Hay un café frente a la plaza Arenales que en los 80 explotaba de gente los fines de semana. Diego estaba feliz de haber conseguido trabajo de mozo ahí, a una cuadra de su casa. Sus amigos de la Inmaculada pasaban a saludarlo, charlaban un rato y seguían viaje, mientras él se quedaba cumpliendo su turno de siete a seis de la mañana.
Tenía 19 años y estaba ahorrando para comprarse una Mac. Estudiaba publicidad y hacía cursos de fotografía ese vecino que ahora ganó popularidad en Instagram por su particular manera de mostrar el barrio.
Diego fue al Cardenal Copello, jardín, primaria y secundaria. De chico, al salir del colegio, su vida social continuaba con los Scouts de la Parroquia Inmaculada Concepción. De adolescente, los chicos de la iglesia se transformaron en su grupo de amigos.
Si bien ambos ámbitos, el colegio y la parroquia, estaban cruzados por la religión, le dejaron huellas diferentes, incluso contrapuestas. Mientras con los compañeros del Copello las salidas eran al Lawn Tennis Club o una tarde de surf en Olivos, los de la parroquia “se vestían con jeans zaparrastrosos y andaban siempre sin un mango”, grafica Diego las diferencias. Si iban a recitales, unos sacaban entradas para el campo, los otros iban a la platea.
Entre esos dos mundos vivía Diego cuando llegó a su casa la primer cámara réflex que tuvo entre manos. Su papá, que era médico, la compró para despuntar un hobbie, y el hijo se enamoró del aparato.
Del nitrato de plata al photoshop
Diego le sacó todo el jugo que pudo a esa Nikon. Luego vinieron otras, ahora todas ocupan un largo estante de su biblioteca. Aprendió todo lo que podía aprenderse sobre lentes y revelados. “Había que calentar ácidos, esperar. Calefaccionar el ambiente en invierno y refrigerarlo en verano”. Revelaba los negativos, hacía los positivos y las fotografías húmedas las pegaba para que se sequen en los azulejos del baño, “igual que hacía mi mamá con los pañuelos de tela”.
Diego recuerda la vida en formato analógico con nostalgia y a la vez confiesa que cuando salió el Photoshop lo primero que hizo fue comprarse una cámara digital.
Trabajaba en agencias de publicidad, todavía no tenía hijos, con su mujer estaban pagando un crédito hipotecario, eran los noventa y él ya tenía su Mac.
Un día se decidió a lanzarse por su cuenta. Era una época en que los trabajos había que imprimirlos para que el cliente los vea: el fax y el “te mando una moto” eran cosa de todos los días.
Al rondar sus cuarenta años, Diego pensaba que además de diseñar publicidades para empresas, lo haría sentir bien hacer algo que lo pusiera en diálogo con su entorno cercano, el del barrio donde vivió toda su vida.
“Entonces empecé a averiguar. Me contacté con la Junta de Estudios Históricos de Devoto, que me pasaban textos suyos para leer, hablé con los clubes, con las iglesias”. Diego comenzó en 2010 a editar una revista super fina, con un papel de gran gramaje y una calidad de impresión que la ponían en un nivel nada habitual entre los medios vecinales. Comercios y empresas destacadas del barrio publicitaban en las páginas de VD VIP, y entre anuncio y anuncio, él se despachaba con sus fotos de los campanarios, del mirador de la escuela Antonio Devoto, de la Biblioteca, de los vagones, del Palacio Ceci.
Párrafo aparte merece la historia de su incursión en el Ceci, el centenario palacio perteneciente a la Escuela de Sordos Bartolomé Ayrolo. “Cuando entré por primera vez no podía creer el lugar y el estado en el que estaba, estuve toda una tarde sacando fotos”, Diego recuerda un momento que fue bisagra.
Habrán pasado cinco años de esa primer sesión de fotos, cuando una mañana lo llaman de la escuela para proponerle organizar una actividad abierta a los vecinos, para que el barrio pudiera conocer ese tesoro y la escuela recaudara fondos para solventar los arreglos más urgentes del edificio, a la espera de que el GCBA realizara las refacciones hacía tiempo prometidas.
Esa actividad tomó la forma de visitas fotográficas al Palacio. Él no tenía gran expectativa en el interés que la propuesta pudiera suscitar, sin embargo, como atravesaba un momento en que su trabajo se había reducido drásticamente por la pandemia, decidió probar.
La primera vez fueron diez personas. “Después, puse publicidad en Instagram y ese sábado habrán ido cincuenta. De diez a cincuenta. Yo me sentía feliz como un chico. Pensaba: ¨estoy haciendo algo que me gusta, por un lugar que lo necesita y de repente viene un montón de gente. Esto es buenísimo¨.”
Unas doce visitas gestionó Diego al Palacio Ceci entre fines del 2020 y el 2021. La organización le demandaba días enteros: responder consultas, anotar a los interesados, coordinar los grupos para que se respetaran los protocolos sanitarios aún vigentes durante esos meses. En las últimas fechas la cantidad de visitantes superó otra vez sus expectativas.
Tanto en Instagram como en la vida
La buena experiencia de las visitas fotográficas al Ceci dieron pie a que Diego se preguntara qué otros edificios emblema había en el barrio, con recovecos y salones, jardines y arcadas, y un pasado digno de contar. El Seminario Metropolitano se le figuró como el primero de la lista. Lanzó en Instagram la propuesta y recibió como respuesta el mismo entusiasmo que con el Ceci, con un público que llegó a 350 personas en las últimas fechas.
A las visitas, le sumó muestras de fotografía proyectada donde a partir de las fotos Diego propone revivir la historia. “Le voy contando a la gente: ¨ves ese molino que se ve acá, fijate en esta otra foto, en el mismo lugar ahora está esta casa¨, ¨fijate que el tipo que está acá parado cómo le da la luz, se nota que era mediodía de un día de semana¨. La gente cuando termina me dice ¨gracias, me hiciste viajar durante una hora, me metí en esos lugares y ví cómo se vivía antes¨. Recibir esa devolución del público es impagable”, dice Diego.
En sus publicaciones de Instagram uno encuentra el mismo espíritu: “¡Que dulce encanto tiene tu recuerdo Merceditas!”, comienza el posteo que cuenta la historia de Mercedes Castellanos y deriva en los motivos que dieron pie a la construcción del Seminario. Luego viene la invitación: “El sábado 1 de octubre vamos a estar recorriendo el Seminario Metropolitano de Villa Devoto, contándote la historia del edificio, de Mercedes, de Antonio Devoto, de Roca y los comienzos del barrio.”♦