Hasta donde se sabe todo empezaba en Instagram, donde “alguien” ofrecía unos esponjosos cogollos de marihuana a un precio extraordinario, aunque con una condición: la compra mínima debía rondar los diez, quince mil pesos. Así y todo, muchos aceptaban. Algunos porque tenían la plata, otros porque lograban juntarla a fuerza de amigos rendidos ante la que suele ser calificada por excelencia como la droga de la recreación.
La cita para concretar el negocio era siempre la misma esquina: Álvarez Jonte y Cuenca. El comprador, naturalmente un poco cohibido, llegaba con su mochila y esperando recibir indicaciones. Entonces “alguien” aparecía lo más tranquilo y simulando ser un vecino de la cuadra (por caso una vez fue una chica en ojotas, con las llaves en una mano y un caniche en la otra).
Luego ambos caminaban unos metros hacia el lado de Campana, hasta que el supuesto vendedor ordenaba: “Esperame acá. Dame la mochila con la plata, que entro a casa, le pongo todo adentro y te la traigo”. Y el comprador esperaba, pero el tema es que “casa” no era ninguna casa sino Granville, el pasaje peatonal que tiene dos salidas por Dantas (que a su vez es otro pasaje peatonal). Así que nadie aparecía, ni “alguien”, ni la mochila y mucho menos los cogollos.
Después de un rato el estafado se asomaba, y si veía algún vecino tal vez se atrevía -no sin cierto recelo- a preguntarle si había visto a “alguien”. Estaban los que tras caminar el pasaje y ver las salidas en seguida se enrojecían del disgusto. Otros, sin más, se iban. Y por supuesto, nadie denunciaba.
Una magnífica forma de descubrir el callejón más lindo de Villa Santa Rita, un lugar que en el barrio todos conocen, pero para el desprevenido que viene de afuera puede tranquilamente pasar por… la entrada de una casa.
El episodio, de esporádico al principio, se transformó en una constante: llegó a suceder hasta cuatro veces por día. Los que viven en Granville ya estaban habituados a la escena, pero también se cansaron, y se asustaron, y entonces fueron a la policía. La policía puso gente a vigilar, pero como la presencia no era constante, el problema seguía.
Colocaron cámaras (los vecinos), y con las imágenes fueron otra vez a la policía. Nada cambió. Al final, lo terminaron solucionando con un cartel. Un pasacalles ubicado en la entrada de Jonte en el que se lee: “En este pasaje no se vende droga. No te dejes engañar”. Ellos mismos lo mandaron a hacer y ellos mismos lo colgaron el último enero. Ahí sigue hasta hoy.
Dicen (los vecinos) que si lo sacan van a poner otro. Que no los van a vencer. Pero a la vez confiesan que vivir en esa callecita tan pintoresca tiene sus pros y sus contras, que a veces se sienten parias de la trama urbana y que tanta batalla, tanto tiempo, tanta energía, terminaron por generarles también un enorme desgaste.
Progreso o destrucción
Si hay algo de lo que Granville sabe es de luchas. En ese pasaje que algunos llaman “la vecindad del Chavo” los vecinos se ven todo el tiempo, y entonces se conocen mucho. Algo similar a lo que pasaba en los barrios de antes. Fue esa cotidianidad compartida la que hizo que allá por 2011, cuando pegada al pasaje empezó a levantarse una torre (sobre Jonte y hacia Campana), todos se miraran y entendieran enseguida que algo había que hacer.
Dieciséis casas eran: todas se involucraron. Todos los viernes se reunían a las ocho de la noche en asamblea. Investigaron y terminaron descubriendo que su causa no tenía que ver solo con el berretín de “me mudé a un pasaje, quiero vivir en un barrio de casas bajas”, sino que había un Código de Planeamiento que de acuerdo con su zonificación les permitía exigir una determinada altura por encontrarse entre dos manzanas consideradas “atípicas”.
El raid incluyó infinitas visitas a funcionarios, legisladores y comuneros en tanto el constructor los amenazaba tirándoles por debajo de sus puertas unos volantes en los que los acusaba de (sic) “comunistas”. En medio de eso se enteraron de que también en Jonte, pero hacia el lado de Cuenca, estaba en venta un terreno de 1.600 metros cuadrados en el que alguna vez hubo canchas de paddle, un lavadero y un estacionamiento y donde ahora se proyectaban dos torres de diez pisos y con dos subsuelos.
