Aníbal Barbieri: “Si nos avivamos de lo que tenemos, volamos”

De la batería al acordeón, del rock al tango y de Los Ángeles a Brasil. De la peña de un pueblo al bar de Palermo y de la estación de subte a las fiestas familiares. Vivir de la música no es fácil en Buenos Aires, pero para Aníbal Barbieri es la única forma de vivir.

De la batería al acordeón, del rock al tango y de Los Ángeles a Brasil. De la peña de un pueblo al bar de Palermo y de la estación de subte a las fiestas familiares. Vivir de la música no es fácil en Buenos Aires, pero para Aníbal Barbieri es la única forma de vivir.

Aníbal Barbieri: “Si nos avivamos de lo que tenemos, volamos”

De la batería al acordeón, del rock al tango y de Los Ángeles a Brasil. De la peña de un pueblo al bar de Palermo y de la estación de subte a las fiestas familiares. Vivir de la música no es fácil en Buenos Aires, pero para Aníbal Barbieri es la única forma de vivir.

No hay mucha gente en las veredas del centro comercial. Todavía algunos rayos de sol pegan oblicuos contra las vidrieras. Un 47 se detiene sobre Nogoyá, casi llegando a Cuenca, justo cuando Aníbal cerrando el fuelle se desliza por el último compás. La luz escurridiza de una tarde de agosto crea la atmósfera propicia para contrarrestar con música la tristeza. Una mujer se abraza a los sonidos del acordeón y no se da cuenta que las lágrimas le están humedeciendo el barbijo. Escucha la melodía a cierta distancia. El 47  arranca y se aleja casi vacío. Se lleva con él sus ruidos de motor. La mujer se acerca. Quiere contarle al músico sus recuerdos.

“Es lo que provoca un instrumento cuando es tocado con sentimiento”, dice Aníbal sobre el lado A de hacer música en la calle. En la pandemia esa esquina de Villa del Parque fue su escenario. No había otro. “Las opciones eran quemar los ahorros o salir. Y se junta plata en la calle pero también es muy áspero”, apunta sobre el lado B de esa experiencia. “Un muchacho al que le faltaba un brazo y una pierna se puso a un metro mío a pedir plata y yo digo claro, yo tengo todo, traigo un instrumento tremendo y ¿qué pasa? Yo también me siento mendigando.”

Las caras de la música

Estaba en Los Ángeles, en el estudio de grabación de Chick Corea. En los 90 Aníbal tocaba la batería. Había viajado a grabar la percusión para el disco de un cantante y se pasó un mes en ese lugar donde “grababan los top del jazz, del rock, y de toda la música de ellos”. En Buenos Aires por esos años había “un montón de laburo” para los músicos y Aníbal, baterista profesional, formado por “uno de los mejores”, Junior Cesari, había agarrado los palillos a los 14 y desde entonces no paraba de tocar. Desde Alejandro Sanz hasta Luis Salinas. Tenía también su propio grupo con el que hacía temporada en la Costa y “por ahí un amigo se iba a tocar con Locomía y yo le hacía el cambio en otro grupo, y así vivíamos.”

Pero ese mes en Los Ángeles le reveló otra cara de la música: estando ahí sintió ajenos los sonidos del rock y del jazz porque “me fui dando cuenta de la relación natural que tienen ellos con esa música. Se les nota en la corporalidad, en las articulaciones, en los fraseos. Y en sueños y a la distancia me venía la música nuestra”.

“El piano en el tango”, el título del libro se destaca entre otros objetos sobre la mesita del living y Aníbal se agarra de él para seguir el hilo de su argumento: “solo el piano en el tango tiene una identidad que no existe en ningún otro lugar del planeta”. “Ahi entendí que nosotros tenemos una relación con la música desconectada de nuestras raíces, superficial. Y que si nos avivamos de lo que tenemos, volamos, porque hay Messis en nuestro arte”.

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Aníbal recuerda cuando trabajaba en la tele: tocaba la batería en el programa “Venite con Georgina” y una vez fue invitado Mariano Mores. Habían terminado de tocar Uno,  el compositor se dio vuelta y arengó a los músicos; “¡Fuerza!” les gritó, todos entendieron y se lanzaron a una versión improvisada de Taquito Militar que caló en su memoria.

La madre y la abuela

Cuando Aníbal empezó a estudiar piano, a los 8, ya sabía que su mamá había dado su primer concierto a los 7 y que a los 13 se había recibido de profesora superior de piano. “Después se metió a trabajar en un banco. Pero bueno, me estimuló mucho”, dice. También la abuela tocaba el piano: la abuela tango, la mamá música clásica.

