Natalia Gatta dice que sus recuerdos de chica son “yendo y viniendo, de acá para allá” con su madre, Mariela Martínez. “Ayudando en el barrio”, sintetiza el sentido de ese ir y venir. También dice que algo así les está transmitiendo a sus hijos, que ahora son los que van y vienen con ella mientras resuelve carencias cotidianas, acompaña a hacer trámites, busca y encuentra lo que se necesita: desde materiales de construcción hasta la comida diaria para la olla o la merienda que se comparte con lo que hay, entre los que acuden. Esa es su tarea como parte de la comisión directiva de “La Belgrano”, la asociación de fomento de Floresta que ya cumplió setenta años y cuya presencia, junto a la de otras mujeres que “tomaron la posta”, le dio una impronta novedosa al colectivo de un tiempo a esta parte.
“Tres Arroyos 3861, a una cuadra de Juan B. Justo”, repite Natalia la dirección del que describe como su lugar en el mundo. Y en esa insistencia invita a acercarse, a conocer. “Son tiempos de pandemia y hay que hacerlo con todos los cuidados, pero siempre decimos que estas puertas están abiertas. Como está mi teléfono, diría que las 24 horas”, se ríe Natalia. Y aunque vive a la vuelta de la sede de la asociación, allí pasa gran parte de esas 24 horas.
En femenino
Hace poco que “La Belgrano” comenzó a nombrarse así, en femenino. Y hace relativamente poco, para una asociación con tanta historia, que una mujer pasó a integrar las filas de su comisión directiva: fue en 2001 y fue Mariela, la mamá de Natalia. Hoy casi todes quienes trabajan voluntariamente en “La Belgrano” son mujeres: Rosita Medina del Cesac, Marta Sánchez de la Dirección de la Mujer, la psicóloga social Mariela González, la abogada Natalia Infante, la comunera Yanina Arias, Mabel Sampaolo y Anahí Aizpuru del Corralón, Ailén Carvalho de Integrar Caminos, Laura Cimino del Espacio de la Mujer, Perla Castillo del medio barrial Nadie Nos Invitó, las menciona amorosamente Natalia.
“La asociación de fomento Manuel Belgrano se fundó el 3 de agosto de 1929, en pleno auge de la inmigración en el país”, repasa Natalia. Ubica ese nacimiento en el impulso del fomento, el cooperativismo y el asociativismo, entre inmigrantes que entendían la necesidad de darle una mano al barrio. “Acá hay muchísima historia. Nuestra primera personería jurídica está firmada por Perón. Tenemos los primeros libros de actas, que reflejan cómo se vivía en ese momento, cómo se trabajaba, las cosas que había, las que faltaban y las que se soñaban. Es un viaje leer esos libros, con esa caligrafía. Es un patrimonio cultural del barrio”, se enorgullece.
“En la comisión directiva siempre eran hombres. Muchos años después, la primera vecina en integrarla fue mi mamá. Era algo raro, si nos ubicamos veinte años atrás. Y hoy nos parece raro que fuera raro”, compara Natalia las épocas. Aquel año 2001 en el que hizo su ingreso Mariela, sin embargo, guardó otros puntos en común con los que tocan vivir hoy. En plena disolución del país, las necesidades en el barrio se acrecentaron vertiginosamente. Y su madre puso manos a la obra. En estos tiempos de pandemia, las urgencias otra vez se multiplican. Y ahora está también la hija, junto a la mamá y a muchas otras vecinas y vecinos.
Crecer
Natalia enumera con orgullo el modo en que creció “La Belgrano”: Crearon el Departamento de Salud Mental y Asistencia Emocional, al que le dieron el nombre de la recordada psicoanalista Arminda Aberastury. También el Espacio de Salud Comunitaria Cecilia Grierson, en homenaje a la primera médica argentina. A través de la Fundación Salvat logran ofrecer lentes comunitarios a bajo precio. Suman podología, peluquería, manicuría. Ya está casi lista la biblioteca Alfonsina Storni. Y está el nuevo Espacio de la Mujer: La Belgrano, mujeres de Floresta. Toma un lema potente: Juntas y acompañadas.
Desde allí convocan “a todas las mujeres que se referencian con el lugar”. Asumen la ayuda concreta en casos de violencia de género, violencia obstétrica, violencia en la tercera edad, violencia infantil, violencia económica. “Nos empezamos a capacitar. Inauguramos un buzón de color violeta para que las mujeres que no se animan a pedir ayuda puedan dejar su carta, con un número de teléfono, o tal vez contar lo que le está pasando a una amiga, a una familiar, a una vecina”, explica Natalia. También pintaron el banco rojo en la plaza Monte Castro, para visibilizar la problemática de la violencia de género.
La Belgrano no recibe subsidios de ningún tipo. Absolutamente todo se sostiene con el arduo trabajo de gestión y las donaciones. “Vengan a conocernos, es lo que le pedimos a los vecinos. Hay gente que no tiene un mango, pero de repente te dice: yo puedo pintar, yo puedo encargarme de esto, yo ayudo con aquello. Es lo más satisfactorio que nos pueden decir, que quieren compartir lo que hacemos”, pide Natalia.
En plural
Natalia tiene 30 años y dos hijos, de 10 y 4. Además de este gran trabajo no rentado tiene otro, en la agencia oficial de noticias Télam. Acaba de terminar la tecnicatura en Trabajo Social en la Universidad Siglo 21. Cuesta hacerla hablar de ella: todas las preguntas personales terminan respondidas con información sobre La Belgrano, como si no quisiera apartarse de ese rol principal, o como si fuera ese plano colectivo el que da pleno sentido al individual y hasta al familiar. Cuenta anécdotas cotidianas, devoluciones sencillas y sentidas de los vecinos y vecinas, y se emociona.
Si se le pregunta por qué o cómo empezó todo esto, sí responde rápido y con una sonrisa: “Claramente, mi vieja”. “Ella no conoce su identidad, no sabe quiénes son sus padres. Y creo que esa historia personal hizo crecer en en su interior esta necesidad de estar todo el tiempo cerca del otro, de involucrarse. A ella el otro le preocupa, y creo que en eso somos iguales. En esa conciencia de que hay otro que puede necesitar tu ayuda, y que mañana esa persona te puede ayudar a vos. Esa necesidad de ayudar, es la que a mí me moviliza. Me la transmitió mi vieja, y se lo agradezco”.♦