Un abrazo a la Casa de Juventudes

El espacio brindaba talleres de formación laboral y artística, facilitaba el acceso a programas públicos destinados a la juventud, era un lugar de pertenencia y contención afectiva. Miles de adolescentes y jóvenes hicieron suya esta casona de Devoto hasta el día en que dejó de funcionar. Hoy, los trabajadores despedidos llaman a defenderla.

Durante ocho años, la bella casona de Beiró y Chivilcoy fue refugio, fue fiestas, fue charlas,  fue aprendizajes, fue punto digital, fue edición de video, fue aprender a hacer un curriculum vitae, fue educación sexual, fue salud mental, fue pintar murales, fue sembrar una huerta, fue armar una banda musical, fue buscar palabras y hacerlas poesía, fue un espacio que permitió a jóvenes de 15 a 29 años desarrollar vínculos saludables y encontrar herramientas para salir adelante.

“Solo en el 2023 se realizaron 83 talleres, se articularon actividades con 70 escuelas y participaron más de 4500 jóvenes”, informa un comunicado difundido por el grupo de trabajadores recientemente despedidos.

“Solo en el 2023 en la Casa se realizaron 83 talleres, se articularon actividades con 70 escuelas y participaron más de 4500 jóvenes.” / Foto: @casajuventudes

En enero de 2024, apenas asumida la nueva gestión del gobierno nacional, la Casa de Juventudes dejó de funcionar en un “proceso de desgaste” que culminó con los despidos de todo el personal el 26 de septiembre.

Primero fue “el no nombramiento de autoridades en el Instituto Nacional de Juventudes, Injuve, que es de donde dependemos nosotros como Programa –dice Ezequiel, Licenciado en Administración Pública y uno de los coordinadores de la Casa de Juventudes–. Después dejamos de tener algunos servicios básicos para el normal funcionamiento, como la limpieza y la conexión a Internet”.

“También nos faltaban los seguros, tanto para los trabajadores como para los usuarios, por lo tanto dejar ingresar jóvenes a que hagan actividades conllevaba una responsabilidad enteramente nuestra”, dice Luciana, trabajadora social de la Casa, y agrega: “desde el gobierno no tuvimos ni siquiera un portavoz, alguien que nos diga qué pensaban hacer, nada.”

La decoración exterior de la Casa aún da cuenta del trabajo que realizaban.

Desde enero hasta septiembre, el grupo de trabajadores estuvo como en un limbo, con contratos que les renovaban cada tres meses. Seguían yendo a trabajar pero no tenían trabajo. Durante ese tiempo se ocuparon de cuidar el inmueble y su mobiliario: “Limpiábamos, sacábamos las hojas de los techos, con las lluvias fuertes varias de las salas se inundan entonces era ir a sacar el agua, a cuidar que las cosas no se arruinaran”, dice Anabel, también trabajadora social.

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Envueltas en el silencio y la belleza de ese espacio antiguo y renovado, a Anabel y Luciana les resonaban las voces de muchos de los jóvenes que acompañaron durante ocho años: “Eran jóvenes que venían a hacer talleres y que desde la Consejería Social acompañábamos sus procesos individuales: había algunos con conflictos familiares, con temas de salud mental o de adicciones; otros en situación de calle, para ellos la Casa era un lugar de pertenencia y se trabajaba a lo largo de mucho tiempo, durante años”, Anabel da cuenta de la pérdida que significa para esos chicos y chicas el cierre del espacio. “Con las escuelas de educación especial también se trabajó muchísimo y era un gran espacio de referencia para esos jóvenes que no suelen encontrar tantos lugares habilitados”, agrega Luciana.

Foto: @casajuventudes

Un edificio patrimonial

Cuentan en el barrio que la edificación centenaria fue donada por un médico a la SENAF (Secretaría de niñez, adolescencia y familia) para atender a jóvenes con discapacidad. Durante muchos años, sin embargo, fue un Instituto de menores con una lógica carcelaria. Cuando en la década del 90 cambiaron las leyes sobre el trato a las infancias y el paradigma punitivista dejó paso al de “derechos de los niños, niñas y adolescentes”, el Instituto de menores cerró.

En las siguientes dos décadas el edificio quedó abandonado, deteriorándose, hasta que en el 2013 el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación inició las obras de recuperación y puesta en valor. En el 2016  la Casa se inauguró bajo la orbita del Instituto Nacional de Juventud.

El antiguo edificio que alojó a la Casa de las Juventudes tiene valor histórico y patrimonial.

“A mí todavía no me entra que cierre”, dice Anabel, “no me entra por lo que significa para el barrio, para los jóvenes y para las escuelas, pero además me preocupa qué van a hacer con el edificio”. El temor de que la enorme casona que alojó a los jóvenes tenga como destino un negocio inmobiliario se intuye en las palabras de la trabajadora social. En principio, la figura legal de la donación con cargo la pone a salvo, pero nadie tiene certezas.

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Defender la Casa de las Juventudes

“Cada uno de nosotros ahora tiene que afrontar vivir sin su trabajo, sin un sueldo, pero más allá de eso lo que a mí más me importa es que no se pierda la Casa como un espacio para la comunidad”, dice Ezequiel. Por eso, hoy los trabajadores de la Casa de Juventudes convocan a todos  para defenderla juntos: a las y los jóvenes que fueron parte de ella, a sus familias, sus docentes, a los vecinos y vecinas. El jueves 14 de noviembre a las 17.30  horas harán un abrazo al edificio. La acción cuenta con el apoyo del Consejo Consultivo de la Comuna 11. ♦

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