Ritmos brasileros

La crisis del 2001 y sus treinta años lo impulsaron a viajar. Llego a Brasil sin un plan y en San Pablo se quedó cinco años. “Para los brasileros la percusión está ligada con lo religioso, con lo afrodescendiente. Cada toque tiene una intención y aprender todo eso me despertó un gran interés.” “Aprendí muchos ritmos de Brasil, uno de ellos es el forró que se toca con acordeón, triángulo y un bombito que se llama zambomba.”

Cuando Aníbal volvió a Buenos Aires esa música vino con él.  Armó ensambles de percusión con ritmos brasileros: Samba, forró y maracatú.

En un tramo de una calle arrinconada por un puente, el de Avenida San Martín, está su casa. Ahí sonaban el zurdo, el tamborín, el pandeiro, el chocalho, el shequerer, el agogó. “Era muy interesante observar cómo gente que por ahí estaba bloqueada rítmicamente en el ensamble empezaban a sentir el ritmo”, recuerda.

A partir de entonces su instrumento compañero fue el acordeón. Lo llevó a Villa Gesell el verano en que un alumno lo invitó a pasar año nuevo con su familia en la playa. Encontró un lugar agradable para tocar cerca de una feria y estaba interpretando un chamamé cuando se le acercó una pareja. “Bajaron dos personas de un auto y un señor de gesto adusto me dijo ¿puedo tocar con vos? Sí, claro. Vino con una guitarra, estaba re emocionado. Me dijo: “es la primera vez que agarro la guitarra después de que perdí a mis dos hijos en Cromañón.”

El acordeón es un instrumento que facilita los sucesos del lado A de la música callejera y a Aníbal le sobran anécdotas. “En una época tocaba en la estación de subte Los Incas y una vez que había poca gente el policía se puso a bailar un vals con el de seguridad. Los dos uniformados, fue medio bizarro. De esas me pasaron montones. De las otras también: ¨búscate un trabajo honesto¨, también.”

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Abrir y cerrar el fuelle

Después de Cromañón Buenos Aires se volvió una ciudad esquiva para los músicos. “No podías sacar un instrumento en ningún bar porque más o menos te metían en cana.” Las exigencias para habilitar un espacio para shows comenzaron a ser tantas que fueron matando la música en vivo, dice Aníbal. “La Municipalidad les pide cosas imposibles. No diferencia si van a tocar Los Redondos o si voy a tocar yo solo con el acordeón. Entonces muchas veces pasa que estamos haciendo  una música maravillosa, vienen los de la Municipalidad y nos tenemos que esconder.”

Aníbal describe la aspereza con que Buenos Aires trata a los músicos y que contrasta, dice, con lo que pasa en las provincias. “La otra vez estuve en Chilecito, en La Rioja y en Córdoba y era bombo legüero, era chacarera.  En los restaurantes y en las calles la gente toca la música de ahí. Yo voy a cualquier lugar, suena mi acordeón y se me abren todas las puertas. No tengo que hacer nada más para tener todo lo que un ser humano necesita.”

Hasta que irrumpió la pandemia Aníbal tocaba con Babel Orkesta. “Un cocktail de música volcánica, un casamiento sin novios, un sainete balcánico”, así se presentaba en las redes el grupo que daba conciertos para chicos y grandes. “Estábamos re bien, viajábamos todo el tiempo por Argentina y afuera del país. Después de la pandemia uno de ese grupo se quedó en su pueblo, otro se dedicó a pintar, y ya no volvimos a tocar juntos.”

Componer el presente

Durante la cuarentena los ensambles virtuales ganaron las redes sociales y en youtube hay un video de esa época en el que suena el acordeón de Aníbal junto al clarinete de Carolina Pocosgnich. “Ese vals es un tema mío que se llama Llegó la primavera”, dice Aníbal y agrega: “Hay otro tema mío en las redes, Llueve, tocado por la orquesta de cuerdas Karenautas y también una versión en portugués que grabó Cássio Carvalho, un músico brasilero.”

Sea suave o áspera la ciudad con él, Aníbal seguirá tocando. Se lo puede escuchar todos los miércoles en Tutti I Fiocchi, un restaurante de Palermo. En Café Vinilo tendrá una presentación el 20 de abril Aníbal Barbieri Trío: él con su acordeón, Daniel Figueroa en percusión y Federico Maiocchi en contrabajo.

Quien quiera tomar clases de batería o acordeón puede llamarlo y también, ojo al piojo, quien quiera música en sus fiestas: “me gusta estar en los livings de las familias tocando en sus cumpleaños porque yo hago así – toca la introducción de Bombón asesino– y el ambiente se anima. El acordeón es muy farrero y a mí me gusta la cosa familiar, que la familia baile.”♦


Contacto Aníbal Barbieri:
Instagram: @anibalbarbieri
Teléfono: 11 6996-2846

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