¿Qué le pasa a les pibes?

¿Cómo la están pasando aquéllos a los que la cuarentena los agarró dando el salto entre la adolescencia y la adultez? Aquí cuatro historias de jóvenes de nuestros barrios.

¿Cómo la están pasando aquéllos a los que el aislamiento los agarró dando el salto entre la adolescencia y la adultez? Aquí cuatro historias de jóvenes de nuestros barrios.

Tomás Carrizo tiene 23 y desde los 18 vive en Córdoba, donde estudia astronomía. Se fue de Devoto apenas egresó del colegio San Pedro. Aunque estaba acostumbrado a manejarse solo, la situación de la pandemia lo superó. “En el observatorio donde hago las prácticas, un pibe que volvió de viaje no hizo la cuarentena y al poco tiempo dio positivo de coronavirus”, cuenta Tomás y confiesa que los primeros tiempos la preocupación lo llevaba a sobre-informarse, buscar noticias en portales, en videos, en la radio y la televisión, alimentando su angustia en el encierro. “Mis viejos habían venido a visitarme y yo sacaba la cuenta de los días que habían pasado desde que se fueron, temía haberme contagiado, ser asintomático y haberles pasado el virus a ellos.” El estudiante llegó a obsesionarse tanto que contaba las veces que se había tocado la cara. “Tuve que obligarme a distraerme”, relata hoy.

Tomás continúa su formación universitaria de manera online con un nivel de exigencia, según él, “desmedido”. Gran parte del día se lo pasa conectado en una videollamada: si no está tomando una clase está hablando con su pareja, con familiares o con amigos. Cuenta que ya no sabe qué aplicación bajarse para que se le pase más rápido el tiempo. “En la intimidad con mi novia nos manejamos con el sexting. No estábamos muy acostumbrados y usarlo es un arma de doble filo, porque al mismo tiempo que te alivia un poco, te hace extrañar más a la otra persona”, opina Tomás.

En un departamento de Versálles Camila Guida, de 21 años, pasa la cuarentena junto con su familia. Ella es asmática y dice que en su casa “lo que más se contagia es la paranoia”. Entiende la necesidad de los cuidados, pero le pesan tantos días sin salir ni a caminar por el barrio, sin poder ir al club ni a la cancha a alentar a su equipo, Vélez Sarsfield. Actualmente está cursando el último año para recibirse de docente de inglés. “Los profes mandan PDF y chau arreglate. Es difícil para ellos, lo sé, pero estaría bueno que tengan más comprensión”, reclama Camila. Ella suele dar clases de apoyo a chicos de primaria y ahora continúa con esa tarea vía Zoom, la aplicación que todo el mundo está usando para sus videollamadas grupales. “La mayoría de los chicos viven en un ambiente pequeño y están constantemente mirando pantallas, también eso los cansa” observa Camila y cuenta que a las familias les sugiere que traten de que los chicos sigan una rutina, que hagan ejercicio físico, que compartan juegos de mesa, para sustraerse un poco de la tele, los videojuegos y la compu.

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“En mi casa, mi mamá y mi papá están con el teletrabajo, entonces es todo un tema organizarse”, comenta Sabrina Dilascio, de 22 años. La orden de quedarse encerrados cayó en su familia en medio de una mudanza y los obligó a tirar todo el trámite para atrás. Ella se cuestionó si le convenía dejar o no su licenciatura de periodismo para el año que viene, debido a la pandemia. Afortunadamente pudo adaptar la forma de estudio junto con sus compañeros y docentes, pero no le ocurrió lo mismo con los horarios de descanso. “Ahora con el constante movimiento en casa estoy viendo series o películas hasta la madrugada, y cuando apago la pantalla me cuesta conciliar el sueño”, se lamenta.

Sabrina es productora y operadora en Radio Monte Castro, un medio comunitario que continúa transmitiendo a través de la web. “Estoy editando los programas desde mi casa y dando una mano a mis compañeros para que la radio pueda seguir funcionando”. Días previos al aislamiento obligatorio había conseguido otro trabajo en una óptica: el sueldo le serviría para pagarse la facultad, pero como tantos otros negocios, bajó sus persianas.

En contrapartida, la venta online se multiplicó, dándole mucho más trabajo a los encargados del delivery, como Martín Vélez. Sin embargo, este vecino de 18 años dejó pasar la oportunidad de ganar más plata porque sus padres estaban temerosos de tanta exposición al virus. Él estaba haciendo reparto por Villa del Parque con el objetivo de ahorrar para su viaje de egresados. De todos modos, Bariloche se vuelve un destino incierto en medio de la pandemia. “Mis viejos pagaron no sé cuántas cuotas y olvidate, con esto no tuvimos respuestas de la empresa, nos dicen que para septiembre todo va estar tranquilo, pero no tenemos certeza”, cuenta Martín.

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De salir a bailar o jugar a la pelota todos los sábados pasaron a encontrarse con los amigos en la play, a distancia. “Sé que es una huevada, pero era nuestra forma de vida, no sé si la vamos a recuperar tan fácil y el no saber me desespera, me agarra estrés”, confiesa Martín y cuestiona incluso los diálogos habituales con sus amigos: “Todo termina en ‘¿qué onda tu cuarentena?’ Un bajón, peor si estabas conociendo o saliendo con una chica o un chico, fuiste”, sentencia. Desde el dúplex en el que vive con su familia usa las palabras que encuentra para explicar la asfixia de la convivencia sin pausa: “la intimidad es un tema, más teniendo en cuenta que nunca me llevé bien con mi vieja, se la pasa gritándome, te pudre estar encerrado”.

Más allá de las diferencias los cuatro mencionan un mismo sentimiento: las ganas de reencontrarse con sus amigos y seres queridos. El mate compartido tendrá que esperar, pero apenas se termine el aislamiento obligatorio, Martín jugará a la pelota, Sabrina irá a un bar con sus amigas, Camila visitará a su abuela y Tomás le dará un abrazo fuerte a su pareja. ♦

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