Adolescentes escribiendo

Lejos del lugar común que asegura que “lo chicos no leen”, “los chicos no saben escribir”, la realidad muestra otra cosa. En esta nota, chicos, chicas y docentes cuentan su experiencia.

Lejos del lugar común que asegura que “lo chicos no leen”, “los chicos no saben escribir”, la realidad muestra otra cosa. En esta nota, chicos, chicas y docentes cuentan su experiencia.

Adolescentes escribiendo

Lejos del lugar común que asegura que “lo chicos no leen”, “los chicos no saben escribir”, la realidad muestra otra cosa. En esta nota, chicos, chicas y docentes cuentan su experiencia.

Los chicos no leen. ¿Escribir? Menos. A los chicos sólo les interesan las pantallas. Cada vez tienen menos comprensión de textos. No saben hablar. Escriben mal. No se entusiasman con nada. No largan el telefonito. Usan cada vez menos palabras… Y siguen las frases hechas. Los preconceptos negativos sobre los adolescentes se suelen repetir, de manera más o menos calcada. Cuando se trata de adolescentes pobres, se suman todos los estigmas de clase.

Las encuestas sobre consumos culturales y las cifras de ventas de libros para jóvenes (todo un fenómeno de mercado), la proliferación de booktubers, bookstagrammers, booktokers, de plataformas de escritura como Wattpad, arrojan sin embargo evidencias en sentido contrario. A los chicos sí les interesa leer, sí les interesa escribir y, cuando se los estimula o se crean las condiciones, responden con producciones sorprendentes, profundas, audaces.

Harry Potter y después

La traductora literaria y profesora de Letras Viviana Werber venía haciendo su Viva Voz taller literario para niñes en su casa de Villa Santa Rita. Y desde el año pasado, en la virtualidad que impuso la pandemia, sumó un espacio específico para adolescentes. “En esa edad los chicos relacionan la escritura con la expresión de sentimientos”, observa según su experiencia. “Muchos vienen de leer Harry Potter, pero a partir de allí han desplegado una cantidad de lecturas muy variadas. A veces dicen que no saben si van a querer leer lo que escriben, a veces piden apagar la cámara en el momento de leer. Pero a medida que entran en confianza, terminan valorando el momento de poner en común, de escuchar y escucharse. Se genera algo muy distinto de lo que es la escritura en soledad”.

“Los jóvenes me sorprenden. Tienen muchas ideas, escriben muy bien, formalmente mejor que muchos supuestos escritores. En términos de innovación y vocabulario, a pesar de su corta edad, hay producciones muy buenas”, destaca la tallerista. También dice que la sorprende “el compromiso y la constancia” que mantienen. “Tienen tantas ganas de escribir que hasta suman consignas que ellos mismos crean. Para mí también es un espacio de aprendizaje y de disfrute”, dice sobre Viva Voz.

Sin vergüenza

Valentina Sanjuán Lorca es una de esas entusiastas escritoras que describe Werber. Tiene 16 años, va a cuarto año del Instituto Evangélico Americano de Villa del Parque, y cuenta que le gusta escribir desde muy chica. “Principalmente poemas, pero estoy abierta a todo, también a los idiomas, porque sé inglés bastante bien y además hablo portugués, entonces descubro palabras que me gustan más en otras lenguas”, dice.

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“Averigüé sobre el taller durante la pandemia y me uní a principios de este año, ahora seguimos virtual porque vivimos todos lejos. Es el momento que espero siempre, uno de mis momentos favoritos de la semana”, alaba.  “La actitud que siempre tiene Viviana es re divertida. Ella siempre lleva una propuesta, nos lee una canción, o nos da una consiga para inspirarnos a escribir.” Werber explica que esas consignas funcionan como “una valla y un trampolín. Te ponen un obstáculo y al mismo tiempo te permiten lanzarte a escribir algo cuando no se te hubiera ocurrido ir por ahí”.

