Música en el aire: el laboratorio de sonidos del barrio

Con su taller Música en el aire, Luciana Aranguren contagia una certeza: “hacer música hace bien, nos abre mundos, cabezas y corazones”.

“Es hermoso que la música sea parte de tu vida, aunque no te dediques profesionalmente. Hace bien tenerla incorporada en tu cotidiano”. La que habla con Vínculos Vecinales es Luciana Aranguren, quien ha hecho de la música su forma de vida. Ha elegido transmitirla especialmente a las personas que, ha comprobado, están entre las que mejor saben incorporar ese “cotidiano musical”: los más pequeños y pequeñas, niños y niñas de entre 3 y 8 años. En el barrio de Santa Rita despliega su taller Música en el aire, un espacio de iniciación musical muy marcado por el juego en el que transmite, desde hace ya diez años, una certeza: “la música enseña, nos conecta con los otros, nos abre mundos, cabezas y corazones”.

El taller está dirigido a niños y niñas entre tres y ocho años. Es un espacio de iniciación musical muy marcado por el juego.

“Lo que yo busco es que este espacio sea un laboratorio de sonidos, de expresión y de búsqueda, sin pretender que necesariamente los chicos terminen siendo músicos”, dice sobre Música en el aire. “Está bueno promover que todos toquemos un instrumento, que nos demos el espacio para ‘hacer música’, como ir al club, al gimnasio. Te da otra comprensión del mundo, genera nuevas ideas”, asegura. Aunque esta certeza ya la traía de antes, volvió a confirmar su alcance al ver crecer entre música a su hija Reneé, que ahora tiene tres años. “Es increíble cómo incide en la estructura del lenguaje, la comprensión de los sonidos, la atención, el descubrimiento del mundo”, vuelve a asombrarse.

El arte de enseñar

Luciana llegó de su Paraná natal para seguir estudiando saxo y clarinete. Pero hay otra pasión que despliega en sus talleres: la de enseñar. De “familia de maestras” –madre, abuela, tía maestras–, la saxofonista dice que le resulta natural, “aprehendido”, el arte de transmitir lo que se sabe, las ganas de compartirlo. “Enseñar es también estar todo el tiempo revisando lo que vos hacés, es muy enriquecedor en lo personal en ese sentido”, observa.

La saxofonista dice que le resulta natural, “aprehendido”, el arte de transmitir lo que se sabe, las ganas de compartirlo.

Aparece, también, la palabra “responsabilidad”, ligada a lo que siente en su tarea docente. “Y con los nenes chiquitos es mucho más grande porque todo lo repiten, todo lo observan. Esa sensación de estar ante una responsabilidad muy, muy grande, al principio me asustaba mucho”, recuerda.

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Cuenta sobre clases en las que algunos nenes o nenas, por timidez o por otras cuestiones, no pronuncian palabra, y sin embargo pasan muchas cosas que se “dicen” de otro modo. “Las clases son mágicas, y con los más chiquitos, que son tan plásticos, mucho más. Tenés la clase planificada pero nunca sabés para qué lado puede salir, eso me encanta”.

Luciana sacó la cuenta de que, entre sus talleres y la escuela en la que trabaja, tiene más de 300 alumnos de 3 a 12 años por la semana. Cada edad y cada grupo con su interés particular, sus gustos, su repertorio, y una consigna: “nunca doy lo mismo, porque si no me aburro. ¡Yo también aprendo junto con ellos muchas canciones!”, explica.

Si hay una crítica que esta docente apasionada hace al sistema tradicional de enseñanza, entre muchas posibles, es la cantidad de niños con los que se forman los grupos. Lamenta, además, que la música esté puesta en las currículas como un “adorno”, que se escape la posibilidad de volverla más transversal, de incorporar todas las formas de aprendizaje que facilita la educación musical, hasta el manejo del aire al cantar o al hablar. Aunque se manifiesta en contra de la sobreestimulación de niños y niñas, siente que justamente el estímulo sonoro no está presente en la cultura actual en forma de música.

Con la música a la vereda

Para Luciana y para su compañero Fernando Vivier, que también es músico, la pandemia fue ocasión de sacar la música a la calle. En octubre pasado participaron del encuentro cultural infantil que el colectivo “Una plaza para Villa Santa Rita” organizó en la vereda del baldío de San Blas y Emilio Lamarca, uno de los señalados como posible ubicación de la plaza que le falta al barrio.

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Un evento cultural infantil organizado por el colectivo «Una plaza para Santa Rita», convocó a artistas y familias del barrio junto a uno de los baldíos señalados como posible destino para la plaza que falta. Septibembre 2021.

“Para mí fue todo un descubrimiento cómo se viven las plazas en esta ciudad, en Paraná hay otros espacios verdes y las plazas no se sienten tanto como en Buenos Aires. Tal vez no les prestás atención hasta que tenés una hija… ¡o hasta que llega una pandemia!”, se ríe. Luciana y Fernando son dos de esos muchos vecines que sueñan activamente con una plaza para Santa Rita.

Luciana y Fernando son dos de esos muchos vecines que sueñan activamente con una plaza para Santa Rita.

Salir a tocar a un encuentro en la vereda en los tiempos más duros de aislamiento –con barbijo, distancia, y todos los cuidados—fue otra experiencia barrial que recuerda, conectada al placer de hacer música, de compartirla, algo que en ese entonces se reveló como una necesidad. Aquel evento había sido impulsado por el Circuito Cultural Santa Mitre: se trataba de ir caminando un grupo de vecinos hasta la casa de artistas del barrio y tocarles el timbre para que salgan a ofrecer un breve show en la vereda. “Nunca me voy a olvidar ese momento en que tocamos un ratito en la puerta de casa, con un montón de gente con barbijo. Fue raro, pero muy lindo. Ahí comprobás que no solamente vos como músico tenías necesidad de tocar, también la gente tenía necesidad de escuchar música en vivo”, evoca. ♦

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