«El paciente se tiene que ir con una respuesta»

Héctor Paricolio y su grupo de enfermeros y enfermeras del Cesac 34 se ocupan del amplio abanico de la "atención primaria": desde el vacunatorio a las caminatas compartidas, desde las charlas sobre alimentación saludable hasta el seguimiento domiciliario de vecinos con dengue. La vida de un enfermero contada por uno que lleva casi cuarenta años de oficio.

Un mosquito con alas y cuerpo de cartón, antenas de alambre, forrado con los colores del aedis aegypti, de un tamaño considerable como para llamar la atención a la distancia: ideas así se les ocurren en el Cesac 34 cuando se ponen a pensar cómo hacer prevención comunitaria. El verano pasado el jefe de enfermeros salía con el insecto sobre el techo de su camioneta y un megáfono. Recorría los alrededores del centro de salud anunciando a viva voz los cuidados necesarios para evitar la reproducción del bicho responsable de la epidemia. “Ahora está guardado pero pronto lo vamos a volver a sacar”, dice Héctor.

Más allá de la anécdota de color, lo cierto es que el último verano la cantidad de casos positivos de dengue planteó un desafío para el equipo de enfermeros y enfermeras del Cesac 34. El barrio “estaba minado”, dice Héctor. Desde el Ministerio les llegaba la información de los pacientes que debían visitar: personas que viven en el área de georeferencia del centro de salud, que fueron diagnosticadas tal vez en un hospital público, tal vez en uno privado. “Como las prepagas y las obras sociales no hacen seguimiento domiciliario, todos los casos nos caen a nosotros”, explica.

De La Quiaca a Buenos Aires

De chico a Héctor nunca se le había pasado por la cabeza ser enfermero. Hasta los diez años vivió en La Quiaca con sus padres y sus siete hermanos y hermanas. Ya a los ocho trabajaba en la estación de tren limpiando los baños. Y reconoce que entre los chicos “no te puedo decir que fuera líder pero era uno de los locos de la escuela. Yo me agarraba a trompadas con todos.”

Y a las trompadas ese chiquito jujeño se defendió en Buenos Aires, en una época que la palabra bullyng no era parte del vocabulario local. “Venir a la ciudad fue muy traumático. Yo era de los primeros morochos en la escuela y siempre estaba el maltrato. Me decían boliviano, extranjero, y cuando mostraba mi DNI “¿cómo tenés ese documento?”. Seré morocho pero soy argentino. Y más allá de eso soy un ser humano.”

Vivir tan íntimamente la discriminación hizo de Héctor una persona atenta con todo el que vaya al Cesac, sin importar su origen. “paraguayos, peruanos, chilenos, venezolanos, chinos, coreanos, hoy están viniendo muchos rusos también. Uno no sabe los motivos que los trajeron y yo me pongo en su lugar, yo también estuve en la situación de migrar por necesidad”.

Te puede interesar  Celebrando y reclamando

De profesión, enfermero

En la edad de proyectarse un futuro, Héctor quería ser mecánico. Estudió, se recibió y lo tomaron en un taller. “Pero no me alcanzaba, trabajaba para la comida”, recuerda. También le gustaba mucho jugar al fútbol, ir al polideportivo de su barrio, en el Bajo Flores.

“Un día jugando ahí conocí a una chica, me puse de novio, ella era enfermera. Y yo andaba de acá para allá sin trabajo firme. Un día me dice  ¨¿por qué no estudiás enfermería?¨. Le dije ¨Voy a probar y si me gusta sigo¨. Empecé y acá estoy», dice casi 40 años después de ese comienzo.

En la escuela de enfermería aprendió que lo que subyace a este trabajo es el deseo de ayudar, sentirse dispuesto a satisfacer la necesidad del otro. Y Héctor encontró adentro suyo ese sentimiento: “me gustó ayudar”, dice.

Aún no se había recibido cuando empezó a trabajar en el mismo hospital donde estudiaba, el Británico. A la par, sumó horas de guardia en el Aeronáutico, después entró en el Álvarez y dejó el Británico, al tiempo que tomó otra guardia en el hospital de Prefectura.

