El novio de la calesita

Según algunos habitués de la plaza Monte Castro, el carrusel no gira por impulso eléctrico sino por la energía del hombre que lo empuja. Oscar Tomate Horacio Álvarez, mejor conocido como “el calesitero”, charló con Vínculos Vecinales y contó su historia.

Según algunos habitués de la plaza Monte Castro, el carrusel no gira por impulso eléctrico sino por la energía del hombre que lo empuja. Oscar Tomate Horacio Álvarez, mejor conocido como “el calesitero”, charló con Vínculos Vecinales y contó su historia.

El novio de la calesita

Según algunos habitués de la plaza Monte Castro, el carrusel no gira por impulso eléctrico sino por la energía del hombre que lo empuja. Oscar Tomate Horacio Álvarez, mejor conocido como “el calesitero”, charló con Vínculos Vecinales y contó su historia.

Imaginen una plaza donde la calesita era el lugar más convocante. Varias decenas de chicos disputándose por ocupar los mejores lugares: montar los caballos o quedar bien ubicados para agarrar la sortija. Otros tantos haciendo cola esperando su turno para dar una vuelta. En la entrada un carrito que vendía manzanas acarameladas y  pochoclo. Entre el tumulto una nube de globos que un hombre ofrecía por monedas. Abuelos con chicos chiquitos. Chicos más grandes sin plata pero con ganas de divertirse, intentando colarse. Era necesario contar con un par de adolescentes que ayudaran a ordenar el caos, intervenir en las peleas, manejar la sortija, advertir a los colados, mientras el dueño de la calesita vendía boletos. Así era el mundo en el que “Tomate” se convirtió en calesitero.

VV. ¿Cómo te ganaste tu apodo?

Oscar: Yo me crie prácticamente en la calle. Mis viejos no me dejaban salir, entonces me escapaba, los volvía locos. Pero por suerte me educaron bien y a pesar de no estar casi nunca en mi casa, de las cosas turbias y las malas juntas me mantenía lejos. Me iba a jugar a la pelota en una canchita que estaba la vuelta y antes de salir siempre le robaba a mi mamá los tomates de la heladera. Mientras caminaba los iba comiendo, llegaba a la cancha todavía masticando y con el tomate en la mano. Entonces todos me gritaban “¡Eh Tomate!”. Y bueno, así quedó.

VV. ¿Cómo te hiciste calesitero?

Oscar: Soy del barrio Sarmiento, de La Matanza. Cuando tenía 13 años se instaló ahí la primer calesita. Enseguida empecé a ayudar al dueño. Barría, limpiaba y él me dejaba dar vueltas. Me prometió que cuando tuviera 15 iba a instalar una para que la trabaje yo solo, y así fue cómo comencé. Después estuve por todos lados: en calesitas de Colegiales, Villa Celina, Villegas, Camino de Cintura.

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Entre tanta charla sube a la calesita una chiquita con su abuela. Eligen sentarse en un autito rojo; a la nena Tomate le sugiere que doble en la esquina, mientras que a la mujer le dice que se quede tranquila, que los de Pami no pagan.

Oscar continúa su relato: “En esta calesita yo hago guardias, pero en mi barrio tengo una que la rescaté  de la Estación Lugano. La llevé a casa, la restauré y ahora está a cargo de mi sobrina. Eso me pone contento porque, además que es una satisfacción enorme que la familia siga con este oficio, ella es una de las pocas mujeres en el rubro, que es mayormente de hombres.”

Un carrito lleno de cartones para en la esquina de la plaza, un hombre de mediana edad se pone a buscar entre los tachos mientras que un chiquito que poco puede hablar, corre hasta la calesita, se acerca y la mira deslumbrado. “Subite” le grita Tomate y así, mientras continúan las preguntas, la calesita gira y la música aturde.

VV. ¿Cómo trajeron esta calesita al barrio?

Oscar: Ésta debe tener aproximadamente cuarenta años, estaba en Villa Gesell y el hombre que la manejaba era mayor y ya no le rendía. Para traerla la desarmaron y la mandaron por partes en un camión, con sus piezas envueltas en frazadas. La calesita es como un rompecabezas: cada juego lleva un numero atrás.  La instalamos en esta plaza hace unos seis años, para eso tuvimos que tramitar la concesión con el Gobierno de la ciudad y pagar un canon. Las calesitas no tienen precio, vos pensá que cada caballo de madera tallado a mano vale aproximadamente 30.000 pesos.

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VV. ¿Te genera inconvenientes los días que hay partido en All Boys?

Oscar: Nunca me molestó la hinchada. Solamente una vez me pidieron algo y fue que pintara el exterior con los colores del club, no me costó nada porque yo soy de All Boys: mi sobrino jugó en la primera -se refiere a Silvio Álvarez, defensor que jugó en la primera del club desde 1998 hasta el 2002. En la calesita hay un barco de madera con el escudo de All Boys pintado en la proa; bajo el escudo se lee “La Peste Blanca”, el nombre de la barra brava del Albo-.

Un nene se trepa a un caballo y Tomate le advierte desde abajo: “¡Cuidado que no te pegue una patada!”.

VV. ¿Se puede vivir de esto?

La realidad es que lo hago porque me apasiona, me sacas esto y me muero. Yo pierdo fiestas, asados, cumpleaños; para llegar acá viajo una hora y los domingos me tengo que levantar temprano porque abro a la mañana; pero nada de eso me importa. Es mi vida y si me preguntás un sueño, te digo que mi sueño es que la calesita nunca esté vacía.

Cuando era joven tenía una novia que se ponía celosa de todas las chicas con las que hablaba, que venían a la calesita a traer a sus hermanitos o a sus hijos. Entonces un día le dije “mirá, te aclaro que no tenés por qué ponerte celosa, en realidad mi primera novia es la calesita y si querés, vos sos la segunda. Nunca más la vi… no exagero cuando te digo que esto es mi vida. Las tantas veces que me fui de casa, ¿dónde te pensás que dormía? Obvio, en la calesita. ♦

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