Una pequeña introducción para nuevos lectores: Enrique Lifschitz fue el fundador y editor de Vínculos Vecinales por más de treinta años. Vivió toda su vida en Floresta y desde la adolescencia hasta el día de su muerte tuvo una participación social imparable.
«Los recuerdos de Enrique» surgen de una entrevista que le realicé en el 2008, como forma de atesorar su memoria para sus hijxs, sus nietxs, bisnietxs y los que vengan después. Pero al repasarla, encuentro en ella cantidad de anécdotas cuyo interés desborda a la familia por los temas que trata. Pensando que el barrio también podía nutrirse con ellas, comencé a publicarlas.
Esta primer entrega comienza en los años 30 y habla de un chico creciendo en el seno de una familia judía y humilde, en Floresta.
Habla Enrique:
“Mi mamá se llamaba Ester Pechersky y mi papá Abraham Lifschitz. Los dos eran ucranianos y llegaron a Argentina cuando tenían alrededor de veinte años. Mi mamá era modista. Me contó que vivía en el campo e iba a trabajar al pueblo, que de noche tenía que volver al campo porque de acuerdo a las leyes, por ser judía no podía quedarse en el pueblo. Cuando vino a Argentina, se casó enseguida y siguió trabajando de modista. Trabajó de modista hasta viejita.
Mi papá laburó siempre muchísimo, trabajó cincuenta años de colchonero en el barrio. Hacía las cosas muy bien, pero le ponía el triple de horas que le ponían en general los otros colchoneros entonces le alcanzaba sólo para sobrevivir. Trabajaba a domicilio, iba con la máquina de escardar lana y las tablas para apoyar los colchones. La máquina escardadora tenía rueditas, entonces él ataba las tablas e iba. Así como yo voy con el carrito para repartir los diarios él iba con su máquina.
Cuando yo era chiquito vivíamos en Gaona y Joaquín B González, que era la boca del arroyo Maldonado. Ahí mi mamá tenía una tiendita, ella la atendía y ahí hacía los arreglos de ropa. Pero cuando yo tenía cuatro años una inundación se llevó todo. Y nos mudamos a Remedios Escalada de San Martín y Concordia.
Mi mamá era sorda, desde un día que le pegaron un pelotazo con una pelota de madera. Sabía hablar, sabía escribir en ruso, y con una maestra con mucha paciencia aprendió a escribir en castellano. Cuando se proponía algo, le costara lo que le costara, no paraba hasta que lo conseguía. Por ejemplo a cada hija le iba preparando siempre un ajuar completo. Y siempre tenía algún manguito ahorrado para sacar de la manga para alguna situación.
Yo tenía la consigna, el mandato, que yo tenía que ganar guita, que yo tenía que sacar a la familia de la pobreza. Hay frases que me acuerdo… Mi mamá se peleaba con mi papá y le decía ¨Vas a ver cuando Enrique sea grande…¨ Entonces incluso antes de terminar la escuela primaria yo quería trabajar. Mi hermana Rosita me traía trabajo del negocio donde ella trabajaba con una escribana, yo lo hacía y me daban unos pesos.
Después, apenas terminé el primario, empecé yendo a la ORT muy poco tiempo, rápido me di cuenta que eso no tenía nada que ver conmigo. Después empecé en un Comercial pero no terminé primer año. Y fui a laburar. Laburé de cadete a los 12, 13 años. Laburaba mucho. Yo tenía 14 años y ganaba más que mi papá. Yo ganaba 250 $ y una vuelta me dieron cuatro aguinaldos juntos, me dieron 1000 $, un billete de 1000 $. En la familia jamás nadie lo había visto. En el departamento de al lado vivía una hermana de mi mamá con el marido y los hijos, ellos también vinieron a verlo: nadie jamás en esa casa había visto mil pesos todos juntos.” ♦
(*) Foto de portada: Ester Pechersky y Abraham Lifschitz, mamá y papá de Enrique.