Mi vereda predilecta

Qué cambia en el ambiente cuando las plantas nativas vuelven a crecer.

Caminaba por el barrio eligiendo por dónde ir, buscaba una calle que sea fresca y Tinogasta me agradaba con su sombra húmeda. Había fresnos, plátanos, pinos, palmeras, una combinación de especies, entre las típicas del arbolado urbano y las que plantaron los primeros habitantes cuando construyeron sus casas.

Al llegar a la esquina de Mercedes, el sol me descubrió una porción de un bosque seco en medio de un paisaje de casas bajas. Dos o tres metros cuadrados de tierra en los que hace tiempo nadie intervenía.

Me detuve a observar. En el gran cantero silvestre había pastos, hierbas, trepadoras, arbustos y árboles jóvenes. Me acerqué un poco más y descubrí que sin cuidado alguno crecía también un mburucuyá (Passiflora caerulea), una verbena (Montevidensis blanca), una malva de campo (Sida rhombifolia), una fosforito (Talinum paniculatum) y un canario rojo (Dicliptera squarrosa). Todas ellas nativas, conviviendo plenamente con las exóticas invasoras mora de papel y diente de león.

En ese espacio bastante generoso, gracias al olvido humano la naturaleza se estaba reestableciendo. Aquella flora nativa era como la que solíamos ver antes en todas las veredas de Buenos Aires.

El necesario equilibro

Las exóticas pueden ser lindas, pero no enriquecen el suelo, es más, lo empobrecen. Como no atraen insectos que se alimenten de ellas, crecen en algunos casos sin control, invadiendo el espacio de las nativas. Les tapan el sol, absorben el agua y los nutrientes de la tierra, creando una competencia desigual.

Las plantas nativas que encontré en el cantero de Mercedes y Tinogasta, atraerán a abejas xilocopa y bombus, orugas de mariposa “espejitos” (Agraulis vanillae), aves como el benteveo (Pitangus sulphuratus), la calandria grande (Mimus saturninus), el cardenal (Paroaia coronata), la palomita torcaza (Zenaida auriculata) y el zorzal colorado (Turdus rufiventris). Y esta lista no es completa, todavía es más amplia la fauna que se alimentará de ellas. Vendrán escarabajos que muerden o mastican las hojas, habrá hongos, bacterias y microorganismos que no vemos pero también hacen su trabajo.

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En ese micromundo reestablecido se crea una simbiosis entre todos los integrantes. Cada uno cumple un papel: en la polinización, en el control de crecimiento, en el control de sus plagas, en el control de la dispersión de semillas. Cuidan la diversidad biológica.

Ya se pueden imaginar cómo sería mi vereda predilecta.

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