Valentina cree que en la escuela encontró estímulos para desarrollar su creatividad, en profesoras y profesores puntuales. “Durante la pandemia tuve un profesor que nos pedía reseñas de libros que leíamos, pero escritas de forma literaria, eso me encantó. Este año estamos viendo la edad media y los poemas épicos, entonces por ejemplo nos hicieron escribir un poema sobre una persona o un movimiento del último siglo que nos parecieran héroes, escrito a la manera del Cantar de mio Cid. Con una amiga lo hicimos sobre las Abuelas de Plaza de Mayo, estuvo muy bueno”.

Escribir para conocerse

Franco Yovine tiene 17 años, está en quinto año del Instituto Juan B. Justo de Villa del Parque, y es otro apasionado escritor. “Escribo bastante y sobre todo en momentos en que no puedo terminar de entender lo que me está pasando, es como una especie de terapia. Te ayuda a hablar de lo que sentís con vos mismo y a conocerte, es impresionante. Una vez que volcaste eso en el papel, te sentís más liberado, más fresco”, asegura.

La poesía, las temáticas LGBT, es lo que más lo atrae. Y en la escuela, dice que le gustaría que haya más espacios de escritura. “Creo que es algo que muchos estamos esperando. Por ahí llega el día en que la profe te dice: hoy escribí sobre tal tema que vimos, o tal estilo. Pero no es algo que se haya venido trabajando, es como algo aislado, que aparece y desaparece”, critica. También están las excepciones puntuales: “En segundo año tuve una profesora que nos hacía escribir todo el tiempo, escuchar música y ver qué pasa, o leer algo y ver qué pasa. Me encantaron sus clases, ella me despertó las ganas de escribir”, agradece.

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Decir lo propio

“Hay muchos adolescentes que escriben en circuitos virtuales, o en sus diarios, y en la escuela no escriben y hasta les va mal en Lengua”, contrapone Valeria Stefani. Ella fue profesora muchos años en el Instituto Juan B. Justo, y actualmente forma a profesores y profesoras en un posgrado de Lectura, Escritura y Educación de Flacso.

Explica que el espacio de escritura existe como tal en la materia Prácticas del Lenguaje o Lengua. “Cómo lo dan (los profesores), y si lo dan, es otro tema”, admite. “Muchos se enfrentan al desafío de ‘cómo hago para dar algo que sea placentero y a la vez trabajar lo que el diseño me pide. Hay muchos tipos de profesores y de escuelas. Están los que ni siquiera se lo plantean y los que abren un espacio de taller aparte”, compara. Y lejos de ubicarlos en el lugar de apáticos, asegura que, siempre que se les proponen consignas creativas, los chicos las toman y las hacen propias.

“Hay tres momentos: La propuesta, la consigna. El acompañamiento, el proceso. Y la puesta en común, la corrección. Y ahí hay que saber corregir. Muchos docentes se quedan en la corrección ortográfica. Si escribís una poesía y te la devuelven sólo con los errores de ortografía corregidos, mucha devolución no hay. Toda devolución de escritura tiene que tener algo bueno y algo para superar”, describe el rol docente.

“Los adolescentes por lo general quieren mostrar lo que hacen. A lo mejor a principio de año sienten vergüenza. Pero si vas dándoles la oportunidad, si se va creando un ambiente amable, protegido, de respeto, la experiencia es muy rica. Es un aprendizaje también opinar sobre los textos ajenos. Y descubrir que, aunque tenga veinte cosas para mejorar, siempre hay algo valioso en cada texto, porque siempre hay ahí alguien diciendo algo”, asegura la docente. “Es muy lindo cuando te dicen: ‘uy, yo escribí esto y no me di cuenta de que había hecho esto que vos decís. Ellos quieren sentirse leídos, porque quieren sentirse escuchados. Y eso es lo más valioso que tenemos para enseñarles: que la escritura les sirve para decir algo propio”. ♦


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