Algunos vecinos se encargaban de hacer dibujos y sacar fotos, otros armaban carpetas para enviar a las autoridades. Contrataron un abogado, presentaron un amparo. La obra hacia Campana avanzaba a todo vapor. En un momento compraron entre todos un megáfono y generaron la campaña “Por una cuadra libre de edificios”. Los chicos dibujaron un logo, y entre todos juntaron cuatro mil firmas. Ahí fue cuando la movida rebotó en los medios.
El entonces legislador de Diálogo por Buenos Aires Eduardo Epszteyn los acompañó de cerca. “Cuando un terreno está sobre avenida, pero también sobre un pasaje, vale el factor de ocupación de la avenida, con lo cual con esa trampita se cuelan proyectos de altura de avenida cuando en realidad están sobre un pasaje”, explicaba el parlamentario en el noticiero de la Televisión Pública.
Pero la movilización también granjeó a la gente de Granville nuevos enemigos, porque muchos de los comerciantes de la zona saltaron como fieras aduciendo que con su accionar frenaban el progreso.
La batalla, sin embargo, no era solo por la altura. Después de acceder al expediente de la obra los denunciantes descubrieron que el edificio de Jonte 3286 estaba levantándose con graves irregularidades respecto al plano y a los códigos de construcción. El Gobierno de la Ciudad se comprometió finalmente a suspender provisoriamente la obra ante un reclamo que consideró legítimo.
Al constructor no le quedó más remedio que armar un nuevo proyecto que pasaba de ocho a cuatro pisos, en tanto el megaemprendimiento de Jonte 3222 (hacia Cuenca) quedó virtualmente frenado. Los vecinos autoconvocados de Granville saborearon su primera victoria, que como corresponde festejaron en su propio pasaje, cervezas y salamines mediante.
Hecha la ley
Pasó el tiempo y -diría Pinti- también los gobiernos. En 2013 y con Granville como caso testigo la Legislatura de la Ciudad aprobó y reglamentó la Ley 4.738 de “Vías de Ancho reducido”, que involucra a los pasajes de hasta 13 metros de ancho y cinco cuadras de largo en los que, dice el texto, la altura permitida para construir debía ser en toda la manzana la que esos pasajes tuvieran.
De ahí que cuando en 2016 los vecinos vieron arrancar otra construcción en Jonte 3290 no se preocuparon demasiado. “Ahora hay una ley de pasajes -pensaron-. Solo van a construir cuatro pisos”. Pero el cartel de obra hablaba de diez, en tanto el terreno gigante hacia Cuenca estaba otra vez en venta. Los de Granville acudieron a la ley, y recién ahí descubrieron un texto al pie que decía: “aplíquese esta norma a los pasajes que están en la plancheta anexa”. Oh sorpresa: en esa plancheta Granville no figuraba.
Cinco años habían pasado de la primera batalla, y muchos de los vecinos estaban cansados. Después de otra maratón de audiencias y reuniones los funcionarios terminaron reconociéndoles que la única opción era cambiar la ley. Que los legisladores la presentaran y luego la aprobaran.
El Defensor del Pueblo de la Ciudad, Alejandro Amor, presentó en 2017 el proyecto para la incorporación de Dantas y Granville a la ley de pasajes. Hasta ahora nadie lo votó, en tanto el constructor apuró lo suyo y logró terminar su edificio de diez pisos. Los vecinos autoconvocados de Granville tuvieron que morder esta vez el polvo de la derrota, pero tampoco se rindieron.
Ante la inminencia de que se construyeran las torres del terreno enorme hacia Cuenca organizaron -literalmente- el “velorio del pasaje”, que incluyó coronas de flores, velas y un ataúd que vestidos de negro hicieron desfilar por los alrededores del lugar. A los medios la imagen les encantó (la movida salió en todos lados) y se cree que el video llegó a los ojos del jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, aunque por lo pronto no hubo respuesta.
El peligro de que permitan construir un edificio ahí sigue latente. Villa Santa Rita sigue sin tener una sola plaza. Y Granville sigue sin estar incorporado a la ley de pasajes, cosa que a los estafadores -de todos modos- les importa un bledo. ♦