Media vida enseñando a nadar

Diego Mele trabaja en el Club Imperio Juniors hace treinta años. Es coordinador de la pileta y, en verano, de la colonia de vacaciones. Enseña natación a chicos y grandes y su medida del éxito, como profesor, es lograr que cada persona dé el máximo de sí misma.

Diego Mele trabaja en el Club Imperio Juniors hace treinta años. Es coordinador de la pileta y, en verano, de la colonia de vacaciones. Enseña natación a chicos y grandes y su medida del éxito, como profesor, es lograr que cada persona dé el máximo de sí misma.

Media vida enseñando a nadar

Diego Mele trabaja en el Club Imperio Juniors hace treinta años. Es coordinador de la pileta y, en verano, de la colonia de vacaciones. Enseña natación a chicos y grandes y su medida del éxito, como profesor, es lograr que cada persona dé el máximo de sí misma.

Envuelto en el olor de los eucaliptus, Diego pasa corriendo junto a unos estudiantes que ingresan a un pabellón de la Facultad de Agronomía. Avanza por el camino central del parque y cruza las vías del tren, trotando a buen ritmo. Nunca elegiría la cinta de un gimnasio para entrenar, lo suyo es la naturaleza o en su defecto, el parque. 

“De chico hacía todos los deportes habidos y por haber”, despliega Diego su recuerdo. “Si me daban a elegir un regalo quería una pelota, quería una raqueta, quería lo que sea mientras sea algo deportivo.” De adolescente jugaba al fútbol, y repite: “al fútbol y otra vez al fútbol”. Del club de su barrio, Saavedra, pasó a las infantiles de Huracán y a las inferiores de Atlanta. “Para mí el deporte era estar al aire libre, en grupo y con césped bajo los pies”, rebobina reviviendo el adolescente que fue.

Diego forjó su trayectoria profesional en charlas con su padre. ¿Qué estudiar cuando terminara el secundario? Él era sociólogo, docente en la Universidad de Lomas de Zamora, y le aconsejó al hijo que siguiera el profesorado de educación física. “Los dos veíamos claro que era por ahí, porque además de que me gustaba el deporte, siempre fui disciplinado y me gustaba enseñar.”

Estaba cursando el segundo año de la carrera cuando un compañero que ya trabajaba de profe le dijo que necesitaba un auxiliar para unas clases de natación, y lo trajo a Imperio. Al cruzar el umbral, su mirada chocó con un cartel que decía “Prohibido jugar al fútbol”. Y entró contrariado, pensando “yo en este club no puedo estar”. Hoy se ríe de ese recuerdo. Empezó haciéndose cargo de una clase los viernes a la tarde con los chiquitos del piletón. “Después fueron dos horas más, al año siguiente cuatro y al otro seis. De tres veces por semana pasé a cinco y desde ahí le vengo dando, hace treinta años.”

El profe de natación

Su mirada se distribuye entre los seis andariveles en que se divide el rectángulo de agua de 25 metros de largo. Minutos antes, cargó un canasto lleno de manoplas y tablas de goma eva hasta el borde de la pileta.

Cerca suyo está el profe Daniel, a cargo de los nenes y nenas de seis a nueve años, que en los dos andariveles de la derecha se aventuran a llegar hasta “la parte honda”. Otros desafíos ocupan a los nadadores de los andariveles del centro, que entrenan buscando superar su último mejor tiempo. Cuando tocan el borde miran a Diego, esperando que les anuncie el número que se lee en el cronómetro que sostiene en su mano.

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A la izquierda de estos jóvenes atletas, tres preadolescentes mejoran su técnica en los cuatro estilos. Y en último andarivel, pegado al lateral derecho, se concentra en su brazada una periodista a la que Diego le corrigió la inclinación con que la mano y el antebrazo deben sumergirse en el agua hasta estirarse del todo, cuando nada crol. Delante de ella avanza hasta tocar el borde un comerciante, que gira y regresa por otros 25 metros. También una maestra y un empleado contable comparten el andarivel de los adultos, deslizando en el agua sus cuerpos modelados más por la vida que por el deporte. El grupo completa la serie de cien metros y al detenerse, Diego les alcanza las tablas de goma eva: en sus próximos largos sus brazos flotarán agarrados a ellas, exigiendo más esfuerzo a las piernas en la patada.

