“El arte está cerca”

Su voz te va a encontrar una tarde que pasees con el mate por la plaza del barrio. Se llama Claudina Placenti y trae un repertorio hecho de canciones en las que cada palabra importa.

En una Buenos Aires que florecía de rock, Claudina y Jorge se conocieron. En los ochenta de la democracia recién estrenada, él hacía teatro en San Telmo y ella estudiaba psicología en la UBA. Tenían diecinueve años. Él se había armado un centro musical con amplificador, parlantes, bandeja y doble casettera que era el corazón de su habitación. Ella cantaba en una banda llamada Luis XV. Él le regaló un libro de Cortázar, Bestiario, y en la primera página le escribió una poesía. Pasado un tiempo, dejaron de verse. El libro y la poesía quedaron en la biblioteca de ella.

Claudina se había criado por Caballito en una casa llena de música. “Cuando era muy chiquita mi papá ponía discos, cantaba y bailaba con nosotros”, recuerda, y aclara: “cantaba muy bien”. Escuchaban tango, folclore y mucha música brasilera “que a mí me encantaba”. “Más adelante se apareció con los Beatles, se apareció con Pink Floyd y, como trabajaba en una línea aérea y viajaba mucho, también empezó a traer música clásica europea, tipo Chopin, que también yo escuchaba”. “O sea, yo llegaba de la escuela, ponía los vinilos y escuchaba un montón de música.”

A tocar la guitarra Claudina aprendió sola. En la escuela se hizo amiga de todas las chicas que cantaban, formaron un grupo coral y eran el show infaltable de cada acto escolar. También cantaban en la Capilla del colegio y en el Parque Rivadavia, si algún festival les servía de excusa. “Yo siempre tuve la necesidad expresiva de cantar y además cantar para otros, no en el baño”, cuenta hoy, a varias décadas de aquella niña con su guitarra y los vinilos.

Años después, la joven que iba a la facultad y cantaba en una banda, también comenzó a tomar clases para entrenar su voz, durante muchos años con una fonoaudióloga, después con una maestra del Colón. Y al acercase a las letras, el inglés de la música que sonaba en su walkman empezó a disgustarle. “Estudiaba las letras de algunas melodías que yo amaba, de los Beatles, ponele. ¨Ah, ¿esto decía?¨, me decepcionaba.” Empezó a interesarse por la poesía que acompaña la música, y por ese camino volvió al folclore y al tango, también a la bossa nova.

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De Caballito a Floresta

En algún momento, el destino quiso que se cruzara de nuevo con Jorge. Esta vez, el libro de Cortázar se mudó con Claudina de la biblioteca de Caballito a la casa de él, en Floresta. Jorge tenía una gata y Claudina otra, ahora tenían dos. Con la unión se multiplicaron los instrumentos musicales. Si Jorge ya tenía una guitarra, ahora había dos. Si Jorge ya tenía un bongó, ahora había también una conga. Si él tenía un teclado, ella trajo un cajón peruano. Y sobre todo trajo su voz.

Jorge es el editor de la revista Floresta y su mundo. Y cuando en el barrio supieron de su compañera cantora, cuando en el barrio la escucharon, toda peña, feria, festejo, inauguración, quería contar con su presencia y su repertorio.

“Para mí el arte está cerca, no está lejos, no lo tengo que ir a buscar a otro lado”, dice Claudina en relación a su búsqueda artística. “En contraposición a la música globalizada valoro mucho la música de los lugares, me divierte encontrar las diferencias, las singularidades”, afirma, y da un ejemplo: “Es llamativo cómo el chamamé suena a agua y la zamba a algo más seco, hay algo del paisaje que termina en la música”.

Claudina se dedicó en los últimos años a estudiar las producciones musicales de los distintos lugares de Argentina y de esa investigación fue nutriendo su repertorio. Cuando elige una canción averigua su origen, el de su autor, si tiene alguna anécdota asociada, se detiene en las imágenes que su letra y su sonoridad le despiertan.

“Hay una canción que yo canto, Zamba para la viuda, con música de Gustavo Leguizamón y una letra hermosa de Pérez Pérez, que en un momento nombra al Loncomolle, un árbol del norte argentino. Cuando yo viajé a Jujuy y Salta y vi al árbol, esa poesía cobró todavía más sentido”.

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Cantar para los vecinos

Pasó una vez en la Plaza del Banderín que Claudina estaba cantando Fuerza Extraña, de Caetano Veloso, acompañada como siempre con su guitarra, la gente escuchaba sentada sobre sus lonitas en el césped y una señora brasilera se levantó y se puso a bailar. Otra vez, cuando los vecinos “plantaron memoria” en la Plaza del Corralón, el 24 de marzo del 2021, una niña en brazos de su madre la escuchaba con gran atención, todo el tiempo moviendo la manito. Meses después en la misma plaza, una tarde de primavera en que la Asamblea de Floresta inauguraba un mural, la niña escuchó la voz de Claudina desde los juegos y fue corriendo hasta ella. “¡Ah, era por vos que se vino hasta acá!”, descubrió la mamá.

El ser desconocida, dice Claudina, le da tranquilidad. Prefiere que la gente la escuche sin una expectativa previa y si sucede que conecta con su canto, se sorprenda. Intenta que su ego quede afuera de su interpretación. “Yo ofrezco mi instrumento. Pero para que yo pueda realmente conectarme con lo que estoy cantando, hay algo de mí que tiene que irse de alguna forma. Esa es mi búsqueda artística”, un objetivo que busca con horas y horas de ejercitación porque, dice, “la voz requiere requiere mucho entrenamiento y de grande uno lo necesita más; se canta con todo el cuerpo”.

Hace poco, Claudina volvió a abrir el libro de Cortázar en la página de la poesía y le dijo a Jorge: “Mirá, esto lo escribiste vos”. “Me levantaré una mañana de miedo / a espiar por la mirilla del silencio. / Entonces, solo entonces me detendré / a escuchar el susurro de tu vuelo / rasante por los médanos de la fantasía”, decían los primeros versos.

“¿Por qué no le ponés música?”, le sugirió él. Así, la poesía rescatada del amor de juventud, será la primera canción con música original de Claudina Placenti, que estrenará en su próximo concierto.♦


Instagram: @claudinaplacenti

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