Autogestión que habría que aplaudir

La intervención a la cooperadora del Alvarez Thomas puso al descubierto el debate por la calidad de lo que comen los chicos en las escuelas públicas de Caba.

La intervención a la cooperadora del Alvarez Thomas puso al descubierto el debate por la calidad de lo que comen los chicos en las escuelas públicas de Caba.

Autogestión que habría que aplaudir

La intervención a la cooperadora del Alvarez Thomas puso al descubierto el debate por la calidad de lo que comen los chicos en las escuelas públicas de Caba.

El Gobierno de la ciudad de Buenos Aires recurre a concesionarias privadas para abastecer los comedores de sus escuelas. Aunque esto no fue siempre así, el sistema está naturalizado al punto de que sólo quedaban cuatro comedores autogestionados en toda la ciudad. Este número se redujo virtualmente a tres: en una decisión que las familias resisten, el Ministerio de Educación porteño intervino la cooperadora de una de esas escuelas, el Alvarez Thomas (Terrada 3983), en el barrio de Agronomía. Tras esta decisión, el sistema y la calidad de los bolsones que se entregan en pandemia ya está empezando a empeorar, denuncian las familias.

La decisión de la intervención, en septiembre pasado, desató un escándalo en la comunidad educativa. El Gobierno alega “incumplimiento de las normas contables”, las familias denuncian que el objetivo es retener un fondo de reserva de más de 24 millones de pesos, con el que planeaban construir un gimnasio. También aseguran que hay “una venganza política” por la lucha que dieron por mantener las horas de natación en su pileta propia (también construida, en su momento, con el dinero y la gestión de la cooperadora). Y advierten que al comedor se busca “hacer entrar” a las concesionarias privadas, que han tenido denuncias por intoxicaciones en varias escuelas, además de un desvío millonario en el presupuesto de comedores.

Además del Alvarez Thomas, en la ciudad quedan con comedores autogestionados el Eccleston, en Palermo (con su profesorado de Educación Inicial y el jardín de infantes Mitre), la escuela 8 del distrito 19, en Villa Soldati, y la 11 del distrito 8, en Caballito. En “el Alva” la cooperadora sostiene a diez empleados, siete de ellos abocados al comedor: una cocinera y seis camareras, que también ayudan en la preparación de los alimentos. Desde la intervención pasaron a ser empleados del Gobierno de la Ciudad, y al ser consultados por Vínculos Vecinales prefieren no dar sus nombres, temen por su estabilidad laboral. Aunque “de palabra” les han dicho que seguirán como hasta ahora, tienen sus fundadas reservas.

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Entre ellos hay exalumnos de la misma escuela, así que “lo rico” de la comida que allí se prepara tiene doble constatación. Al igual que todos los comedores de la ciudad, seguían el menú diario que establece la Dirección General de Servicios a las Escuelas del Ministerio de Educación porteño. Sin embargo, relatan, las milanesas no son las mismas, tampoco el “medallón de pescado” o la “tortilla de verduras”, entre otros platos. Donde el concesionario compra ultraprocesados para abaratar costos, allí se ofrecen “milanesas de verdad”, se usan ingredientes frescos y primeras marcas.

Para alimentar a 600 chicos, los días que hay milanesas se compran a un frigorífico de la zona 60 kilos de nalga, 2 cajones de huevos de 180 cada uno, 25 kilos de pan rallado, “y todo de primera”. Lo mismo con la verdura, una parte llega directamente del Mercado central y también se compran productos agroecológicos. Se priorizan los comercios de cercanía, para aportar de este modo al barrio.

“Hace un tiempo el gobierno porteño autorizó ‘reemplazos’ de verduras para abaratar costos a los concesionarios. Acá eso nunca se permitió. Nunca se escatima en calidad y cantidad, porque se piensa en los chicos, no en hacer una diferencia de plata”, cuentan en El Alva.

Del mismo modo, desde que comenzó la pandemia los bolsones de alimentos que pauta el gobierno, considerados insuficientes, fueron “reforzados” con verdura agroecológica y productos de limpieza por la cooperadora. “También eso era de primeras marcas. Ahora la calidad varió totalmente. Y el proveedor de verduras, por el retraso en los pagos, dejó de entregar”, cuentan.

“Hoy se cumple un mes que las familias del Álvarez Thomas estamos luchando por nuestra cooperadora”, postearon en el Facebook oficial el 22 de octubre pasado, acompañando esta foto.

“Tengo varias amigas con hijos en otras escuelas del barrio, cercanas. Ellos tienen comedor con concesionario. Cuando comparamos, la diferencia es mucha. Lo que hacen las chicas de nuestro comedor es más fresco, y todo casero, no compran preparados. Ese es el valor de la autogestión, se deciden las compras como si fuera una familia. Y en un punto lo es”, dice María Laura Allan, mamá de un nene de primer grado, y de una nena que egresó el año pasado.

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“Con la intervención, ya está decayendo la calidad de las bolsas que están entregando. Ya no hay primeras marcas. Las verduras que daban antes eran lindas, bien verdes. En la última entrega me dieron dos zapallitos podridos, en la anterior la cebolla estaba en mal estado”, cuenta. “Me gustaría que siga la cooperadora que nosotros votamos en la asamblea, a las mamás y papás los conocemos y sabemos todo lo que trabajan, gratis, por la escuela. ¡Si habremos pasado jornadas de mantenimiento, donde íbamos todas las familias a colaborar! Ese sentido de comunidad no se puede cortar con una intervención”, reflexiona.

Natalia Otero es chef, tiene un hijo en quinto grado en “el Alva”, y el problema de tantos: es de los “quisquillosos” para comer. “Mi hijo no come mucho en general en mi casa, y tampoco logro que coma variado”, cuenta. “Pasa muchas horas en la escuela, pero yo me quedo tranquila: si hay pollo al horno con ensalada, me cuenta que el pollo estaba riquísimo aunque no come la ensalada, si hay milanesas le encantan. Me doy cuenta que en la escuela come y eso es una tranquilidad”, dice.

El comedor autogestionado del “Alva” seguía el menú indicado por el gobierno, utilizando productos de primera calidad.

También pudo comparar: “Por su trabajo, mi hermana estuvo en la entrega de tablets en jardines de infantes de la ciudad. Un día se tuvo que quedar a comer, le dieron lo mismo que a los chicos, y me mandó una foto: ‘mirá que desastre, esto es incomible’, me dijo. Era un medallón de pescado industrial que no pudo comer. Y justo lo que más le gusta a Santi en la escuela, es el medallón de pescado. Porque lo hacen con pescado de verdad. El nombre es el mismo, pero el plato, nada que ver”, explica. ♦

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