¿Qué es lo que te gusta de enseñar natación? “Ver el proceso de aprendizaje de cada persona, su evolución. Buscar la forma de que cada uno le saque el máximo provecho. Trato de coincidir: si una persona da lo máximo, y su idea de máximo coincide con mi idea, estoy contento. En un caso puede significar llegar a un torneo nacional y en otro nadar un largo y que el agua le sea un lugar placentero”, responde.

Si de logros deportivos se trata, uno de los más memorables está al lado suyo cada tarde. Diego lo cuenta así: “Una experiencia linda la tuvimos después de la debacle del 2001. El club había pasado por una crisis muy grave que lo puso al borde de la quiebra. Renunció la comisión directiva y asumió otra, la ¨comisión normalizadora¨, y de a poco Imperio empezó a resurgir de las cenizas. Nos habíamos quedado sin equipo de natación y nos propusimos rearmarlo. Después de dos años pudimos federar a dos chicos, uno de ellos Daniel Gorosito, el profe que ahora está dando clases con nosotros. Él tenía 14 años en aquel momento. Entrenó durante un buen tiempo, trabajó mucho y cuando empezó a participar en torneos promocionales lograba buenos resultados. Después, ya federado, clasificó a los torneos nacionales. Viajamos a Mar del Plata en el año 2008 y logró competir las cuatro jornadas que dura el torneo. Y fue el primero que nos dio esa alegría. Después tuvimos otras chicas y otros chicos que clasificaron a los torneos nacionales, pero Daniel fue el que abrió el camino.»

Los profes Diego Mele y Daniel Gorosito, una tarde en la pileta del club Imperio Juniors.

Un sociólogo en el club

Cuando Diego terminó el profesorado tenía 22 años. Trabajaba en el club todas las tardes, también competía en carreras de triatlón, pero tener las mañanas libres no le gustaba. ¿Qué hacer en ese tiempo? Algo le faltaba. Conversando con su papá barajaba la posibilidad de anotarse en sociología.

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En eso estaban cuando de modo inesperado, su papá falleció. Casi inmediatamente, Diego se anotó en el CBC para empezar la carrera que había sido la de su padre. El veinteañero iba creciendo con la intensidad de esos años. Tomó tres meses de licencia y se fue de mochilero por Europa. Formó una familia. Tuvo mellizos. Luego otra hija. Y un día se recibió de sociólogo. “A veces mis hijos me cargan”, cuenta risueño, “me dicen: ¨sos sociólogo pero no trabajás de eso¨, y yo les contesto que lo aplico todos los días”. “Las dos profesiones implican vínculos humanos”, explica Diego, “la sociología estudia las relaciones de poder, cada grupo social tiene sus objetivos, no es igual la subjetividad de una comisión directiva que la de los empleados o los entrenadores o la de los socios. Uno como sociólogo se tiene que dar cuenta de los intereses de cada uno, para tener una mirada más compleja y abarcativa.”

Cuando llega el verano

Hablando de vínculos, el suyo con Imperio no se limita a la pileta. Cuando llega el verano el club se prepara para la colonia y hace años que Diego es el coordinador de esta actividad, que los toma por completo desde diciembre hasta marzo. “Buscamos que la colonia sea recreativa, deportiva y lúdica, que todos, chicos y profes la pasemos bien y que los padres se sientan tranquilos de que están dejando a sus hijos en un ambiente seguro”, describe Diego su trabajo en tiempo de vacaciones.

Y si de vacaciones se trata, ¿qué hace este hombre en las suyas? Cualquiera pensaría que, tal como el resto de las cosas en su vida, tiene su lugar en el mundo al que vuelve cada año. Pero no. “Con mi familia nos gusta ir siempre a un lugar distinto. Y ahí a donde vamos, hacer cosas distintas. Siempre vuelvo más cansado de lo que me fui, pero rejuvenecido por dentro”. Cuenta Diego que hace quince años comenzaron a viajar. Alejándose cada vez un poquito más, están conociendo toda la Argentina. En cada lugar que van les queda un pendiente para volver. En Catamarca, por ejemplo, está “la ruta de los seismiles”, un camino que se va adentrando en la cordillera, de este a oeste, y sube hasta los seis mil metros. “Dicen que es lindísima”, sueña Diego su próximo viaje una mañana fresca de noviembre, mientras da la tercera vuelta corriendo a través del parque de la Agronomía. ♦


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