En Villa Urquiza vivía una familia de seis: María José, Claudio y sus cuatro hijos. Corrían los años 90. Claudio trabajaba de remisero y María José tejiendo crochet. Lo hacía de noche mientras los chicos dormían, tejía por encargo para fábricas de ropa: ponchos, chalecos, pullóveres.
En Villa del Parque, sobre Marcos Sastre y a metros de San Nicolás, había una panadería centenaria. Ya estaba ahí cuando el barrio era nomas que quintas y calles de tierra con algunas casas de patios grandes o pasillos largos que luego se llamarían PH. En una guía comercial de la época que aún se conserva, aparece con el nombre de La Regia, pero en los 90 se llamaba Panadería Centroamérica. En su logo, junto al nombre había un dibujo de dos palmeras.
Hete aquí que el hermano del dueño de la Centroamérica tenía una panadería en Villa Urquiza, al lado de la casa de María José y Claudio. Este vecino les contó que la panadería de Villa del Parque estaba en venta, y al matrimonio le interesó. Decidieron probar ese cambio de vida que se presentaba como una oportunidad. Tenían la edad justa para hacerlo: ella 39 y él 41.
El nuevo siglo había empezado. Invirtieron ahorros y compraron el fondo de comercio de la Centroamérica. El vecino panadero le enseño a Claudio los secretos de un buen pan, durante meses fue a trabajar con él para aprender el oficio.
Y llegó el día de la inauguración: 1 de mayo de 2001. De Centroamérica pasó a llamarse Las Palmeras para conservar algo del nombre, no las letras pero sí la alusión al paisaje que ya figuraba en el logo de su antecesora.
Hoy ya hace veinte años que Claudio hace el pan, María José atiende al público y dos pasteleros profesionales se encargan de todo lo dulce.
Desde atrás del mostrador
¿De qué depende la calidad de las facturas? Dice María José que además de la mano de quién cocina es muy importante la calidad de la materia prima. “La crema pastelera, por ejemplo, hay panaderías que compran una pastelera artificial y le ponen eso a la factura. Nosotros usamos la receta antigua, la preparamos con huevo, como lo hacían las abuelas. Y dulce de leche usamos la marca Vacalín, que es uno de los mejores”.
El horno de Las Palmeras también es especial: “Nosotros todavía conservamos el horno de piedra de ladrillo, que requiere un trabajo distinto. La mayoría de las panaderías ahora tienen un horno eléctrico, donde metés directamente las bandejas y es mucho más fácil”, cuenta María José.
Así como ellos cambiaron de vida hace veinte años, el barrio y el consumo de sus habitantes cambió también. Dice María José que la construcción de edificios hizo que se mude más gente joven, y a esta generación no les interesa tanto el buen pan. “Los jóvenes comen menos pan o comen cualquier pan porque no conocen de calidades. Van directamente al lactal que compran en el supermercado.” Son los vecinos y vecinas de siempre, gente ya mayor, los que valoran una buena figacita o un buen felipe. “El fin de semana sí vienen los chicos jóvenes, compran sándwiches de miga o facturas”, observa.
La trastienda
Claudio y María José abrieron Las Palmeras mientras criaban a cuatro hijos que por entonces tenían 3, 7, 15 y 17. Veinte años después, dos de ellos atienden Las Palmeras II, una sucursal que inauguraron en el 2007 en la esquina de Remedios Escalada de San Martín y Emilio Lamarca. Quienes van a comprar a esta panadería, puede ser que, al entrar, escuchen el rasgueo de una guitarra desde atrás del exhibidor. Es que la música es una invitada infaltable en esa familia: de los cuatro hermanos, además del guitarrista hay dos bateristas. Y María José se hace cargo de ser la responsable de esa herencia: “Yo siempre estudié música. En mi casa, de chica, yo era la que ponía el estéreo a todo lo que da.”
Mientras tanto, en la trastienda de Las Palmeras I, María José aprovecha los momentos libres para avanzar en algún tejido. “Nunca dejé de tejer. Mi celular está lleno de grupos de tejedoras, tengo amigas virtuales de todos los países del mundo”, cuenta, revelando su auténtico hobbie. “En los grupos hacemos retos: por ejemplo, te dan un patrón y tenés determinada cantidad de días para terminarlo y presentarlo con una foto. Y mientras lo hacés vas consultando con las otras: que dónde puedo comprar la lana, que cómo hago este punto. Es fabuloso, porque a la par que hablás del tejido te cuentan cosas de otros países.”
Pasado y futuro
María José tenía 18 y Claudio 21 cuando se encontraron. Él era profesor de tenis y ella estudiaba para maestra jardinera. Se conocieron en un baile de egresados en el Urquiza Tenis Club, donde él trabajaba. Ahora, mientras atiende en la panadería o repasa el punto del desafío actual, María José también proyecta el próximo gran cambio que les espera en sus vidas: el día en que la pareja concrete el sueño de mudarse al Sur. ♦
Las Palmeras 1: Marcos Sastre 3779
Las Palmeras 2: Remedios Escalada de San Martín 3499