Villa Santa Rita tiene quien le escriba

Mariela Rodriguez vive desde siempre en Villa Santa Rita. El barrio se convirtió en el tema de su tesis para recibirse de Licenciada en Comunicación Social. ¿Qué ve en él? ¿Qué la motiva? Así lo cuenta ella.

La plaza que no está. Los edificios que irrumpieron sin pedir permiso. Los pasajes que conservan lo que alguna vez fue. Los árboles que nos dan la única cuota de verde. Los amigos de la infancia que nunca se fueron. La tranquilidad que conocimos, pero que está cambiando. “¿Cómo describirías a este barrio?”, le pregunto a todos los vecinos a quienes entrevisto. La respuesta siempre oscila entre las mismas cosas.

Son las once de la mañana. Recibo un llamado de la encargada de uno de los dos bares notables que tenemos. Tiene un manuscrito que le había entregado una vecina a los dueños del bar, allá por el 2001. El manuscrito habla del barrio, y quiere que yo lo tenga. Salgo a las  apuradas para retirarlo.

El sol se refleja en las típicas baldosas de colores, aunque sea invierno y haya llovido el día anterior. Se escucha el ruido de las hojas de los fresnos movidas por la brisa diurna. Los camiones cruzan furtivamente por las calles de casas bajas, y se siente a lo lejos el estruendo de algún taladro y una soldadora. En el camino, se ven varios garages abiertos. Son los de los mecánicos del barrio que dejan sus talleres caseros a disposición, trabajando un poco en la vereda y otro poco en el interior de sus propiedades. En mi trayecto paso por uno de los pasajes característicos de Villa Santa Rita, el barrio con 30 pasajes y sin ninguna plaza.

No llego a terminar de anunciarme en el bar. Apenas ven mi rostro me extienden la copia del texto, deseándome suerte. Saben que estoy haciendo mi tesis de grado sobre la identidad del barrio, y que estoy hablando con los vecinos para generar un proyecto que solucione alguna necesidad que tengamos en conjunto. Agradezco a las apuradas y salgo corriendo, casi salticando, de la emoción. Tengo un texto inédito, histórico, sobre el barrio en mis manos, y la ansiedad me gana por goleada. Mientras espero que un semáforo me permita cruzar la avenida, hojeo las últimas páginas de aquel “recuerdo”, como lo tituló su autora, María Virginia de Paoli.

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“Las casas bajas empiezan a transformarse en edificios de varios pisos con departamentos. Llegan nuevos habitantes al barrio. Los vecinos se mudan. (…) La preocupación por los problemas individuales hizo perder de vista que la solución a muchos de ellos es colectiva”, escribió ella hace casi diez años.   

Según la OMS, debería haber entre 10 y 15 metros cuadrados de espacio verde por persona en cada ciudad. En Villa Santa Rita no sólo no hay plaza o espacios verdes sino que las dos plazoletas que existen son de cemento . De acuerdo con el censo de 2010, el barrio posee más de 33 mil habitantes, cifra que va en aumento debido a la construcción de edificios. En calles como Argerich se pueden encontrar hasta tres construcciones en simultáneo.

Facundo tiene puesta una remera de manga corta. Recién empieza el otoño y todavía no hace tanto frío. Con una cerveza en la mano me comenta que “justamente lo lindo de Villa Santa Rita es que haya todas casas bajas”, y que sueña con tener una plaza.

A unas tres cuadras, sirviéndome un mate Aurora me dice que “cruzando Nazca estaba el terreno donde antes hubo una fábrica de cigarrillos, entre Terrada y Condarco. En esa manzana pensábamos que iban a hacer la plaza. En su momento juntamos firmas, pero bueno, no fue útil. Se comercializó y ahora es un complejo de departamentos”.

Susana, al igual que ella, también juntó firmas para que el sueño de la plaza se concrete, en un terreno abandonado en la calle Concordia. En un día invernal, mientras se fija que sus gatos no estén peleando, me cuenta: “Desde mi terraza veía siete cúpulas de iglesia, siete. Ahora veo solamente la de Santa Rita y así de refilón, porque ya hay otro edificio que la tapa”.

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Son casi las seis de la tarde, Marina está a punto de tomar un sorbo de su café, pero hace una pausa para preguntarme: “¿Con qué autorización los hacen? ¿Tan fácil? Vos tenés una casa hermosa con un parque enorme. Viene un edificio y te tapa el sol, viene otro y te tapa el último rayo que te llegaba. No podés usar el parque, se te humedece la pared. ¿Y quién te paga eso? Nadie”.

Es lunes. Antes del mediodía, mientras sus hijos esperan que llegue la hora de almorzar, María también me sirve mate y me cuenta sobre un episodio de un edificio que casi construyen en frente de su casa. “No era sólo que no queríamos porque nos iban a sacar la luz, el sol y demás, sino que sabíamos que había algo que estaba mal. Habíamos investigado que los cimientos de nuestras casas eran de adobe. Si seguían construyendo nos iban a tirar abajo las casas”.

Ni Facundo, ni María, ni Susana, ni Aurora, ni Marina se conocen entre ellos. Todavía. 

“Fue en 1999 cuando sentí la necesidad de indagar cómo era ese lugar donde vivo hace 56 años. Quiero evitar que se pierdan lugares, momentos, personas, mis vecinos. En ese momento escribí ´somos desde hace mucho tiempo, más allá del tiempo cronológico de nuestras vidas´, y parte de ese ser es el barrio”.

Leo las palabras de María Virginia cuando llego a mi casa, y me emociono al reconocerme en su texto, porque me doy cuenta que como ella, como María, Facundo, Susana, Marina y Aurora, quiero conservar la identidad de Villa Santa Rita. Que no estoy sola, que somos muchos los que buscamos las mismas cosas.

Creando nuestros vínculos vecinales, tal vez, podamos alcanzarlas.  ♦

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