La luz del sol aún no se asoma en invierno cuando a las seis menos cuarto de la mañana el camión con vacunas estaciona frente al Club Mitre. Stella Maris Pitta vive a la vuelta y se puso el despertador bien temprano; sabe que cada minuto cuenta cuando empiezan a descargar. Desde febrero sigue la misma rutina junto a los veinte voluntarios que llevan adelante el vacunatorio.
“Para mi es una alegría enorme que el club pueda brindar este espacio, estamos haciendo historia”, dice la dirigente del Mitre, enlazando este presente con el devenir de la institución: “La pandemia nos tocó justo cuando íbamos a festejar los cien años del club, no pudimos hacer nada, solo celebrar en las redes sociales. Así que ahora festejamos con la vacuna”.
“La pandemia nos tocó justo cuando íbamos a festejar los cien años del club, no pudimos hacer nada, solo celebrar en las redes sociales. Así que ahora festejamos con la vacuna”.
Dos de los voluntarios del vacunatorio son empleados del área de seguridad informática del gobierno de Caba. Antes de venir al Mitre, Gustavo Linares colaboraba en uno de los hoteles donde estaban aisladas personas con síntomas de covid. “En el hotel el ambiente era muy diferente, había angustia y soledad. En cambio acá, quienes vienen a vacunarse se van con una alegría”, destaca.
Antonio Martínez llega hasta el club andando en su moto. Él y Gustavo no solo chequean que los datos de las personas que ingresan coincidan con los que están en su base de datos, no solo ayudan a organizar la circulación en el vacunatorio, no solo informan lo que les pregunten, también, dice Antonio, “buscamos que desde el lado administrativo haya calidez humana”.
“Un día vinieron dos hermanas. Entraron juntas, conversando. Yo busco sus nombres en la planilla, miro la fecha de nacimiento y veo que ese día coincidía con el cumpleaños de una de ellas. Le digo: ¨es tu cumpleaños y no me dijiste nada¨. Me dice: ¨Y no, ¿qué querés que te diga?¨ ¨Vas a festejar con la vacuna¨, le digo. ¨Y sí¨, me contesta. ¨¿Trajiste torta?¨, le pregunto. ¨No, no traje nada¨, dice. ¨¡Ahhh, qué cumpleaños más aburrido!¨, le digo yo. Y cuando llega el momento de que la vacunen, le digo a la que se la iba a aplicar: ¨¡Hoy es su cumpleaños!¨. Se lo digo fuerte, para que se escuche. Y todos en el vacunatorio le cantamos el feliz cumpleaños. Ella no lo podía creer, estaba emocionada. Yo agarré una magdalena que tenía en una bolsita, de la vianda que nos dan para almorzar, y se la dí. Le dije ¨tomá, acá tenés una tortita¨. Todo eso pasó en diez minutos de una mañana y listo, después me olvidé, seguí atendiendo gente. Al otro día no me tocaba ir al vacunatorio, y leo que en el grupo de whatsapp dicen: ¨hay una señora que está buscando al rubio que le cantó el cumpleaños ayer¨. La señora había llevado una torta para compartir y me andaba buscando a mí.”
Problemas les aparecen todos los días. “Personas que no se pudieron empadronar, o que no lograron sacar el turno o que perdieron el que tenían asignado, tratamos siempre de resolverlo, que se vayan con una respuesta”, dice Gustavo. De esas historias, la que quedó en el recuerdo es la de una vecina de 101 años, que por su longevidad no aparecía en el sistema de empadronamiento y tuvieron que hacer malabares informáticos para que pudiera darse la primera dosis.
Cada vacuna es una historia y Stella Maris cuenta que se cruzó con muchas en estos meses. Y no solamente del barrio, porque muchas personas vienen de zonas alejadas. Por ejemplo, “una pareja de docentes que enseñan robótica en la Villa 31 tenían turno y se les había complicado llegar, primero porque había mucho tránsito, después porque pincharon una goma. Y nosotros, desde este lado, coordinando por teléfono para que no pierdan el turno. Por suerte llegaron justo a tiempo, pero fue como una película de acción”, recuerda Stella.
Y si de docentes se trata, Antonio también tiene una anédota con ellos. “Un día que vacunábamos docentes se nos llenó el salón de recién vacunados que tenían que esperar quince minutos antes de retirarse (nosotros a medida que se van vacunando, los vamos anotando y ponemos un contador en la planilla junto al nombre de cada una de las personas, y el contador nos avisa cuando se cumplen los quince minutos). Los docentes estaban todos sentados, mirando para abajo, concentrados en sus teléfonos. Entonces lo codeo a mi compañero para que mire. Y les digo a todos los que estaban ahí: ¨A ver si dejan los teléfonos y prestan atención¨. Todos levantan las cabezas con cara de ¨¿qué pasa?¨. Entonces les digo ¨Fulano, Mengano, Sultano, ¿estudiaron hoy? ¿No estudiaron? Bueno, pueden irse¨ Y todos se empezaron a reir. ♦