Trabajaba, trabajaba y trabajaba empujado por el sueño de la casa propia. Se había casado con su novia enfermera, habían tenido dos hijos y hoy cuando piensa en ellos se emociona: “me pongo mal porque no los disfruté. Yo tenía tres trabajos y cuando me acordé mi hija estaba cumpliendo 15 años, ahí recién aflojé un poco. Sí me compré una casa gigante y siempre nos fuimos de vacaciones, pero después yo volvía a mi función de trabajar.”

Cesac 34. El Centro de Salud comparte el edificio con el Espacio Cultural Resurgimiento.

Un centro de salud comunitaria

Para cuando se estaba por inaugurar el Cesac 34, en el 2003, Héctor era jefe de enfermeros en el área de internación del Hospital Álvarez. Además, había hecho la residencia en “Atención primaria”. Por lo tanto, era candidato seguro al puesto que ahora ocupa en el centro de salud comunitaria que depende del Álvarez.

“Acá no tengo que higienizar, no tengo que bañar, no tengo que movilizar a nadie, el trabajo es menos pesado”, dice, comparando con lo que hacía en internación. Y cuenta que una de las principales ocupaciones en el Cesac es el vacunatorio.

Como jefe de enfermeros Héctor hace hincapié en la calidad de la atención. “Si una mamá que vino para vacunar a su hijo llegó un poquito más tarde, ¿no lo vas a vacunar? ¿vos sabes de dónde viene, si se tomó un colectivo, cuánto le costó tomarse ese colectivo? Eso le meto en la cabeza a mi gente. Si no tiene las órdenes en regla, le decimos ¨vamos a intentar satisfacerte esta vez para que no te vayas sin nada, pero andá haciendo el trámite como corresponde¨. El paciente que llegó hasta acá se tiene que ir con una respuesta.”

Te puede interesar  Centro Yakúo: atención de la salud en clave comunitaria

Promoción y prevención

Así como el dengue, la tuberculosis también necesita de los enfermeros y enfermeras del Cesac para el seguimiento domiciliario. “Hay que llamar a los pacientes por teléfono, ir a hacer la visita, ver si está haciendo el tratamiento”. Cuenta Héctor que la tuberculosos está en auge en este momento. Es una enfermedad pulmonar que se disemina muy rápido entre los convivientes pero una vez que se inicia el tratamiento ya no contagia. “Entonces tenemos que ver con qué familiares vive el paciente, tenés que derivarlos a que se hagan la PPD [una prueba reactiva] y se hagan la placa para diagnosticar quién está contagiado y quién no”.

Otra de las tareas de un centro de salud comunitario es hacer promoción y prevención, difundir prácticas saludables: “Damos charlas en las escuelas sobre prevención de accidentes, sobre enfermedades transmisibles, sobre quemaduras”, cuenta Héctor. También la sala de espera -que durante las mañanas explota de gente- es un espacio para conversar, por ejemplo, sobre buena alimentación.

Las prácticas saludables también tienen que ver con cultivar vínculos comunitarios. Por eso en el Cesac 34 el grupo de enfermeros y enfermeras liderado por Héctor tiene una agenda de actividades con esa impronta: caminatas grupales todas las mañanas; taller recreativo para adultos mayores jueves por medio; otro de tejido los martes al mediodía.

– ¿Cuál es tu sueño?

– Tengo dos. El primero: yo quisiera venir el día de mañana y encontrarme con una persona que me atienda como yo atiendo a los pacientes. Siempre se lo digo a los chicos, “cuando yo esté jubilado y venga y no me vaya con una respuesta, les voy a dar un palazo por la cabeza”. 

Héctor se ríe y continúa con su segundo sueño:

– No podemos seguir trabajando en estas condiciones, necesitamos un espacio más grande donde mis compañeros, mis colegas, la comunidad tenga un lugar donde pueda atenderse bien. Espero que antes de que me jubile lo tengamos. Me faltan siete años, espero verlo.


Cesac 34
Dirección: Artigas 2262 y Jonte

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *