Más que albañil

Walter Oroño tenía treinta años cuando las ganas de construirle un primer piso a su casa lo convirtieron en albañil. Hoy pisa los cincuenta con una empresa constructora que ofrece al barrio refacciones, reparaciones y si lo dejan, un poco de arte.

Walter Oroño tenía treinta años cuando las ganas de construirle un primer piso a su casa lo convirtieron en albañil. Hoy pisa los cincuenta con una empresa constructora que ofrece al barrio refacciones, reparaciones y si lo dejan, un poco de arte.

Más que albañil

Walter Oroño tenía treinta años cuando las ganas de construirle un primer piso a su casa lo convirtieron en albañil. Hoy pisa los cincuenta con una empresa constructora que ofrece al barrio refacciones, reparaciones y si lo dejan, un poco de arte.

La caja de herramientas toca el suelo, ruido a metal que choca, es el comienzo de un cambio, una mejora, un antes y un después. La cabeza pensando medidas, colores y texturas; las manos a la obra. Cuando Walter se despide, el lugar ya no es el mismo. Lo que funcionaba mal, funcionaba bien, lo que no gustaba, gusta. Y lo que era simplemente una casa, ahora tiene un toque especial.

Oriundo de Boedo, de profesión psicólogo, todo comenzó cuando se mudó a una planta baja en una esquina de Villa del Parque, con la idea de construirle un primer piso. Walter trabajaba en comunidades terapéuticas, dedicado a acompañar a personas en proceso de recuperación de adicciones.

Era el año 2000, el final del “uno a uno”, plena crisis económica, pero en esa esquina se olían sueños. A la vereda de baldosas destartaladas la emparejó y cubrió con ladrillos, removió tierra, armó canteros y plantó árboles, dos sobre Gavilán y dos sobre Biarriz. Y la planta alta fue tomando forma. “Construimos la loza, el piso y las paredes y cuando llegó el momento de hacer la instalación eléctrica llamé a un electricista que me pasó un presupuesto de cinco mil dólares. Justo en un momento en que yo me había quedado sin trabajo.”

Una escuela de oficios

Walter no tenía plata, pero tenía tiempo. Una escuela pública de formación profesional fue su luz en el horizonte.  “Me puse las pilas y decidí aprender electricidad”, dice recordando lo que fue un punto de inflexión en su vida, y agrega: “Me gustó tanto que al cuatrimestre siguiente hice dos cursos más, plomería y albañilería.”

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El centro de formación es el  Nro. 24, que aún hoy funciona en Artigas y Morón.  Cuenta Walter que hace veinte años lucía como una casa centenaria, medio destruida, con unas pocas habitaciones y un patio. Tiempo después el gobierno de la ciudad construyó un importante edificio de tres pisos, integrando la vieja casa. “Los cursos son gratuitos y de mucha calidad, con un equipamiento buenísimo. Tienen un taller de carpintería hermoso, y al menos hasta hace poco tanto el profesor de herrería como el de electricidad eran los mismos que me enseñaron a mí”, revela el ex alumno, recomendando además la feria de venta de muebles, que organizaron en la escuela alumnos y profesores bajo el formato de cooperativa.

Reciclar y reciclarse

Cielo raso, paredes, membrana, colocación de cerámica y albañilería, pintura, plomería, electricidad, herrería, durlock, diseños a medida. Walter fue sumando conocimientos a medida que se lanzó a trabajar en su nuevo oficio. “El puntapié me lo dio mi mamá, que tenía un centro de jubilados y me recomendó con gente que necesitaba hacer arreglos. En el 2003, todavía un momento difícil en lo económico, armé una pequeña empresa constructora y comencé a reciclar casas.”

Dos décadas después tres frondosos ficus y un tilo dan sombra a su hogar de dos plantas, cuya herrería artesanal reluce en cada abertura. Un farol con diseño propio engalana la ochava de esa esquina de villa del parque, en la frontera con Paternal y a metros de Villa General Mitre.

Descubrirse artesano

Nunca antes Walter había esculpido, dibujado o modelado. El oficio de la construcción le abrió también las puertas de la creatividad. “Lo masivo, lo que compras en una tienda está bien y es práctico, pero no deja de ser lo habitual. En cambio lo pensado por vos, te permite diseñar y darle a lo que hacés un toque de distinción, de originalidad”, reflexiona. Esos toques personales fueron cayendo como pinceladas también en la casa de la ochava. “Aprendí a colocar durlock, pero a hacer una biblioteca de ese material no me enseñó nadie, se me ocurrió que podía quedar bien y diseñé una para mi casa. También hice para la cocina una mesada de madera plastificada y al bajo-mesada le puse puertas de hierro y chapa perforada. Es un mueble indestructible”, destaca con orgullo.

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Biblioteca de durlock diseñada por Walter Oroño.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Más allá de lo económico, siento que tengo la posibilidad de mejorar la vida de las personas, usando la creatividad para embellecer su entorno.  Si me preguntás cuál es mi sueño, te diría que mi sueño es tener la vitalidad para poder seguir aprendiendo hasta que me muera. Seguir creciendo, produciendo siempre. ♦

*  Foto de portada: La puerta de la casa es un diseño propio. Como en cada pieza que fabrica, Walter suma oficio y creatividad (En la foto lo acompaña su hija menor).