el mismo hacer que aprendió “un montón de cosas”. “Por ejemplo, nunca se me hubiera ocurrido empezar por la poesía. Y sin embargo la práctica me mostró cómo es éste el libro sobre el que elegía volver una y otra vez una niñita de 7 años”, dice mostrando un ejemplar de Versos de colores, de Carlos Reviejo, una edición española que atesora desde hace años. De allí al descubrimiento de la potencia de la lectura en voz alta, cuenta, fue un camino abierto también en el hacer.
El taller que llevan adelante Antonia y Laura nunca es el mismo. “Los chicos leen en la escalera, o reunidos en ronda, como en un fueguito. Nos cubrimos con una frazada y leemos debajo de ella, iluminando con una linterna. Siguiendo la parra nos vamos a la terraza en primavera. Armamos pequeñas aventuras que tienen que ver con el acto de lectura. Le seguimos la huella al libro, y vamos adonde el libro nos lleve. Al teatro, a la plaza, a dar vueltas por el barrio. ¡El otro día un libro nos llevó hasta el Tigre!”, enumera Antonia con alegría.
A través de la ventana
¿Y qué pasó con estas aventuras en la pandemia? Antonia pronto dimensionó que, a pesar de que todo indicaba que el taller debía suspenderse, como casi todo en aquella época dura de aislamiento, era entonces cuando los chicos y chicas más lo necesitaban. “Había que pensar cosas que sí fueran posibles a pesar de todo”, repasa. Los chicos no tenían celulares, los de los familiares se usaban para otras cosas –la escuela, por ejemplo–, había problemas de conexión. Y así apareció la idea de la biblioteca en la ventana, para que pudieran llevarse los libros del taller. Cuando volvían, en aquellos tiempos en que poco se sabía de la enfermedad, los libros también “se ponían en cuarentena”, se desinfectaban, se aireaban.
El Patio de los Libros se enriqueció también de las iniciativas de otros vecinos. Por ejemplo, Ventanarte: una ventana de cuya reja colgaban dibujos y donde chicas y chicos podían también compartir sus propias obras. “Cuando se habilitaron los paseos (al principio, solo caminatas), empezamos a escribir los poemas en las calles, para que los fueran a buscar”, sigue contando Antonia. “Otra vecina, viendo todo esto, ofreció su jardín”. Desde entonces ese es otro espacio para el taller, cuando hay buen tiempo. Y así para el verano pasado surgió la idea de armar talleres en la calle sumando a otros protagonistas barriales. Aquel “Verano diferente” –así se llamó la experiencia, de la que también participó Vínculos Vecinales– se multiplicó en talleres de arte, panadería, jardinería, libros pop up, ¡hasta un taller de mariposas! para chicos, jóvenes y adultos.
Como una bitácora de viaje, un cuaderno recoge las aventuras de los chicos a lo largo del taller durante los dos años de pandemia. Así aparecen Atahualpa Yupanqui en un “Paseo verde”, el poeta y filósofo indio Rabindranath Tagore en dibujos, su obra El cartero del rey en kamishibai, El Principito debajo del cedro del jardín de la vecina, la música del Tata, de Eduardo Falú, la poesía de Jaime Dávalos…
Antonia y Laura piensan lo que hacen como “tiempo regalado, desde la ofrenda, no desde el trabajo”. “Una ofrenda que es de todos los participantes, en todas direcciones.” Quieren que llegue a chicos y chicas que no son a priori muy lectores, o que tal vez no han tenido tantas ocasiones de encontrarse con los libros. El patio apunta a que ese encuentro sea posible y sea un encuentro feliz. Para ellos abren El Patio de los Libros del pasaje Enrique de Vedia, de manera gratuita. Como una ventana siempre abierta. ♦
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